29 marzo, 2009

El fondo

Ese lugar en donde soy bueno. En donde aun te sigo queriendo. En donde se esconde ese rincón de noche que siempre me acompaña. En en donde a veces hace frió. En donde te toqué por primera vez entre las piernas, por arriba de la bombacha, y pude sentir los pelitos escapando por los costados. En donde solía sentarme en la escuela. Donde tantos están. De donde algunos pocos salieron. Que a veces acariciamos cuando la luna trepa hasta el cenit y Baco danza en las venas. Que parece estar agujereado, de tantas cosas que entran, y sobre todo de otras que salen.

24 marzo, 2009

Relatos de Juan


Allá por el año 96 o 97 en un taller literario al que concurría nos dieron una consigna de escribir en algo así como una hora, o quizás menos o más tiempo, varios relatos cortos. No recuerdo exactamente cual era la consigna, pero más o menos así venía la mano. Por ese entonces yo había leído algo de las Historias del señor Keuner de Bertolt Brecht y visto en Caloi en su tinta unos cortos checos, creo, que trataban sobre sobre sucesos poco probables que que se iban concatenando hasta llegar a conclusiones desopilantes (el abc de la comedia básicamente). Teniendo estas dos cosas en mente a mi se me dio por escribir los siguientes relatos, a los que siempre tuve cierto aprecio.
Relato 1
Juan compra una alfombra. Paralelamente a este suceso, sus hijos, frente a la negativa su padre a dejarlos tener mascotas, meten de contrabando un gato callejero a la casa. Pasa una semana y la casa termina infestada de pulgas. Juan no encuentra otra explicación que el que éstas hayan venido con la alfombra, así que enfurecido, la carga en el auto y se va al negocio a reclamar. En el negocio no aceptan el reclamo y Juan , para acabar con las pulgas y tomar represalias, decide prender fuego la alfombra en la puerta del local. Mientras, sus hijos, para que el padre no se de cuenta de que las pulgas continúan a pesar de que ya no está la alfombra, deciden llamar a un fumigador. Al llegar Juan a su casa, ve humo saliendo por debajo la puerta y piensa que los del local le están incendiando la casa en forma de venganza. Loco, sale corriendo hacia la estación de bomberos y luego se dirige a una comisaría a denunciar lo sucedido. Al llegar, los bomberos se encuentran la casa a la perfección y sin el más mínimo rastro de haber sufrido ningún incendio. Tampoco hay ningún indicio de las pulgas. Juan es declarado demente e internado en un manicomio. Los hijos festejan contentos, ya no hay nadie que les impida tener mascotas.
Relato 2
Juan sale en pedo de un boliche y sin querer atropella con el auto a un fundamentalista árabe y luego va a parar contra un árbol. Los familiares del muerto averiguan a la familia de Juan y la asocian con un tal Ramiro hermano de Lucas amigo de Tito hijo de Jacobo primo de Teodoro miembro de un movimiento por la paz en Israel. El 17/8/96 explota el auto del padre de Juan que acababa de ser vendido a Ibrahim medico personal de Nino Brigatti, jefe hipercolesterolemico de la mafia local. Nino piensa “¿Que forma extraña la de querer matar a un hombre, asesinando a su medico?”. Pero por precaución, no vaya a ser cosa que, decide mudarse junto a un sanatorio y comienza una dieta a base de verduras.
Relato 3
Juan llega a la ciudad en busca de alojamiento. Una familia, que pretéritamente había perdido un hijo, decide alquilarle la habitación que ha quedado libre. El tiempo pasa, y Juan se va dando cuenta de que paulatinamente comienzan a tratarlo como si fuera de la familia; a veces, hasta le confunden el nombre. Sigue pasando el tiempo y empieza a sospechar. No es natural que una mujer muera de envenenamiento y, luego, un hombre desaparezca misteriosamente. Mucho menos natural es que estos sean su padre y su madre. El tiempo sigue su paso, y luego de meditarlo, descubre que el nombre Pablo le queda mucho mejor que Juan.
Relato 4
Un hombre llamado Juan descubre que ya no puede reír mas. Entonces, quien sabe por qué, comienza a ir al circo.
Relato 5
Una mujer llamada Juan, criada en un monasterio del Himalaya ,descubre luego de llegar por primera vez a una ciudad que tiene nombre de hombre. Inmediatamente comienza a sentir una gran incertidumbre acerca de su sexo. Para salir de esta decide enamorarse. Luego de varios intentos termina enamorada de un tipo y llega al conclusión de que realmente es mujer. Luego, ya pasado el tiempo, hojeando una revista Playboy de su novio comienza a ver tipas con tipas; tipos con tipos; tipas jodiendo con tipos y tipas y todo mezclado. Termina por caer en una incertidumbre aun mayor a la de antes y decide asexuarse.
Relato 6
Juan deposita un sombrero en el suelo y empieza a recitar a cuatro vientos poemas de amor. El dinero aumenta en el sombrero y el hombre se hace fama de gran poeta. Al ser entrevistado en un programa de TV en el cual le preguntan quien inspiro tales poemas responde sin dudarlo: “el dinero en la gorra”.
Relato 7
Un día, hace ya mucho tiempo, Juan se levantó y dijo “No hay lugar para nada nuevo bajo el sol, ya está todo inventado”. Sin saberlo, había inventado el pesimismo.
Relato 8
Un hombre  llamado Juan compra un muñeco a cuerda y se obsesiona con éste. Al cabo de unos años se hace famoso por escribir un ensayo sobre el hombre moderno.

17 marzo, 2009

Bichitos de la luz

El hombre necesita comer para vivir, y la naturaleza no tuvo mejor idea que atar esta necesidad al placer, para asegurarse que uno dedicase el esfuerzo necesario en no dejarse morir de inanición. A la mayoría de los mamíferos nos sucede algo parecido. A los reptiles, por otra parte, la comida no les seduce tanto. Sin embargo son capaces de hacer uno que otro truco para conseguir tirarse a reposar bajo el sol, o una lampara de rayos infrarrojos si vamos al caso. Desconozco por completo lo que pasa por la cabeza de una jirafa, un faisán o un cocodrilo, pero no me molesta en lo absoluto abusar del principio de inducción y suponer que estos también experimentan placer al encontrarse con aquel objeto que moviliza su deseo. Es así como llegamos de imprevisto a la orgía que representan cientos de bichitos de la luz golpeando una y otra vez su cabeza contra un tubo fluorescente hasta morir de éxtasis.

16 marzo, 2009

Baba de Caracol

La baba de caracol es el residuo del lento andar de estos moluscos de jardín, aunque también existe la posibilidad de que sea su único fin. Al observarla sobre la tierra, húmeda y oscura, nos recuerda a finísimos hilos de plata entreverados y acuosos. La misma no posee muchos usos que digamos, sin embargo, quienes saben afirman que puede curar la celulitis y ahuyentar males de todo tipo, siempre y cuando no tengan nada que ver con amor, dinero o salud. Los estudios de la misma por parte de la comunidad científica son escasos y no gozan de mayor relevancia dentro en estos círculos ni en ningún otros. Sin embargo, más de una vez he sorprendido a mi padre con un caracol aplicado sobre un corte o rasguño; según él sana, y yo con mi padre no discuto. Tornando nuestras miradas al mundo del arte vale la pena mencionar el empleo que hizo de ésta Leónidas Berger en su obra “Persistencia del Tiempo”. Berger utilizó la baba de trece caracoles mestizos y doce pura sangre para elaborar un cuadro en el cual retrataba, según indica su nombre (y a partir de una interpretación personal, aclaró luego el autor) la persistencia del tiempo. En la reseña de la muestra realizada por la revista “Art Intruders” Sergio Gamboa escribió: >> Sin dudas una de las más denodadas instalaciones que se han visto este año en la ciudad de Rosario. Entre las destacadas de esta serie las más comentadas fueron “Persistencia del Tiempo” y “Fragmentos impropios de la eternidad”. En “Fragmentos impropios de la eternidad” Berger compone sobre una variación de un terrario de cuatro metros cuadrados un paisaje de realista abstracción en el cual ocho caracoles se debaten en el trabajoso arte de la persistencia intentado pergeñar un cuadro de la eternidad.

14 marzo, 2009

Acompañado

A veces, cuando estoy lo suficiente borracho como para saber que al otro día no voy a recordar nada, me gusta consentirme. Entonces es que me preparo un sándwich, lo condimento con mucho picante, y lo guardo en la heladera. Me escribo algo lindo en el espejo del baño. “Sos groso, sabelo”. O me mando un email con un poema. “Se trajo en el corazón / un pez del mar de la china / A veces se ve cruzar / Diminuto por sus ojos / Olvida siendo marino / los bares y las naranjas / Mira al agua”. Cosas sencillas, pero lindas. Al despertar, me reconforto en la sorpresa de saber que ese otro, así y todo, piensa en mí. Es una forma simpática, divertida y siniestra de sentirse acompañado.

Persistencia de la noche

Al despertar, sus amigos, aun borrachos, seguían allí.

Final Abierto.

Hubo una historia que siempre me llamó la atención. Es algo que le pasó a un amigo. Resulta que este muchacho se puso de novio hará un par de años más o menos. Una mina muy simpática, de esas con las que te podés pasar hablando toda la noche sin darte cuenta. En fin, la cuestión es que un día estaban mirando una película, o más bien, era la primera película que miraban juntos, si mal no recuerdo y, de repente, diez minutos antes del final, se corta la luz. Ya en la cama, se pusieron a fabular acerca de los posibles finales de la película. Y que esto y lo otro, que hacía poco que empezaban a salir, el romance, la pavada, parece que el asunto resultó divertido, tanto, que esa misma noche decidieron que la cosa quedaría así, que jamás terminarían de ver la película.

Y así fue, hasta que un día se les dio por ver otra. Esta vez no se cortó la luz ni nada de eso, sino que cuando se dieron cuenta de que la película estaba por terminar, posiblemente cruzaron sus miradas en la oscuridad, apenas la tenue luz de la pantalla del televisor, y eso, y una sonrisa, les basto para saber que ese era su destino. De ahí en más nunca volverían a ver el final de otra película.

Se pasaban horas imaginando finales. A veces, uno empezaba con algo y el otro completaba la idea, otras, cada cual construía su historia por separado, y luego se las contaban el uno al otro. Los finales debían ser originales, pero también creíbles. Cuando se abandonaban al influjo de las sustancias, estos podrían parecer increíbles, pero, sin duda, ellos le encontraban su lógica. Algunos eran cortos y sencillos, otros, se alargaban tanto como el resto de la película. En ciertas ocasiones, incluso llegaron a incluir nuevos personajes que, en el transcurso del relato, desarrollaban complejas personalidades, resolvían traumas de su pasado o terminaban apoderándose de la historia. No era sencillo seguirles la corriente, pero a ellos esto les encantaba; eran felices consumando este ritual. El mejor final de Blade Runner que recuerdo es uno que ellos me contaron. A veces pasaba que el final inventado coincidía a la perfección con el de la película, pero, si alguien llegaba a querer mencionarlo, las consecuencias podían ser terribles. Había que cuidarse de no revelar nunca un final, más allá de que ellos, a su manera, quizás ya lo conociesen.

Todos pensamos que con tiempo esto se les pasaría, que volverían a ver las películas como antes. Luego de unos meses, nos convencimos de que la cosa venía para largo. Y así siguió más o menos hasta que un día en el teatro, a mitad del último acto, uno de ellos se paró de golpe, como si se hubiera acordado de algo. Al segundo, aunque en realidad me pareció más tiempo, el otro también se puso de pie e instantes más tarde ambos habían dejado la sala. Quizás, el haberse parado en el teatro se haya debido a un acto reflejo desarrollado de tanto mirar películas juntos, quizás ya lo tenían planeado, nadie estaba del todo seguro, lo cierto es que a nosotros nos dio un poco de miedo. De ahí en adelante sumaron a la costumbre de las películas la de no terminar de ver las obras de teatro. Y así siguieron sin problemas hasta el día que fuimos a ver Hamlet. Llegado el tercer acto estaban disfrutando verdaderamente de la obra, que a decir verdad no tenía nada que pudiese ser objetado, pero al llegar el cuarto acto empezamos a notar algo raro. Comenzaron por hablarse al oído, apenas si escuchábamos alguna palabra de lo que discutían. En el quinto acto ambos estaban nuevamente en silencio, con el semblante rígido. Ninguno de nosotros miraba ya la obra, todos estábamos expectantes: ¿dejarían la sala? Al caer el telón ambos seguían ahí. Los dos conocían perfectamente el final de la obra y, si bien parecían no ponerse de acuerdo, terminaron quedándose. Qué sentido tenía huir antes de tiempo

Aquí fue cuando empezó el drama, porque a ella se le ocurrió que lo lógico, ya que nunca terminaban de ver las películas ni las obras de teatro, era que se comprometieran a no terminar de leer los libros. Era la única forma que tenían de asegurarse de que el episodio del teatro no volviese a suceder. Luego, cuando alguno de los dos terminaba, esto entre comillas, una novela, debía contarle la historia al otro, así como los posibles finales que se le habían ocurrido. Tenían lo suyo las exposiciones, hay que reconocerlo, pero la magia empezaba a desvanecerse. Ya que contar una novela, a menos que uno goce de una capacidad similar al novelista, no es cosa fácil y, además, el otro nunca terminaba de entender del todo la historia. Y ni hablemos, por ejemplo, de querer narrar novelas como el Ulysses, para luego encajarle un final a gusto... en fin, creo que se entiende la idea.

Ya entonces discutían por cosas que antes se daban de común acuerdo. Un día, él cerró una novela una página antes del final. Era una novela corta, es verdad, pero una página era demasiado cerca del fin, dejaba muy poco a la imaginación. No es rara una novela en que, incluso diez páginas antes del final, los conflictos principales ya han sido resueltos. Ésto generó una fuerte discusión; ella se sintió engañada. Entonces, empezó a ponerlo a prueba todo el tiempo. No lo dejaba terminar los platos de comida; cerraba el tablero de ajedrez en mitad del partido; preparaba un postre sólo para tirarlo a la basura. En esas resignaciones residía la grandeza de su pacto; todo se resumía a ese fanatismo lleno de deseos sobrepuestos a la voluntad de no encontrarse con otra cosa que no fuera lo que habrían de imaginar, o quizás imaginado.

A veces, cuando iban a un concierto, se bajaban diez cuadras antes de la parada. Otras, usando una guillotina, le cortaban el cuarto inferior al diario. Llegó incluso un momento en que a él se lo notaba siempre excitado; se le caían las cosa de las manos; sudaba todo el tiempo. El juego había llegado demasiado lejos. Es mi suposición, pero no sin fundamentos, que ella ya no lo dejaba ni siquiera acabar. No quiero siquiera imaginar la agonía: ella atrayéndolo como una sirena, él cediendo a sus instintos más básicos; ella llevándolo hasta el límite para luego, como hacía ya con casi todas las cosas, negarle la consumación del acto. Es más que entendible que él decidiera alejarse.

Cuando me comentó lo que venía pensando, aun la duda rondaba por su cabeza, pero con el tiempo se fue convenciendo. Aun la quería, es verdad, pero la cosa no daba para más. Así que un día tomó coraje y la llamó, fue claro y conciso: “Quiero que terminemos”, le dijo. Pero, como es lógico, si había algo que ella no estaba dispuesta a hacer, sobre todas las cosas, era a terminar.