28 mayo, 2010

El Azar y la Fe

Dios nos vive poniendo a prueba y, desde que elegí caminar a su lado, nunca me ha fallado, ni yo a Él.
Mi padre siempre decía que si no fuese por el hábito, yo no sería más que un sinvergüenza. Sin embargo, no puedo aceptar de buena gana tal aseveración. En la congregación que dirijo nadie duda de mi sinceridad. ¿Quién quiere en el púlpito a uno de esos charlatanes que hablan del fuego y nunca se quemaron? Todos saben que mis consejos, mis sermones, provienen de Dios, pero también de la experiencia.
Nadie ignora el hecho de que me gusta el juego, ni yo lo ando ocultando. Además, si tengo inclinación natural al mismo, es porque Dios así lo quiso, y como explicó San Pablo a los Corintios, es el deber de todo hombre seguir su vocación. Antes he de sufrir mil penurias que ir en contra de la voluntad Divina. Y sépanlo: cada mañana, al abandonar derrotado la mesa de los naipes para ir a dar misa, al doblar la esquina, Dios me espera para darme ánimos; para recordarme que mi esforzado ejemplo debe de servir de admonición a los creyentes. Sólo el temor a pecar de vanidad me impide pensar en el sacrificio que realizo día a día por el bien de los demás. Y sé bien que Dios así lo quiere.
Yo nunca especulo con las cartas. Nunca miento ni trato de correr a nadie. Mi juego siempre es el mismo, manso, tranquilo, a la espera de esa bendita carta, ese as en la última mano que haga torcer la partida y nunca, pero nunca, sale. Y tanta mala suerte no puede ser casualidad, hermanos. El que esa dichosa carta nunca salga sólo puede obedecer a un designio divino. Dios me quiere desafortunado en el juego, pero asaz en santidad. Si no, aunque sea una vez, tan siquiera una vez, me dejaría ganar. No puede ser de otra manera.
Amén.

01 mayo, 2010

Bice

Una tarde cualquiera
escupió en su rostro.
Unos años después
moría ignorando
su destino
de seglar eternidad.

Fue más que el deseo,
y también insignificante
Como muchos,
Como todos
No eligió su destino
Pero decidió el de otros.