14 octubre, 2010

Más Relatos de Juan

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Luego de investigar arduamente el tema, Juan inventa un test para detectar sueños: una serie de preguntas que al ser formuladas determinan si uno está soñando. El test no falla nunca, funciona tanto con sueños eróticos como en las más oscuras pesadillas. Todos despiertan sin problemas; comienzan a formular las preguntas y ni bien descubren que se trata de un sueño abren los ojos. Un día, o quizás una noche, no estamos del todo seguros, Juan despierta.

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Un telegrama informa a su familia que Juan ha muerto en la guerra. Al tiempo, ignorando este detalle, Juan regresa a su casa. Hay fiesta. Sus padres no quieren ni dormir, temen que al despertar todo haya sido un sueño. El destino corrige sus errores, a la semana Juan muere en un accidente. Sus padres, sin atreverse a confesarlo, están seguros de que, cuando menos se lo esperen, volverá a aparecer.

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Juan, un conocido blogger de internet, decide crearse un alter ego para poder expresar sus ideas más radicales sin alterar su reputación actual. Al poco tiempo, su alter ego comienza a acumular seguidores; sin embargo, descubre que aun no es tan sincero como debería, pero, temiendo perder a estos últimos debido a un cambio de linea, opta por crear un segundo heterónimo, aun más crudo y ácido. Contrario a lo que hubiese esperado, gran cantidad de seguidores comienzan a prestar oídos a este segundo, que, de tan rebelde, jamás se le podrían escapar cursilerías como las escribe Juan sin comprometer su fama. Entonces, reflexiona, así tampoco puede decir lo que desea. Tarda, pero al fin comprende que sin identidad es imposible decir lo que se piensa.

*** 

Pueden leer los primeros relatos de Juan acá: Relatos de Juan

También aprovecho para comentarles que mi cuento Final Abiero ha sido publicado en la revista Oblogo que puede conseguirse en muchos lugares de la ciudad de Buenos Aires, o leerse online en la página de la revista.


29 septiembre, 2010

Hoy No

¿Cuántas noches pasamos juntos?
No llevo la cuenta.
¿Cuantas nos quedan?
Diez
Mil quizás
La muerte, el odio, la indiferencia
Tarde o temprano todo termina

Pienso en cuando nos conocimos
aún queda el vago recuerdo
de tu olor ese día,
tus dudas y la certeza
de que perdimos una noche.

22 septiembre, 2010

La casa de al lado

Era una casa antigua. Un tapial no muy alto, terminado en unas rejas, cubría el frente. Luego venía el patio, que se extendía por el flanco izquierdo de la casa que, al igual que la vieja que vivía en ésta, estaba muy venida abajo. La arquitectura era de estilo chorizo. En el techo, alguien, alguna vez, había tratado de construir algo; sólo quedaban escombros.
A ambos lados de la casa había edificios, y en uno de ellos vivía yo, pero seguiré narrando la historia en tercera persona, porque es más fácil contar esto como si le hubiera pasado a otro.
El edificio de la derecha también era viejo, y en el segundo piso, donde vivía este chico, el pasillo –porque había cuatro o cinco departamentos por piso– terminaba en una pequeña terraza/tendedero desde donde se veía como la vieja, todas la tardes, alimentaba a los gatos del barrio.

16 septiembre, 2010

Colaboraciones: Gato Blanco y Telita

Primero: salió la revista Gato Blanco, publicación trimestral de arte, literatura y cultura general. En la misma pueden encontrar textos de Mara Pérez, Gisele Amaya Dal Bó y (no todo es color de rosa) también algo mio. Por ahora, los porteños pueden conseguirla en:
* Librería Biblos, Puán 378
* Gambito de Alfil, Jose Bonifacio 1402 (esq. Puán)
* O pedirla por email a revistagatoblanco@gmail.com y te la hacen llegar.

Segundo: La semana pasada se publicó una colaboración mía (siempre yo,  yo, cuanto ego, che...) en el blog de MariaCe. Pueden ir a leerla siguiendo el link: http://mariadecerca.blogspot.com/2010/09/telita-v-nico-aimetti.html

Borges junto a Beppo, su gato blanco.

07 septiembre, 2010

Evolución

Finalmente, después de errar por mucho tiempo, la humanidad evolucionó. Un día, así como así, todo la obra de Shakespeare había sido incorporada a nuestro mapa genético. Por mero instinto, cualquier ser humano era capaz de interpretar sus textos con la misma facilidad que supone el caminar.
Todos llevaban a Shakespeare en la sangre; cualquiera era capaz de morir de amor o sufrir el complejo de Hamlet con singular grandeza. Los villanos urdían siniestras estrategias para matar de celos a sus contrincantes, mientras tanto, otros, retozaban por la vida como chanchos, como Falstaff. Cuando los regicidas no enloquecían, eran los reyes quienes perdían la cordura por despecho. Todos sabían ser sublimes y mundanos sin siquiera haber abierto un libro, ni perdido sus horas en los cursos de Oxford o Cambridge.
Claro que, así como un perro acostumbrado a la vida fácil junto al amo ya no persigue gatos, los instintos de muchos se iban anquilosando por la falta de uso. Capaces de amar como Romeo u odiar como Edmundo, por falta de práctica, sólo conseguían balbucear las lineas de algún personaje menor e insignificante.
Ninguna historia carecía de fuerza o interés y, por ende, los libros de Shakespeare atraían tanto la atención como cualquier cosa que estuviese pasando a la vuelta de la esquina: lo que todos saben es quizás de lo que menos se habla. Y nadie hablaba de Shakespeare ni de su obra, tan sólo se limitaban a vivirla.
Y la vida siguió entre cálidas noches de sueños de verano y terribles tempestades; comerciantes mezquinos capaces de tratar hasta con carne humana; mancebos adornados como Rosaslindas, Rosalindas convertidas en mancebos; dictadores traicionados; maridos traicionados; padres traicionados; amantes traicionados; amigos fieles hasta la muerte.
Y así pasaron años, lustros, eónes sin que nadie mencionara jamás el nombre de William Shakespeare. Hasta que, finalmente un día, el hijo de un guantero de Stratford-upon-Avon decidió oír lo que había en su sangre, en la gente, y ponerse a escribir una parte de nuestro código genético.

31 agosto, 2010

Mientras No Oscurezca

¿Qué hiciste anoche? ¿Y dónde era la fiesta? ¿Cuantas habitaciones tenía la casa? ¿Qué tan antiguos los muebles? ¿Cuanta gente había? ¿Minas? ¿Cuantas en total? ¿Cómo estaban vestidas? ¿Preferís las botas con jean o zapatos y vestido? ¿Y el resto de la gente? ¿Vos a quién conocías? ¿Quién te invitó entonces? ¿Y nadie se dio cuenta? ¿Ya habían comido? ¿Y por qué había sobrado tanta comida? ¿Vos también tomaste? ¿Cuantas veces? ¿Y de qué hablaban? ¿Y vos que habías visto de Haneke? ¿Y los otros? ¿Y qué tiene que ver eso con el peronismo? ¿Cuantos estaban a favor? ¿De qué hablaba la morocha? ¿Que tan pronunciada la nariz? ¿Y vos las preferís así o chatas? ¿Estabas con tu novia, por qué no me dijiste antes? ¿Y ella que hacía? ¿Y desde cuando le interesa Flaubert? ¿También tomó? ¿Era su primera vez? ¿Y de dónde lo conocía? ¿Qué tipo de persona era? ¿Y quién puso la música? ¿Un disco o iban cambiando? ¿Y cómo bailaban? ¿Y vos mientras tanto? ¿Con quién? ¿Qué tan grandes? ¿Y de culo? ¿Qué edad tenían las que llegaron? ¿Bailaban entre ellas o también alternaban con otros? ¿Y vos desde cuando bailas eso? ¿Y tu novia? ¿Y a vos no te importaba? ¿Qué champagne? ¿Y de dónde sacaste las cerezas? ¿Quedaba rico o lo preferís solo? ¿Y qué hora era? ¿Quienes se habían ido ya? ¿Te la veías venir o no tenías idea de como era la cosa? ¿Y hacía calor o era una excusa? ¿Tanga o culotte? ¿Y quienes estaban con tu novia? ¿Quién fue el primero? ¿Y se miraban? ¿Qué era lo que más te excitaba? ¿Recién ahí te diste cuenta que estaban hechas las de la morocha? ¿Y quién la tenía más grande? ¿Qué tanto? ¿Cuanto duró? ¿De que era la torta? ¿Muy cansados quedaron? ¿Y se quedaron ahí o se fueron? ¿En taxi o caminando? ¿Me vas a responder alguna de las preguntas, o me vas a dejar preguntando sólo como un idiota?

18 agosto, 2010

El Petiso Orejudo

Petiso, asesino y orejudo. Qué madre, qué padre, no querría tener un hijo así. Por si fuera poco: Imbécil, Malvado, Animal, Idiota Afectivo y Degenerado son algunos de los epítetos utilizados en los informes médicos para referirse a Cayetano Santos Godino, un tipo peligroso, coinciden todos, y hasta yo estoy de acuerdo con eso.

11 junio, 2010

El Escudo de Atenea

Les voy a cantar la posta, la verdadera historia de como Perseo venció a Medusa.
Los detalles clásicos son moneda corriente, así que abreviaremos situando al joven héroe en la entrada del escondite, el antiguo templo de Atenea, donde la joven sacerdotisa fue presa de la lujuria del mar y pervertida en demonio.
(mira sus cuerpos de mármol asustado, sus rostros cegados en la eternidad, la rabia quieta, sus pechos inertes, inermes, inescrutables de glorias apagadas en una furia primitiva, horadados por vetas de cruento rubí)
Una serpiente puede percibir a un mamífero, por el calor que desprende, incluso a metros de distancia; con sólo extender su lengua adivinará nuestros rastros a través del tiempo. Y Medusa era mucho más que una serpiente. ¿De qué podría servirle entonces el dichoso casco que lo haría invisible? Bien en el culo se lo podía meter; no era a esos ojos a los que había que engañar.
(mil pedazos de luna, afiladas, frías y olvidadas, las armas descansan soñando muerte, un trozo de carne en que saciar su sed)
Y la espada... ¿de qué les sirvió a los que precedieron a Perseo? De nada. Ahí estaban aun, esperando, desparramadas por el piso o quietas en sus rígidos brazos.
Y, puesto que Perseo fue capaz de robar el único ojo a las tres hermanas, cabe suponer que no era ningún boludo. Se necesita astucia para enfrentar a unas señoras que nacieron ancianas y tejían intrigas antes de que se elevara el Olimpo. Estoy hablando de una astucia arrabalera; un tanto divina.
[Pasos: tierra, cielo, tierra, cielo, tierra y cielo. Aquí es siempre tierra, tierra y más tierra. El vientre contra el suelo, frío como la carne de los muertos, como espejos cargados de espanto.
Ojalá que este sea bueno, ojalá dure algo antes de morir.]
Sabía de un único escudo para el horror, pero tampoco había que llegar al extremo de Edipo. Con cerrar los ojos bastaba. Cerrar los ojos y confiar. Creer o reventar. Era la manera más fácil, más simple de entregarse. La forma de ganar su confianza.
(me desnudo de todo menos de mi, visto conmigo y mi carne y mi sangre y mi semen y los cientos de demonios que vagan por mi piel, que se retuercen invisibles y me abrazan. camino como una virgen al sacrificio, que acepta ser devorada por la divinidad, ser parte de ella)
[Sus músculos se tensan y aflojan, y vuelven a tensarse y distenderse, y a cada paso lo creo tropezar, pero es ágil como un gato, un pie tras el otro, el pene meciéndose entre sus piernas, avanza a oscuras, y se acerca mientras las sombras le queman la piel.]
Y hay que tener huevos. Y también estómago, pero sobre todo huevos. Era un tipo pintón, de eso no hay dudas. Un efebo en aquel entonces. Y te imaginás que Medusa no sabía para donde disparar, qué carajo hacer. ¿Era un mensajero, una ofrenda, un loco? Posiblemente, un poco de todo. Ella lo seguía atenta. Una duda, la más mínima alteración en su respiración, una sola feromona equivoca en el ambiente, y se iría directo al Hades, por decirlo de una forma correcta. Había que estar loco; pero la locura del hombre no es más que la cordura del cielo, y Perseo casi que era un dios.
[Le digo que se detenga. Su cara hace una mueca extraña. Me acerco y lentamente voy recordando. No es una mueca. Es una sonrisa. Cuando me doy cuenta una llama... no, un escalofrío, me recorre el cuerpo. Se queda quieto. Una hora quieto y en silencio. Quizás más. Lo observo respirar. Me acerco sigilosa y, con la punta de una flecha, trazo una breve marca en su pecho. Recoge la sangre en su mano y la lleva a su boca. Entonces dice: “Ahora me toca a mi”. Y camina ciego hacía cualquier parte, sabiendo que ahí me va a encontrar, y me encuentra.]
]) un brazo, un puente, unos pechos redondos y blancos (aunque solo pueda imaginar su blancura), finos como arena, que también son la tierra donde depositar mi cuerpo de naufrago, donde beber, recuperar las fuerzas, y más arriba su hombro. clavo mis dientes, grita, se abraza, se enrosca como si quisiera devorarme, y le digo que que ya estamos a mano. Una serpiente le muerde la frente. Son para asustar, apenas duelen. Él entierra sus dedos en mis cabellos, su aliento en mi boca. Al primer halago lo habría matado, pero calla. Y ahora ya no importa, puede decir lo que sea, pero sigue en silencio, apena si abre la boca y me muerde la lengua con sus colmillos, diez cuchillos rasgan mi espalda dulcemente. puedo hacerle sentir toda mi fuerza, pero dejo que su cuerpo húmedo resbale, la tomo de nuevo de sus cabellos, sus serpientes, que la llevan de mi boca a la cintura, donde siento su respiración agitarse, un áspid erguido y reflejado cien veces, cuando hacía tanto que no veía uno así, en todo su esplendor, y eso y empezar a frotarla por su cuerpo, y envolverla en la bífida punta de su lengua y sentir como un mar sus sabores, similares a los que él encuentra cada vez que su cola se enreda en sus labios, en su lengua, que perdida entre escamas la penetra, y desearía poder mirarle los ojos, quizás verdes como los míos, pero me contento con besarle los párpados, recorrer su rostro con mis lenguas y dejar que se hunda en mis pechos, y ahí, si quiere, que abra los ojos, que mire todo lo que quiera, y y que diga son las mejores tetas que he probado, su culo retorciéndose entre mis manos, firme y esquivo, y si no se la pongo creo que muero, pero ya sola va entrando, casi no hace falta acomodarla, es raro, más frío, caliente, y cada vez que entra es como si la sangre hirviera, desapareciera todo; y ella mientras tanto lo acaricia, lo recorre con su cola, por su espalda, por sus piernas, va acomodando la punta entre sus nalgas, y él se deja, y así siguen hasta quedar sin fuerzas, uno tendido junto al otro, en cucharita, él abrazándola por detrás ([
Entonces, ella lo acepta casi resignada, él comienza a asfixiarla haciendo una llave alrededor de su cuello. Se retuerce, su cola golpea contra el piso, trata de gritar; él tensa cada vez más sus brazos, deseando que termine rápido. Hasta que en un momento, nunca sabremos que fue primero, ella se queda sin aire, su cuello se quiebra. Lo que pasó luego, es historia conocida.