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25 junio, 2012

Soñando Por Un Sueño

La idea es así: Los participantes se tiran a dormir. A medida que se van levantando, tienen que contar lo que soñaron. Un jurado (en donde no se permite gente con cirugías estéticas) pone un puntaje a los sueños. Al ganador, le reproducen el sueño.
Ese es el programa que haría si fuera emperador del universo.

14 mayo, 2012

Otras Vicisitudes

La primera vez que se me reveló, sin siquiera sospecharlo, que esa noche iba a hacer el amor con una mujer las cosas no fueron bien. Cuando digo que no fueron bien quiero decir que no se me paró. Buscar motivos es querer buscar excusas. Puedo decir que estaba nervioso porque la chica era muy linda, mayor que yo, y la había conocido esa noche. Puedo decir que había tomado bastante. Puedo decir que no tenía forros, y en estas épocas eso es más que motivo para ponerse nervioso. También puedo decir que iba a ser mi primera vez. Creo que ese motivo vale más que todos los otros. Esa mañana fue una de las más grises de toda mi vida. Volví a mi casa como quien vuelve de un velorio.
Siempre tuve buena suerte, el hecho de que haya dejado de ser virgen es la mejor de las pruebas. Quedamos en vernos al otro día, o quizás a los dos días. Ella vivía con una amiga que se volvía los fines de semana a su pueblo. Fue una tarde, a la hora de la siesta más bien. Sinceramente he olvidado los detalles. Seguramente yo hice todo mal y ella hizo todo bien. De eso estoy seguro. De alguna forma los astros se las ingeniaron para que esa tarde todo estuviera alineado. Con la práctica, parece cosa fácil, pero aún recuerdo la zozobra de no encontrar bien el lugar en donde meterla. Hablando de libros, se suele decir que existen dos placeres. El de leer, y el de haber leído. El placer de leer lo fui descubriendo con el tiempo. El primer placer que recuerdo fue el de haber leído, o, para dejar de lado los eufemismos, el de haber cogido. La inmensa felicidad de creer que uno ya es un hombre.
Esa tarde volví a mi casa y el mundo me parecía el mejor de todos los mundos. Una rato antes había estado jugando Argentina; había ganado un partido importante. Algo mi viejo debe haberme visto en la cara, porque a mí nunca me gustó mucho el futbol, pero ni bien llegué me preguntó si no quería que fuésemos a festejar. Sin dudarlo un segundo asentí. Subimos al auto y partimos a los bocinazos hacía el monumento. Toda la ciudad, el país entero, se juntó a festejar con nosotros.

18 abril, 2011

Pavlov In Love

Ante el frío de su existencia
ofrécele el abrigo de tus brazos
al punto que,
enciendes también la estufa.

Cuando te ofrezca sus labios
responde a sus besos con ternura
y deja caer en ellos
como quien no quiere la cosa
un bombón, un trozo de chocolate
(con almendras, si es posible)
para que sepan más dulces
tus besos.

Cuando el futuro aceche
como una sombra
sus proyectos, sus anhelos
hablale de esperanza
y pon algunos billetes
en su cartera.

Un día,
sin haberlo notado
buscará tus brazos ante la menor brisa,
tus labios cuando
se le antoje un dulce,
la caricia de tu voz
al acercarse fin de mes.
¡Tendrás una fiel compañera!

26 octubre, 2010

Las mujeres no me leen

Las mujeres no me leen. Ojo, no digo que no me lean a mí, porque a mí sí me leen, de hecho, soy bastante predecible en algunas cosas, y con el tiempo me van adivinando fácilmente. Tampoco hablaba de mis cuentos. Realmente no podría decir que las mujeres me leen menos que los hombres y, así no leyeran mis cuentos, que por otra parte casi nadie lee, no sería eso de lo quiero hablar.
De lo que quiero hablar, o mejor dicho escribir, es de que las mujeres no me leen. Aunque dicho así es confuso. Mejor sería decir que “mis mujeres no me leen”. Y digo mis mujeres para referirme a las mujeres que están conmigo, aunque en realidad no sean mías. De hecho, no se me ocurre que una mujer pueda ser de nadie, salvo de sí misma. Claro que, si tuviera una hija (yo, no la mujer que es de sí misma), entonces sí diría que es mía. Porque yo la hice. Pero eso al principio, hasta que ella empiece a hacerse sola. Y ni idea cuando uno empieza a hacerse uno, pero en algún momento será, de eso no me caben dudas. Por tanto si tuviera una hija, ahí sí, sólo ahí, diría que es mía. Y también de su madre, claro; aunque no por eso menos mía. Y posiblemente su madre sería una de esas que no me leen, de las que yo digo que son mis mujeres, pero en realidad nos son mías.

28 mayo, 2010

El Azar y la Fe

Dios nos vive poniendo a prueba y, desde que elegí caminar a su lado, nunca me ha fallado, ni yo a Él.
Mi padre siempre decía que si no fuese por el hábito, yo no sería más que un sinvergüenza. Sin embargo, no puedo aceptar de buena gana tal aseveración. En la congregación que dirijo nadie duda de mi sinceridad. ¿Quién quiere en el púlpito a uno de esos charlatanes que hablan del fuego y nunca se quemaron? Todos saben que mis consejos, mis sermones, provienen de Dios, pero también de la experiencia.
Nadie ignora el hecho de que me gusta el juego, ni yo lo ando ocultando. Además, si tengo inclinación natural al mismo, es porque Dios así lo quiso, y como explicó San Pablo a los Corintios, es el deber de todo hombre seguir su vocación. Antes he de sufrir mil penurias que ir en contra de la voluntad Divina. Y sépanlo: cada mañana, al abandonar derrotado la mesa de los naipes para ir a dar misa, al doblar la esquina, Dios me espera para darme ánimos; para recordarme que mi esforzado ejemplo debe de servir de admonición a los creyentes. Sólo el temor a pecar de vanidad me impide pensar en el sacrificio que realizo día a día por el bien de los demás. Y sé bien que Dios así lo quiere.
Yo nunca especulo con las cartas. Nunca miento ni trato de correr a nadie. Mi juego siempre es el mismo, manso, tranquilo, a la espera de esa bendita carta, ese as en la última mano que haga torcer la partida y nunca, pero nunca, sale. Y tanta mala suerte no puede ser casualidad, hermanos. El que esa dichosa carta nunca salga sólo puede obedecer a un designio divino. Dios me quiere desafortunado en el juego, pero asaz en santidad. Si no, aunque sea una vez, tan siquiera una vez, me dejaría ganar. No puede ser de otra manera.
Amén.

26 abril, 2010

El dos puntos pe

Sin lugar a dudas nos encontramos frente a uno de los signos más ricos y enigmáticos surgidos a raíz de las nuevas tecnologías. Su mera contemplación nos llena de extrañeza, felicidad, terror, furia, complacencia, sarcasmo, nauseas y mareos. O al menos un subconjunto, a veces vacío, de dichas emociones. Es que su naturaleza indómita y pretenciosa no se contenta con la mera enunciación de una idea, y a veces incluso sospechamos que desea abarcar todo el lenguaje.
La historia de los emoticons, desde su invención en 1857, pasando por la revista puck hasta las novelas de ciencia ficción del 40, es por todos harto conocida. Pero no es hasta la llegada de Internet que estos, aunque más bien debería decir éste, cobran real preponderancia en el lenguaje de otakus, floggers, emos, compadritos y orilleros. Todos nos hemos enfrentado a estos (los emoticons, aunque también a los emos) más de una vez, y todos hemos sido derrotados varias veces por el mismo, el inefable dos puntos pe.
Su significante es harto conciso: el signo “dos puntos” seguido de una letra “pe”, preferentemente mayúscula, o sea, :P. Su significado, en cambio, es un oscuro pozo en el que se ahogan los anhelos de compresión y entendimiento de todos aquellos que se topan con el mismo. Idealmente, y despojado de todo trasfondo, el signo se interpreta como un rostro mostrando la lengua. Los dos puntos representas los ojos; la letra pe una boca en la cual sobresale la lengua al costado. Pero detengámonos en un detalle: si observamos el trazo de sus labios, notaremos que esta boca no sonríe ni demuestra amargura, y éste es uno de los puntos que más empañan su interpretación.
Habiendo establecido y estudiado sus rasgos superficiales, echemos un vistazo al signo en acción. Mi primer encuentro con el dos puntos pe fue al comenzar mi relación con Amelia. Yo entonces trataba de seducirla insinuándome con frases poco pudorosas a través del chat, cuando apareció ante mi ese rostro incitándome, su lengua que asomada entre los labios, golosa, acariciándolos cómplice.
El dos puntos pe confirmaba su excitación. Mi táctica está dando resultado, me dije, pero como no quería propasarme en el primer encuentro, opte por introducir un chiste con el cual templar el ambiente. Grande fue mi sorpresa al ver nuevamente esa lengua. En un principio pensé que quería seguir con el cachondeo, pero luego, al aguzar la vista, distinguí que tan sólo era un gesto inocente, que esa pe tan sólo escondía una sutil y juguetona replica a mi broma, símil al gesto del niño que enseña la lengua.
Con el tiempo nos fuimos conociendo y hasta nos enamoramos un poco y, cuando sentí que había llegado el momento, decidí abrir mi corazón y proponerle que me acompañase en una sesión de masoquismo mellada con algunas otras prácticas sexuales poco ortodoxas a las cuales era adepto en aquellas épocas. Lo que nunca hubiese imaginado sucedió: se había roto el encanto. Amelia, asqueada ante mi propuesta, me enseñaba un rostro crispado por la repulsión, la legua afuera, como si estuviese a punto de vomitar. En ese momento sentí que el dos puntos pe era inequívoco, terminante. Pero también cabía la posibilidad de que fuera una legua socarrona, que hubiese tomado mi declaración como una mera chanza, un chiste de los que solíamos hacernos, después de todo ella tampoco era una monja y siempre bromeábamos con frases subidas de tono. Sin saber que hacer, y aprovechando que mi mejor amigo estaba conectado, pedí su consejo. Me respondió que para él, sin lugar a dudas, esa lengua se estaba relamiendo los labios en señal de deseo, que siguiera adelante. Quedé completamente perplejo, desahuciado, no sabía que responder.
Podría terminar de contar esta historia, pero seguramente ustedes habrán pasado mil veces por situaciones similares. Prefiero no aburrirlos y seguir con otros ejemplos de la enorme y desesperante versatilidad de este signo lingüístico.
Me vienen a la mente un sinfín de situaciones, aunque no en todas he sido yo el protagonista. Por ejemplo, el otro día una amiga me contaba que cada vez que le cuenta su novio como le fue en el día, no tarda mucho en verlo asomar la lengua en señal de cansancio y hastío, como pidiéndole que se calle. Ésto no es nada raro, sé de mucha gente que al conectarse por las noches, luego de un arduo día de trabajo, al ser interpelada acerca de cómo anda responde siempre con el simpático dos puntos pe para indicar que está muerta de cansancio. O cachonda, o asqueada, todo depende del día, claro.
Una de las historias que más me llamó la atención fue la que me refirió un taximetrista durante un viaje desde el Monumento a la Florida. Resulta que el tipo andaba de trampa con una mujer que había conocido en el taxi. Una mina de guita, que parece se le había enamorado. La mina se había casado por interés, y él le decía que lo deje al marido, que se vaya a vivir con él, pero ella no se animaba. Entonces un día estaban meta chatear y chatear que consigue convencerla, y ahí mismo la mujer se pará y le cuenta todo al esposo. Le dice que lo va a dejar. ¿Y entonces que pasó? Él le preguntaba pero la mina del otro lado nada. Ni una palabra. Y medio que se empezó a preocupar, y ya casi que estaba por llamarla por teléfono, cuando vio el siguiente mensaje: “mi marido... :P”. Y claro, no entendía nada. La mina muda, ni una palabra, no atendía el teléfono. En principió pensó que el tipo se le había cagado de risa, que se había burlado. Estaba hecho una fiera, lo quería cagar a trompadas. Al final, después de un par de días, volvió a comunicarse con su amante. Parece que al enterarse del asunto, el marido se había ahorcado ahí mismo, después de discutir con ella. La mina lo había encontrado así, colgando del techo, con la lengua afuera, y a falta de palabras, sólo había podido apelar al oscuro signo para describir el cuadro.
Como verán, el dos punto pe se presta para todo, desde la rebeldía adolescente hasta las consultas médicas por chat, tan en boga hoy día en las regiones rurales y los universos virtuales. John Pasche, un precursor sin lugar a dudas, se habría inspirado en el mismo a la hora de crear el conocido logo de los Rolling Stones. Es difícil comprender hasta que punto este signo está inserto en nuestra cultura, y no es cosa de ahora, ni siquiera de hace un siglo, la cosa viene de mucho antes.
Al ver en el escudo de Atenea el Gorgoneion (la cabeza de Medusa, hirsuta de sierpes y con la lengua afuera), no puedo evitar remitirme al irredento dos punto pe, que en certera elipsis destila lo más significativo del símbolo, despojando al rostro de Medusa de todos sus atributos, excepto por esa inquietante lengua que no deja de recordarnos el terror y la locura.
El Gorgoneion fue usado ampliamente en la antigüedad como amuleto para alejar el mal. El intimidante rostro de la Gorgona, situado a la entrada de un templo o una casa, advertía al indeseado visitante que no era bienvenido. Se utilizaba para marcar límites: de acá en más está prohibido pasar, mejor no te metas. Ese gesto ancestral, utilizado por Zeus y Alejandro Magno para amedrentar a sus enemigos, hoy convive entre nosotros y ya nadie le teme, sino más bien todo lo contrario. Esto, en principio, parecería algo extraño, pero se explica por la más simple de las razones: no existe nada más delicioso y tentador que lo prohibido.

21 noviembre, 2009

De los pies a la boca

-Usted no se imagina con las ansias que he esperado esté momento.  
-No me diga nada, se exactamente lo que siente. Yo siento lo mismo.
-He soñado con sus pies todas las noches desde que la conocí, y más de una vez también durante el día, debo reconocer.
-Me alegra mucho que así sea, espero no desilusionarle.
-El otro día note su dedo gordo asomándose en el extremo de su sandalia, dé por seguro que no me desilusionará, no sabe los bien que la pasaremos. Ya mismo puedo imaginar como está noche recorreré sus pies con mis labios, puedo imaginar su sutil sabor, la acerba textura de su planta y la suave caricia de su lomo.  Me estremezco de sólo considerar los ocultos rincones que se esconden entre cada uno de sus dedos, dóciles y estrechos, plácidamente surcados por mis labios y mis manos.  
-Sus palabras tiñen de anémona y rubí mis mejillas,  es usted todo un caballero Sr. Osvaldo.
-Sólo ante una verdadera dama un hombre descubre sus verdaderos atributos de caballero. Y... Amanda... ¿Está bien que le diga Amanda? Dígame simplemente Osvaldo, Osvaldo a secas.
-Está bien... Osvaldo.
-Como me gusta oír su voz, Amanda.
(Se acerca el mozo)
-Yo voy a ordenar el lomo a la mostaza con papas noisette. ¿Usted que desea ordenar?
-Yo un licuado de banana, grande, nada más.
-Había pensado en que acompañásemos la cena con un vino Amanda, pero viendo lo que usted ha ordenado no creo que sea conveniente.
-Oh, no, para nada. Tomemos un vino... Osvaldo. Licuado de banana con un syrah es un maridaje perfecto, ¿No no le molesta que sea syrah, no?
-Al contrario, me encanta. Que sea un syrah por favor...
(El mozo se aleja)
-Debí haberle aclarado al mozo que el licuado lo quería en un vaso grande.
-¿Cree que no se dará cuenta?
-Una vez fui a cenar a un restaurante muy paqueto en recoleta, y yo siempre ceno con un licuado de bananas, desde los trece años, también habíamos ordenado vino, justo como hoy, y usted no  se imagina... Me lo trajeron en un plato hondo, como si fuese una sopa.
-¿Y estaba rico?
-Nada feo, tengo que reconocer, pero no es el caso. Un licuado no se sirve en un plato hondo. A veces la gente se deja llevar demasiado por el snobismo. Para mi las cosas hay que hacerlas como si uno acabase de levantarse un domingo al mediodía en su casa.
-Comprendo, no tiene que decir más.
-Tampoco hay que exagerar, claro está. Uno no sale en camisón a la calle.
-La imagino en camisón y me cuesta contenerme. No me cuente nada, no me diga si es de una o dos  piezas, o si lo usa con ropa interior debajo... O quizás no sea más que una vieja tanga que atesora lo más intimo de sus...
-Bueno, le puedo decir de algo que llevo siempre en la cartera, pero no quiero desviarlo de sus pensamientos.
-Yo junto a usted, en cambio, sólo pienso en desviarme, en derrapar en cada curva de su cuerpo. En   beber sus ojos hasta ahogarme en esos espejos de agua que cubren lo hondo de su...
-Ah, no! No me venga con los ojos.
-¿Cómo?
-Los ojos, los ojos... no hay nada que esté más sobrevalorado que los ojos. No soporto a la gente que se deja deslumbrar por los ojos. Pura porquería. Sabe qué es lo que realmente vale la pena. La boca. La boca es la puerta del alma. Es inútil comparar a ese par de señoritos mirones con la vehemencia que va desde la palabra hasta el mordisco, que es capaz de descubrir mil formas ocultas en la piel, un universo de sabores que los ojos jamás siquiera presentirían. ¿Quiere conocer realmente a alguien? Lléveselo a la boca. Si los ojos pudieran darnos tan sólo un décimo de lo que la boca nos da, para ser felices nos alcanzaría con las vidrieras. Y esto la naturaleza lo sabe bien. De qué forma reconoce un niño al nacer a su madre: por la boca, al buscar la teta. Y es esa posiblemente la primera sensación placentera que uno siente en la vida. Y que desilusión debemos  de llevarnos al ir probando el resto de los sentidos, y encontrarnos con la vista, tan sobria en comparación a la exuberancia chupar una teta. Pero no nos detengamos ahí. La materia misma de nuestro cuerpo entra a nosotros a través de la boca, y lo más destacado de nuestro ser, la palabra, se expresa a través de la boca. Llévese un choripan a la boca, y al masticar se revelaran arcanos que escapan del alcance de toda exhortación, incluso esta. Arrójese al cuello de su enemigo y hunda sus dientes en la yugular, y qué después le vengan a hablar de miradas que matan. No, querido, las miradas son cosas de niño.
(Entra el mozo y deja la comida en la mesa)
(Amanda agacha la cabeza hasta el plato con licuado y da unos sorbos con la lengua)
(Osvaldo, pasando el cuerpo por arriba de la mesa, se acerca a sus labios y le limpia la boca a lengüetazos. Luego toma el bife de lomo con la mano y pega un mordisco, sin que este llegue a ceder)
(Amanda muerde el otro extremo y ambos tironean en forma sensual mientras mastican el bocado)
(Osvaldo la mira con ojos enamorados)
(Una cachetada le cruza el rostro)
-Me estabas mirando raro -aclara ella.
-Mejor terminamos esto y nos vamos -dice mirando el reloj.
-Uy! Sí, hay que pasar a buscar a los chicos, mis viejos se deben estar durmiendo ya.

24 septiembre, 2009

Preguntas Frecuentes

En el tiempo que va desde que abrí el blog hasta aquí han pasado muchas cosas que han ido modificando la cotidianidad de mi vida y, aunque mucho me pese reconocerlo, y mucho he hecho para evitarlo, la llegada de la fama es uno de los hechos que más ha marcado mi devenir en los últimos meses. Es así que a diario, intersectándome rumbo al trabajo, reconociéndome en bares, o incluso, en reuniones familiares, la gente, mis admiradores, se acerca con diversos motivos. Algunas veces, muy de vez en cuando en realidad, es para felicitarme (ya que me saben esquivo de las vanidades). Otras, para sugerirme algún tema que les gustaría que toque en el blog. Pero sobre todo, la mayoría de las veces, mis lectores se acercan en busca de respuestas, apelando a mi sutil y sagaz intelecto.

Con el fin de ahorrarles tiempo, y también de poder llegar a todos aquellos que me leen desde los más recónditos rincones del planeta (y no tienen posibilidad de encontrarme en la calle, ya que al igual que Socrates soy reacio a viajar), he decido publicar un compendio con las respuestas a las preguntas más frecuentes con las cuales suelen interpelarme mis lectores.

¿Qué hora es?

Pregunta de aparente inocencia, pero si nos fijamos bien, en su casual y distraído enunciado se esconde el inabarcable misterio del tiempo -silenciosa marea oceánica que envuelve y arrastra nuestra existencia-.

Desde los más pueriles intentos de pensamiento, pasando por Heráclito, Platón, San Agustín, Kant, Leibniz y Newton, y llegando hasta Einstein y la relatividad, sin mencionar la cuántica, dar una respuesta acertada a esta pregunta no es tarea fácil, y siempre que uno lo intente habrá lugar para debates. Pero sin ir tan lejos, simples cuestiones como los distintos husos horarios ya de por sí dificultan la tarea. Por ejemplo: ¿Ante un admirador español, que por casualidad recorre las calles de Rosario, debo responder la hora en Rosario o la de España (y acá habría que ver si el tipo no es de las canarias, lo cual complicaría aun más la cosa). Es más, en el siglo XVIII los jesuitas utilizaban como referencia el meridiano de Salamanca, mientras que la armada española utilizaba el de Cádiz, recién en 1884 se logró unificar el meridiano en Greenwich, el cual sirve para definir los husos horarios actuales. ¿Ahora bien, si el que pregunta se tratase de un acólito de la Compañía de Jesús del siglo dieciocho, entonces, qué debería responder? Sí, ya sé que esto no es lo más habitual, pero uno debe tratar de cubrir todos los frentes. Sin dudas, estas consideraciones, y acaso también otras que aquí no mencionamos, atormentan a mis desesperados admiradores -esto es fácil de adivinar en su actitud impaciente y nerviosa- mientras esperan una respuesta. Así es que yo, ser de altas cualidades contemplativas, pero sin descuidar jamás el lado pragmático de las cuestiones, respondo: son las lahorahs

¿Cómo llego a Pellegrini y Dorrego?

Casi siempre se acercan tímidos: ¿Disculpe, puedo hacerle una pregunta? Claro, respondo, me debo a mi público. Entonces ahí, sin poder disimular la desesperación de sentirse perdidos, me tiran el bardo. Debo reconocer que está inquietud desenfrenada por la historia es de lo más común entre aquellos lectores que me encuentro vagando por las calles. Claro que no siempre es exactamente la misma pregunta: a veces es Pellegrini y Roca, otras Pellegrini y Mitre, aunque tampoco es raro que sea simplemente Pellegrini, o por que no Rosas. Pero aunque el prócer vaya variando de lector en lector, siempre queda como invariante ese apremió por acercarse, por conocer, la vida de aquellos que otrora fueron los protagonistas de la historia argentina, ante lo cual rápidamente intuyo su desesperación y su extravió.

Antes que nada debo advertirles que su búsqueda está condenada al fracaso. Ya de por si, tratar de llegar a las personas que conviven con nosotros día a día, que se han criado a nuestro lado, que ríen y sufren con las mismas cosas que nos hacen reír y llorar, no es tarea tarea fácil. Ahora, cuando a quién tratamos de alcanzar, de comprender, de vislumbrar tan siquiera, es un hombre de historia, un artífice de nuestro presente, un mojón en el camino por el cual nunca volveremos a pasar, la cosa se torna imposible. Es que acaso esos hombres, además de cultivar la codicia y detentar el poder, se atrevieron a soñar un futuro, un desenlace para esa historia de la formaron parte, y por tanto, es que sin lugar a dudas nos pensaron a nosotros, en tanto futuro, no ya como somos, sino como nos hubiesen deseado. Por ende, para poder llegar a ellos, forzosamente debemos llegar a también a nosotros, pero no nosotros tan cual somos, sino tal cual nos habrían pensado, para lo cual deberíamos olvidarnos de nosotros tal cual somos, pero si nos olvidamos de nosotros tal cual somos, entonces quién pensaría a aquel que nos estaba pensando. Siempre que uno emprende tales búsquedas, a menos que sea capaz de detectar esta paradoja, termina perdido y desesperado, vagando por las calles. Es por eso que cuando me encuentro con alguno de mis lectores en dicho estado, les recomiendo que doblen a la derecha un par de cuadras, que luego giren a izquierda otras tantas, y que si allí no encontraron lo que estaban buscando, vuelvan a preguntar.

¿Dónde queda el monumento?

¡Ajá! Qué pregunta ésta, señores y señoras. Tengan el agrado de apreciar la trampa y la sutileza que encierra este enunciado. ¿Dónde queda el monumento? El incauto, el distraído, no tardaría dos segundos en caer en el engaño; en asumir que se nos está interrogando acerca del monumento a la bandera -visita obligada para todos aquellos que vienen a conocer Rosario-. Pero no, señor. ¡Yo conozco a mis lectores! ¿Puede ser acaso un vano y caprichoso amontonamientos de piedras un monumento para ellos? De ninguna manera. La pregunta, así como fue enunciada, está destinada a calar en lo más profundo de nuestra alma ¿Dónde está el monumento? Y fíjense que que por decir monumento así, sin referirse a ninguno en particular, debemos asumir que se refiere al monumento a la quintaesencia de la cosa: el ser. Y eso, digo sin amedrentarme, es una pregunta digna para quien les habla.

Entonces es que asumo la tarea que se me ha encomendado, apoyo mi mano sobre el hombro de mi interlocutor, concentro todo el poder de mi mirada en lo más oscuro de sus almas y, con tono apodíctico y seguro, respondo abriendo las puertas metafísicas de su búsqueda con las siguientes palabras: ¿Dónde queda el monumento?

¿Te podés mover, pelotudo?

Con varios de mis fans, aunque a algunos nunca les haya visto la cara, debido al intercambio de comentarios en la web, nos une lo que se podría llamar amistad. La confianza que tenemos nos permite granjear ya las desgastantes formalidades de la etiqueta y dirigirnos el uno al otro de forma más descontracturada, haciendo uso de la chanza y la chabacanería.

Esta pregunta es un claro ejemplo de ello, ya que los argentinos de por sí, y aunque suene extraño, solemos tildarnos de “boludos”, “tarados”, “hijos de puta”, o, por qué no, “pelotudos”, sólo con el fin de expresar afecto. Así es como yo lo entiendo, y no me molesta en absoluto utilizar estos códigos, siempre y cuando sepa cabalmente que esto responde a la afición que los lectores sienten hacia mi persona.

Generalmente esta pregunta es más bien retorica, y no vale la pena una respuesta en sí para la misma, sino que más bien trato de devolver algo del cariño que recibo de mis fans, que usualmente suelen estar circulando en su automovil (por lo cual nos es vedado la palmada o el abrazo), y le grito desde la calle algo así como: Por qué no te vas a la reputa madre que te los re mil pario, conchudo del orto. De más está decir que, cuantos más insultos contenga la frase, mayor es el grado de apego que nos une.

¿Tenés cambio?

No, no tengo. Soy así, que se le va a hacer.

20 agosto, 2009

Nuevos Aforismos

Dichoso aquel que lleva todas sus deudas al día, pero más lo es quien le cobra.
Todo lo que desees será tuyo, pero antes tendrás que hundir en la miseria a un montón gente.
Al que madruga dios lo ayuda, pero al que puede dormir hasta tarde directamente lo mantiene.
Más vale sufrir por amor que por sífilis.
Quién haya encontrado la felicidad, la fama y la fortuna... ¿me diría como hizo?
Para las mujeres los albañiles no sólo levantan edificios sino también ánimos.
Aquel que duerme todo el día... ¿acaso no se pasa la vida persiguiendo sus sueños?
El fin justifica los medios, pero... ¿quién justifica a los cortos y los largos?
Cuanto más se esfuerza el fin en justificar los medios, más sencillo le es a los principios condenarlos.
No insista. Si no está dispuesto a matar, la conducción del sindicato jamás será suya.
Si la gente ha de arrodillarse ante ti, al menos ten la decencia de que el piso esté limpio.
No es que todos los colectivos me dejen en la esquina, es a veces me gusta caminar un poco antes de llegar a casa.

28 julio, 2009

Cuatro finales para un cuento fantástico

En la antología “Cuentos breves y extraordinarios” de J. L. Borges y A. Bioy Casares se incluye el cuento que transcribo a continuación:

Final para un cuento fantástico

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!

La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.

-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!

-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

I.A. Ireland

El mismo es atribuido por los autores a un tal I. A. Ireland, que vaya uno a saber si no es otra más de las invenciones a las que este par nos tenía acostumbrados.

De todas formas, el tema acá es otro. Como ya ustedes habrán notado, el título del cuento encierra en sí una invitación a imaginar un principio para el mismo, así que de revirado nomás se me dio por fabular cuatro finales que copio a continuación (los finales son independientes uno del otro):

1.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

De a poco, el hombre fue olvidando este episodio al tiempo que comenzaba a construir sus recuerdos. Había quedado atrapado en su vida.

2.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

En su desesperación, el hombre comenzó golpear la puerta, la cual permaneció sorda y muda a sus reclamos. Agotado, luego de limpiar la carne de los huesos de sus manos, se dejó caer en el suelo y se arrastró hasta un rincón. Abrazado a sus rodillas, se resigno a un lastimoso llanto, cuando de repente apareció ella y le dijo -¡Cómo te cagaste, guacho, eh!-, al tiempo que le abría puerta.

3.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

El hombre permaneció en silencio. Al principio le costó ver, pero cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad pudo distinguir claramente las formas de una estatua viviente, un boy scout y un corredor de bolsa atrapados junto a él en el cuarto. El horror acababa de comenzar.

4.

Pasó a través de la puerta y desapareció.

Puta madre -pensó en silencio-. Me la han vuelto a hacer.

Buscó en el bolsillo de su saco y dio gracias a dios de que aun quedase media botella de brandy, de la cual bebió de un solo trago hasta no dejar más que unas cuantas gotas en la misma. Tienes que calmarte, Gerace -se dijo a si mismo mientras contenía una fuerte arcada en su garganta-. Hay que ver las cosas en perspectiva.

Dicho y hecho se alejó cinco pasos de la puerta y escudriño la habitación palmo a palmo hasta que, luego de mirar por quince minutos, dio un grito de alegría. Lo sabía -dijo-. Esa perra estaba tan o más borracha que yo; se ha olvidado de cerrar la ventana, si logro atravesarla seré libre. Estos fantasmas de hoy ya no son lo que eran, lo que se reiría Phil si aun estuviese vivo...

Más allá de que la ventana estaba a menos de un metro de altura Gerace tardó un día y medio en lograr pasar a través de ella. Al final, la justicia prevaleció.

27 julio, 2009

Amistad

Hace ya varios años estábamos con los pibes en el Berlín, un bar donde se realizan espectáculos y luego se torna en boliche. En el sótano del mismo se encuentra la pista de baile (soy generoso al llamarle así), y arriba, en el bar propiamente dicho, está el escenario en el cual se desarrolla esta historia. Estaba ya por cerrar y con un amigo y otra gente -entre los que se encontraba uno de los dueños del bar- estábamos en una mesa tomando algo cuando de repente alguien alerta “¡Hay un flaco bailando arriba del escenario!”.

El dueño del bar -conocido de mi amigo- empieza a buscar con la mirada a la gente de seguridad, en tanto que mi amigo, el Pillo llamémosle (invento apodos para encubrir su verdadera identidad), me dice “Es el Oreja , boludo!”. Sin perder tiempo trato de tomar las riendas de la situación. “Es amigo nuestro”, le digo al dueño tratando de calmar los ánimos, “Debe estar muy en pedo. Yo ahora lo bajo, no pasa nada...”. Dicho esto salgo rumbo al escenario donde el Oreja se contorsiona de formas que, porque somos amigos, y sólo por eso, podríamos denominar como baile. Cuando llego al mismo, veo en su cara dibujarse una sonrisa mayor aun a la que traía puesta al tiempo que, agitando los brazos, me invita a un abrazo.

Mientras, en la mesa, el Pillo trataba de ganar la indulgencia para el Oreja explicando que seguramente se había tomado unas copas de más, que era un buen flaco, que se lo bajaba y listo, la típica... Cuando de repente al dueño del bar se le ponen los ojos grandes como carozos y exclama “¡Ahora están los dos bailando!”, y agrega consternado. “¡Y en bolas!”

Y claro, es que cuando llegué al escenario, al igual que cualquiera haría con un amigo, ni se me cruzó por la cabeza rechazar dicho abrazo. Entonces, mientras nos abrazábamos, comprendí que él ignoraba por completo que yo estaba ahí para bajarlo. Por el contrario, y como es lógico, asumió que yo estaba ahí para acompañarlo en el baile. Así que, cuando vi que se bajaba los pantalones y empezaba a dar saltos, no pude hacer otra cosa más que bajármelos yo también y ponerme a saltar.

Esto no duró ni cinco segundos que ya venía uno de los de seguridad a sacarnos, y bien que hacía, ya que ese era su trabajo (pero no el mio). No hizo falta que dijera nada que ambos bajamos juntos del escenario y, al unísono, entonamos un “Ya nos vamos” mientras el mismo nos acompañaba hasta la puerta.

A la semana siguiente, cuando volvimos -porque siempre se vuelve al Berlín-, los de la puerta se reían y comentaban “Ahí viene los strippers del Berlín”, mientras, más con tono de invitación que carácter admonitorio, nos aconsejaban “Hoy no se vayan a desnudar, eh”.

23 junio, 2009

El Desdichado

Canta, oh musa, la desdicha del Topo Aguirre; a quien el hado funesto trató con tal saña como pocas veces se ha visto.

Hubo en el principio un niño frágil e inocente que bajo el amparo de sus preclaros y dilectos padres

supo probar la ambrosía del amor y soñar un futuro brillante. Mas habiendo su padre descubierto a su madre gozando en manos del jardinero, plúgole a este quitarse la vida, pero no sin antes también arrebatársela a ella.

Lóbregos y siniestros hogares fueron testigos de sus pesares tras el acerbo suceso donde, a mal menor, fue pasto de los vicios y bajezas a los cuales se entregaban aquellos encargados de su guarda. Así y todo, hecho ya un hombre, y habiendo ganado el apodo de Topo, amén a su habilidad para esconderse hasta debajo de la tierra cuando era necesario, logró arribar al mundo de extramuros con las esperanzas cuasi intactas, o al menos, no tan maltratadas como otras zonas de su alma, por no querer acordarnos de su vejado cuerpo.

Precario en habilidades, pero también en pretensiones, a fuerza de sudor y sangre fue consiguiendo hacerse un lugar, o más bien un hueco, en el que acomodarse por las noches y trabajar durante el día. Y así, trabajando trabajando, ciertas recompensas y premios fue ganando. Claro que estos no pasaron desapercibidos, de tal modo que la admiración de las mujeres, y la envidia de los hombres, dieron por fruto que estos últimos, siempre mezquinos, urdieran un plan para quedarse con sus prendas, arruinar su reputación y quitar de en medio su fastidiosa presencia.

El plan dio resultado. El Topo fue a parar a la Cárcel, donde su grácil figura, producto de las hambrunas y trabajos padecidos, le hicieron ganar el incómodo aprecio de los demás reclusos. Aprecio que por otra parte él no compartía. Sin embargo, durante este periodo, por primera vez en su vida de suplicios encontró un hombro fraterno en el cual apoyarse. Se trataba del Cholo Quinteros que, al verlo partir nuevamente hacia la libertad, lo puso en contacto con su familia para que le dieran una mano.

En una humilde casa de adobe conoció a la madre del Cholo, que le ofreció un guiso caliente y reconfortante que le devolvió el alma al cuerpo y le hizo olvidar sus penas. Conoció también al padre del Cholo, que lo recomendó para que trabajase a su lado en una obra. Y, por último, conoció en detalle a la hermana menor del Cholo, de quien se enamoró perdidamente. Grande fue la sorpresa del Cholo al salir de la cárcel cuando su viejo amigo lo puso al corriente.

-¡Pero es una nena! -se oyó retumbar el vozarrón mientras ponía un puño en alto-. Trece años tiene nomás la pendeja. Te voy a matar, hijo de una re mil puta y la recalcada concha de tu madre.

Y así fue que, moretones más, moretones menos, el Topo Aguirre dio un paso al costado de aquella historia y volvió a salir en búsqueda de nuevas desventuras; las cuales fue encontrando: conoció la traición y el desengaño hasta el punto de poder distinguir entre sus variedades hasta la más ínfima de sus sutilezas. Probó el amargo sabor del fracaso tantas veces como algo se propusiera. Olfateo el terror y degustó el miedo con la misma maestría y detalle que un sommelier analiza un gran vino. Fue humillado, ultrajado y degradado a tal punto que el estoico más recio quebraría en llanto de tan sólo imaginar sus infortunios.

Feliz anda por la vida el Topo Aguirre. Feliz pues le encontró el punto flaco a su sino. Feliz porque entre tanta vileza y mentira logró aferrarse a la única verdad que no le fue traicionera. O como él diría con su tosca voz: No es que no tenga de qué quejarme, vio. Pero prefiero aprovechar lo que hay, que mañana le aseguro que voy a estar peor.

30 abril, 2009

El Asado

Que el asado es algo muy groso, prácticamente no hace falta decirlo. Es algo que se sabe; que todos sabemos. Y de ahí que, como toda gran verdad, es fácil de aceptar pero difícil de demostrar. Su carácter, prácticamente axiomático, nos empuja a convivir con su existencia sin necesidad de ponderar o siquiera cuestionar la misma. Y he aquí el quid de la cuestión, pues sin ánimos de demostrar, pero si de exaltar esta verdad, procedemos por el conocido método de reductio ad absurdum para lograr nuestro objetivo. ¿Como sería el mundo sin asado? Está es, ni más ni menos, la pregunta que trataremos de responder a continuación.

Sin lugar a dudas, una de las consecuencias inmediatas sería que el tamaño del ego de los argentinos se reduciría a niveles comparables al de pueblos hermanos como el chileno o el paraguayo.

Se abandonaría la producción de carbón vegetal para el público, y por qué no para siempre, o acaso tiene alguna otra finalidad el mismo.

La gente, desorientada, no sabría a quien aplaudir luego de una comida al aire libre.

Chorizo y morcilla pasarían a ser palabras que aludirían únicamente al miembro masculino, y ya nadie sabría bien por que.

Los vegetarianos comenzaría a ser aceptados por la sociedad como iguales, e incluso hasta casi que se los comprendería.

El locro y las empanadas recobrarían el antiguo esplendor del que gozaran en las viejas épocas.

Aumentaría la producción de hornos de barro, de eso no caben dudas, pero no sería lo mismo.

Las abundantes escenas en que se celebran hecatombes y consecuentes asadazos que describe La Odisea dejarían de tener sentido y, con el tiempo, se inventarían nuevas aventuras para de a poco ir remplazar esos pasajes incongruentes en que la gente no hace otra cosa que comer animales asados y llorar la desgracia del héroe. Aunque no hay que dejar de tener en cuenta que también cambiaría radicalmente la historia en sí; ya que al no caer los marinos de Ulises en la tentación de comerse el ganado de Helios, no habría tampoco necesidad de que Zeus hundiese luego su barco, aumentado así las desgracias y la soledad de nuestro héroe.

Por último, y esto es incuestionable, comenzaríamos a perder la profunda y antigua fascinación que sentimos aun hoy día por el fuego (primer avance tecnológico significativo de la raza humana) y junto con está, pilar esencial en el que se inspiraron los siguientes avances, gradualmente se iría perdiendo también el interés por la tecnología y la ciencia en general. Ya no habría motivo o pulsión que nos impeliese al dominio de la naturaleza. De a poco, las viejas maquinarias dejarían de funcionar, los satélites colisionarían unos con otros en el cielo y los barcos serian tragados lentamente por el mar. La humanidad dejaría de ser tal cual la hemos conocido.

24 marzo, 2009

Relatos de Juan


Allá por el año 96 o 97 en un taller literario al que concurría nos dieron una consigna de escribir en algo así como una hora, o quizás menos o más tiempo, varios relatos cortos. No recuerdo exactamente cual era la consigna, pero más o menos así venía la mano. Por ese entonces yo había leído algo de las Historias del señor Keuner de Bertolt Brecht y visto en Caloi en su tinta unos cortos checos, creo, que trataban sobre sobre sucesos poco probables que que se iban concatenando hasta llegar a conclusiones desopilantes (el abc de la comedia básicamente). Teniendo estas dos cosas en mente a mi se me dio por escribir los siguientes relatos, a los que siempre tuve cierto aprecio.
Relato 1
Juan compra una alfombra. Paralelamente a este suceso, sus hijos, frente a la negativa su padre a dejarlos tener mascotas, meten de contrabando un gato callejero a la casa. Pasa una semana y la casa termina infestada de pulgas. Juan no encuentra otra explicación que el que éstas hayan venido con la alfombra, así que enfurecido, la carga en el auto y se va al negocio a reclamar. En el negocio no aceptan el reclamo y Juan , para acabar con las pulgas y tomar represalias, decide prender fuego la alfombra en la puerta del local. Mientras, sus hijos, para que el padre no se de cuenta de que las pulgas continúan a pesar de que ya no está la alfombra, deciden llamar a un fumigador. Al llegar Juan a su casa, ve humo saliendo por debajo la puerta y piensa que los del local le están incendiando la casa en forma de venganza. Loco, sale corriendo hacia la estación de bomberos y luego se dirige a una comisaría a denunciar lo sucedido. Al llegar, los bomberos se encuentran la casa a la perfección y sin el más mínimo rastro de haber sufrido ningún incendio. Tampoco hay ningún indicio de las pulgas. Juan es declarado demente e internado en un manicomio. Los hijos festejan contentos, ya no hay nadie que les impida tener mascotas.
Relato 2
Juan sale en pedo de un boliche y sin querer atropella con el auto a un fundamentalista árabe y luego va a parar contra un árbol. Los familiares del muerto averiguan a la familia de Juan y la asocian con un tal Ramiro hermano de Lucas amigo de Tito hijo de Jacobo primo de Teodoro miembro de un movimiento por la paz en Israel. El 17/8/96 explota el auto del padre de Juan que acababa de ser vendido a Ibrahim medico personal de Nino Brigatti, jefe hipercolesterolemico de la mafia local. Nino piensa “¿Que forma extraña la de querer matar a un hombre, asesinando a su medico?”. Pero por precaución, no vaya a ser cosa que, decide mudarse junto a un sanatorio y comienza una dieta a base de verduras.
Relato 3
Juan llega a la ciudad en busca de alojamiento. Una familia, que pretéritamente había perdido un hijo, decide alquilarle la habitación que ha quedado libre. El tiempo pasa, y Juan se va dando cuenta de que paulatinamente comienzan a tratarlo como si fuera de la familia; a veces, hasta le confunden el nombre. Sigue pasando el tiempo y empieza a sospechar. No es natural que una mujer muera de envenenamiento y, luego, un hombre desaparezca misteriosamente. Mucho menos natural es que estos sean su padre y su madre. El tiempo sigue su paso, y luego de meditarlo, descubre que el nombre Pablo le queda mucho mejor que Juan.
Relato 4
Un hombre llamado Juan descubre que ya no puede reír mas. Entonces, quien sabe por qué, comienza a ir al circo.
Relato 5
Una mujer llamada Juan, criada en un monasterio del Himalaya ,descubre luego de llegar por primera vez a una ciudad que tiene nombre de hombre. Inmediatamente comienza a sentir una gran incertidumbre acerca de su sexo. Para salir de esta decide enamorarse. Luego de varios intentos termina enamorada de un tipo y llega al conclusión de que realmente es mujer. Luego, ya pasado el tiempo, hojeando una revista Playboy de su novio comienza a ver tipas con tipas; tipos con tipos; tipas jodiendo con tipos y tipas y todo mezclado. Termina por caer en una incertidumbre aun mayor a la de antes y decide asexuarse.
Relato 6
Juan deposita un sombrero en el suelo y empieza a recitar a cuatro vientos poemas de amor. El dinero aumenta en el sombrero y el hombre se hace fama de gran poeta. Al ser entrevistado en un programa de TV en el cual le preguntan quien inspiro tales poemas responde sin dudarlo: “el dinero en la gorra”.
Relato 7
Un día, hace ya mucho tiempo, Juan se levantó y dijo “No hay lugar para nada nuevo bajo el sol, ya está todo inventado”. Sin saberlo, había inventado el pesimismo.
Relato 8
Un hombre  llamado Juan compra un muñeco a cuerda y se obsesiona con éste. Al cabo de unos años se hace famoso por escribir un ensayo sobre el hombre moderno.

14 marzo, 2009

Acompañado

A veces, cuando estoy lo suficiente borracho como para saber que al otro día no voy a recordar nada, me gusta consentirme. Entonces es que me preparo un sándwich, lo condimento con mucho picante, y lo guardo en la heladera. Me escribo algo lindo en el espejo del baño. “Sos groso, sabelo”. O me mando un email con un poema. “Se trajo en el corazón / un pez del mar de la china / A veces se ve cruzar / Diminuto por sus ojos / Olvida siendo marino / los bares y las naranjas / Mira al agua”. Cosas sencillas, pero lindas. Al despertar, me reconforto en la sorpresa de saber que ese otro, así y todo, piensa en mí. Es una forma simpática, divertida y siniestra de sentirse acompañado.