26 abril, 2010

El dos puntos pe

Sin lugar a dudas nos encontramos frente a uno de los signos más ricos y enigmáticos surgidos a raíz de las nuevas tecnologías. Su mera contemplación nos llena de extrañeza, felicidad, terror, furia, complacencia, sarcasmo, nauseas y mareos. O al menos un subconjunto, a veces vacío, de dichas emociones. Es que su naturaleza indómita y pretenciosa no se contenta con la mera enunciación de una idea, y a veces incluso sospechamos que desea abarcar todo el lenguaje.
La historia de los emoticons, desde su invención en 1857, pasando por la revista puck hasta las novelas de ciencia ficción del 40, es por todos harto conocida. Pero no es hasta la llegada de Internet que estos, aunque más bien debería decir éste, cobran real preponderancia en el lenguaje de otakus, floggers, emos, compadritos y orilleros. Todos nos hemos enfrentado a estos (los emoticons, aunque también a los emos) más de una vez, y todos hemos sido derrotados varias veces por el mismo, el inefable dos puntos pe.
Su significante es harto conciso: el signo “dos puntos” seguido de una letra “pe”, preferentemente mayúscula, o sea, :P. Su significado, en cambio, es un oscuro pozo en el que se ahogan los anhelos de compresión y entendimiento de todos aquellos que se topan con el mismo. Idealmente, y despojado de todo trasfondo, el signo se interpreta como un rostro mostrando la lengua. Los dos puntos representas los ojos; la letra pe una boca en la cual sobresale la lengua al costado. Pero detengámonos en un detalle: si observamos el trazo de sus labios, notaremos que esta boca no sonríe ni demuestra amargura, y éste es uno de los puntos que más empañan su interpretación.
Habiendo establecido y estudiado sus rasgos superficiales, echemos un vistazo al signo en acción. Mi primer encuentro con el dos puntos pe fue al comenzar mi relación con Amelia. Yo entonces trataba de seducirla insinuándome con frases poco pudorosas a través del chat, cuando apareció ante mi ese rostro incitándome, su lengua que asomada entre los labios, golosa, acariciándolos cómplice.
El dos puntos pe confirmaba su excitación. Mi táctica está dando resultado, me dije, pero como no quería propasarme en el primer encuentro, opte por introducir un chiste con el cual templar el ambiente. Grande fue mi sorpresa al ver nuevamente esa lengua. En un principio pensé que quería seguir con el cachondeo, pero luego, al aguzar la vista, distinguí que tan sólo era un gesto inocente, que esa pe tan sólo escondía una sutil y juguetona replica a mi broma, símil al gesto del niño que enseña la lengua.
Con el tiempo nos fuimos conociendo y hasta nos enamoramos un poco y, cuando sentí que había llegado el momento, decidí abrir mi corazón y proponerle que me acompañase en una sesión de masoquismo mellada con algunas otras prácticas sexuales poco ortodoxas a las cuales era adepto en aquellas épocas. Lo que nunca hubiese imaginado sucedió: se había roto el encanto. Amelia, asqueada ante mi propuesta, me enseñaba un rostro crispado por la repulsión, la legua afuera, como si estuviese a punto de vomitar. En ese momento sentí que el dos puntos pe era inequívoco, terminante. Pero también cabía la posibilidad de que fuera una legua socarrona, que hubiese tomado mi declaración como una mera chanza, un chiste de los que solíamos hacernos, después de todo ella tampoco era una monja y siempre bromeábamos con frases subidas de tono. Sin saber que hacer, y aprovechando que mi mejor amigo estaba conectado, pedí su consejo. Me respondió que para él, sin lugar a dudas, esa lengua se estaba relamiendo los labios en señal de deseo, que siguiera adelante. Quedé completamente perplejo, desahuciado, no sabía que responder.
Podría terminar de contar esta historia, pero seguramente ustedes habrán pasado mil veces por situaciones similares. Prefiero no aburrirlos y seguir con otros ejemplos de la enorme y desesperante versatilidad de este signo lingüístico.
Me vienen a la mente un sinfín de situaciones, aunque no en todas he sido yo el protagonista. Por ejemplo, el otro día una amiga me contaba que cada vez que le cuenta su novio como le fue en el día, no tarda mucho en verlo asomar la lengua en señal de cansancio y hastío, como pidiéndole que se calle. Ésto no es nada raro, sé de mucha gente que al conectarse por las noches, luego de un arduo día de trabajo, al ser interpelada acerca de cómo anda responde siempre con el simpático dos puntos pe para indicar que está muerta de cansancio. O cachonda, o asqueada, todo depende del día, claro.
Una de las historias que más me llamó la atención fue la que me refirió un taximetrista durante un viaje desde el Monumento a la Florida. Resulta que el tipo andaba de trampa con una mujer que había conocido en el taxi. Una mina de guita, que parece se le había enamorado. La mina se había casado por interés, y él le decía que lo deje al marido, que se vaya a vivir con él, pero ella no se animaba. Entonces un día estaban meta chatear y chatear que consigue convencerla, y ahí mismo la mujer se pará y le cuenta todo al esposo. Le dice que lo va a dejar. ¿Y entonces que pasó? Él le preguntaba pero la mina del otro lado nada. Ni una palabra. Y medio que se empezó a preocupar, y ya casi que estaba por llamarla por teléfono, cuando vio el siguiente mensaje: “mi marido... :P”. Y claro, no entendía nada. La mina muda, ni una palabra, no atendía el teléfono. En principió pensó que el tipo se le había cagado de risa, que se había burlado. Estaba hecho una fiera, lo quería cagar a trompadas. Al final, después de un par de días, volvió a comunicarse con su amante. Parece que al enterarse del asunto, el marido se había ahorcado ahí mismo, después de discutir con ella. La mina lo había encontrado así, colgando del techo, con la lengua afuera, y a falta de palabras, sólo había podido apelar al oscuro signo para describir el cuadro.
Como verán, el dos punto pe se presta para todo, desde la rebeldía adolescente hasta las consultas médicas por chat, tan en boga hoy día en las regiones rurales y los universos virtuales. John Pasche, un precursor sin lugar a dudas, se habría inspirado en el mismo a la hora de crear el conocido logo de los Rolling Stones. Es difícil comprender hasta que punto este signo está inserto en nuestra cultura, y no es cosa de ahora, ni siquiera de hace un siglo, la cosa viene de mucho antes.
Al ver en el escudo de Atenea el Gorgoneion (la cabeza de Medusa, hirsuta de sierpes y con la lengua afuera), no puedo evitar remitirme al irredento dos punto pe, que en certera elipsis destila lo más significativo del símbolo, despojando al rostro de Medusa de todos sus atributos, excepto por esa inquietante lengua que no deja de recordarnos el terror y la locura.
El Gorgoneion fue usado ampliamente en la antigüedad como amuleto para alejar el mal. El intimidante rostro de la Gorgona, situado a la entrada de un templo o una casa, advertía al indeseado visitante que no era bienvenido. Se utilizaba para marcar límites: de acá en más está prohibido pasar, mejor no te metas. Ese gesto ancestral, utilizado por Zeus y Alejandro Magno para amedrentar a sus enemigos, hoy convive entre nosotros y ya nadie le teme, sino más bien todo lo contrario. Esto, en principio, parecería algo extraño, pero se explica por la más simple de las razones: no existe nada más delicioso y tentador que lo prohibido.

05 abril, 2010

Era la noche

Al principio me pareció extraño, pero al encontrarla en la cocina y, a pesar de mi sorpresa, tan en su casa, me tranquilicé. No me dio tiempo a que le hiciera muchas preguntas, Vamos, me dijo, que llegas tardísimo al trabajo, Qué trabajo, pregunté yo, Ya quisieras no tener que trabajar, dijo riendo mientras me entregaba el desayuno en una bolsa de papel madera y me empujaba por las escaleras: Por ahora sos taxista en Nueva York, así que mejor te apurás si querés conservar el empleo.
Al salir a la calle, aun desorientado, caminé dos cuadras a la derecha, una a la izquierda, y allí estaba mi coche. Al terminar el día había peleado con casi todos los pasajeros, me había perdido unas cinco veces tratando de volver a casa, y estaba completamente convencido de que me había vuelto loco. Mi esposa me recibió con una sopa de almejas y galletas saladas. Yo tenía tanta, pero tanta hambre, que decidí olvidar todo por unos minutos y disfrutar del banquete. No entiendo, pensé que vivíamos en Rosario, dije al terminar, no te resulta raro todo esto, Raro me resulta que después de haberte preparado tu comida favorita, y teniendo en cuenta que me puse el conjunto de encajes que ayer me regalaste, aun no te me has tirado encima. Entonces pensé que podíamos seguir hablando luego, que ahora había cosas más importantes, y que no había nada más hermoso que terminar el día a su lado y pasar juntos la noche.