11 junio, 2010

El Escudo de Atenea

Les voy a cantar la posta, la verdadera historia de como Perseo venció a Medusa.
Los detalles clásicos son moneda corriente, así que abreviaremos situando al joven héroe en la entrada del escondite, el antiguo templo de Atenea, donde la joven sacerdotisa fue presa de la lujuria del mar y pervertida en demonio.
(mira sus cuerpos de mármol asustado, sus rostros cegados en la eternidad, la rabia quieta, sus pechos inertes, inermes, inescrutables de glorias apagadas en una furia primitiva, horadados por vetas de cruento rubí)
Una serpiente puede percibir a un mamífero, por el calor que desprende, incluso a metros de distancia; con sólo extender su lengua adivinará nuestros rastros a través del tiempo. Y Medusa era mucho más que una serpiente. ¿De qué podría servirle entonces el dichoso casco que lo haría invisible? Bien en el culo se lo podía meter; no era a esos ojos a los que había que engañar.
(mil pedazos de luna, afiladas, frías y olvidadas, las armas descansan soñando muerte, un trozo de carne en que saciar su sed)
Y la espada... ¿de qué les sirvió a los que precedieron a Perseo? De nada. Ahí estaban aun, esperando, desparramadas por el piso o quietas en sus rígidos brazos.
Y, puesto que Perseo fue capaz de robar el único ojo a las tres hermanas, cabe suponer que no era ningún boludo. Se necesita astucia para enfrentar a unas señoras que nacieron ancianas y tejían intrigas antes de que se elevara el Olimpo. Estoy hablando de una astucia arrabalera; un tanto divina.
[Pasos: tierra, cielo, tierra, cielo, tierra y cielo. Aquí es siempre tierra, tierra y más tierra. El vientre contra el suelo, frío como la carne de los muertos, como espejos cargados de espanto.
Ojalá que este sea bueno, ojalá dure algo antes de morir.]
Sabía de un único escudo para el horror, pero tampoco había que llegar al extremo de Edipo. Con cerrar los ojos bastaba. Cerrar los ojos y confiar. Creer o reventar. Era la manera más fácil, más simple de entregarse. La forma de ganar su confianza.
(me desnudo de todo menos de mi, visto conmigo y mi carne y mi sangre y mi semen y los cientos de demonios que vagan por mi piel, que se retuercen invisibles y me abrazan. camino como una virgen al sacrificio, que acepta ser devorada por la divinidad, ser parte de ella)
[Sus músculos se tensan y aflojan, y vuelven a tensarse y distenderse, y a cada paso lo creo tropezar, pero es ágil como un gato, un pie tras el otro, el pene meciéndose entre sus piernas, avanza a oscuras, y se acerca mientras las sombras le queman la piel.]
Y hay que tener huevos. Y también estómago, pero sobre todo huevos. Era un tipo pintón, de eso no hay dudas. Un efebo en aquel entonces. Y te imaginás que Medusa no sabía para donde disparar, qué carajo hacer. ¿Era un mensajero, una ofrenda, un loco? Posiblemente, un poco de todo. Ella lo seguía atenta. Una duda, la más mínima alteración en su respiración, una sola feromona equivoca en el ambiente, y se iría directo al Hades, por decirlo de una forma correcta. Había que estar loco; pero la locura del hombre no es más que la cordura del cielo, y Perseo casi que era un dios.
[Le digo que se detenga. Su cara hace una mueca extraña. Me acerco y lentamente voy recordando. No es una mueca. Es una sonrisa. Cuando me doy cuenta una llama... no, un escalofrío, me recorre el cuerpo. Se queda quieto. Una hora quieto y en silencio. Quizás más. Lo observo respirar. Me acerco sigilosa y, con la punta de una flecha, trazo una breve marca en su pecho. Recoge la sangre en su mano y la lleva a su boca. Entonces dice: “Ahora me toca a mi”. Y camina ciego hacía cualquier parte, sabiendo que ahí me va a encontrar, y me encuentra.]
]) un brazo, un puente, unos pechos redondos y blancos (aunque solo pueda imaginar su blancura), finos como arena, que también son la tierra donde depositar mi cuerpo de naufrago, donde beber, recuperar las fuerzas, y más arriba su hombro. clavo mis dientes, grita, se abraza, se enrosca como si quisiera devorarme, y le digo que que ya estamos a mano. Una serpiente le muerde la frente. Son para asustar, apenas duelen. Él entierra sus dedos en mis cabellos, su aliento en mi boca. Al primer halago lo habría matado, pero calla. Y ahora ya no importa, puede decir lo que sea, pero sigue en silencio, apena si abre la boca y me muerde la lengua con sus colmillos, diez cuchillos rasgan mi espalda dulcemente. puedo hacerle sentir toda mi fuerza, pero dejo que su cuerpo húmedo resbale, la tomo de nuevo de sus cabellos, sus serpientes, que la llevan de mi boca a la cintura, donde siento su respiración agitarse, un áspid erguido y reflejado cien veces, cuando hacía tanto que no veía uno así, en todo su esplendor, y eso y empezar a frotarla por su cuerpo, y envolverla en la bífida punta de su lengua y sentir como un mar sus sabores, similares a los que él encuentra cada vez que su cola se enreda en sus labios, en su lengua, que perdida entre escamas la penetra, y desearía poder mirarle los ojos, quizás verdes como los míos, pero me contento con besarle los párpados, recorrer su rostro con mis lenguas y dejar que se hunda en mis pechos, y ahí, si quiere, que abra los ojos, que mire todo lo que quiera, y y que diga son las mejores tetas que he probado, su culo retorciéndose entre mis manos, firme y esquivo, y si no se la pongo creo que muero, pero ya sola va entrando, casi no hace falta acomodarla, es raro, más frío, caliente, y cada vez que entra es como si la sangre hirviera, desapareciera todo; y ella mientras tanto lo acaricia, lo recorre con su cola, por su espalda, por sus piernas, va acomodando la punta entre sus nalgas, y él se deja, y así siguen hasta quedar sin fuerzas, uno tendido junto al otro, en cucharita, él abrazándola por detrás ([
Entonces, ella lo acepta casi resignada, él comienza a asfixiarla haciendo una llave alrededor de su cuello. Se retuerce, su cola golpea contra el piso, trata de gritar; él tensa cada vez más sus brazos, deseando que termine rápido. Hasta que en un momento, nunca sabremos que fue primero, ella se queda sin aire, su cuello se quiebra. Lo que pasó luego, es historia conocida.

08 junio, 2010

La Literatura y la Magia

La literatura es como la magia.
Cuando uno escribe y logra sorprender, conmover, emocionar al otro, está haciendo una especie de truco. La persona que lee siente algo, pero no siempre puede explicarlo. Si el escritor comete el error de revelar el secreto (“lo que pasa es que hago esto, estaba hablando de aquello”), la ilusión se rompe, el truco queda expuesto y el lector dice “claro, era tan simple, se estaba refiriendo a eso que me había pasado y no me daba cuenta”, o algo así. Otras veces, el lector solo es el que descubre el secreto; eso lo alegra, lo llena de orgullo. Pero otras, las menos, uno escribe algo que lo llena de asombro, lo deja pasmado, y ni siquiera uno puede explicarlo. Eso es la magia.