30 julio, 2009
Confesiones De Café
28 julio, 2009
Cuatro finales para un cuento fantástico
En la antología “Cuentos breves y extraordinarios” de J. L. Borges y A. Bioy Casares se incluye el cuento que transcribo a continuación:
Final para un cuento fantástico
-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
I.A. Ireland
El mismo es atribuido por los autores a un tal I. A. Ireland, que vaya uno a saber si no es otra más de las invenciones a las que este par nos tenía acostumbrados.
De todas formas, el tema acá es otro. Como ya ustedes habrán notado, el título del cuento encierra en sí una invitación a imaginar un principio para el mismo, así que de revirado nomás se me dio por fabular cuatro finales que copio a continuación (los finales son independientes uno del otro):
1.
… Pasó a través de la puerta y desapareció.
De a poco, el hombre fue olvidando este episodio al tiempo que comenzaba a construir sus recuerdos. Había quedado atrapado en su vida.
2.
… Pasó a través de la puerta y desapareció.
En su desesperación, el hombre comenzó golpear la puerta, la cual permaneció sorda y muda a sus reclamos. Agotado, luego de limpiar la carne de los huesos de sus manos, se dejó caer en el suelo y se arrastró hasta un rincón. Abrazado a sus rodillas, se resigno a un lastimoso llanto, cuando de repente apareció ella y le dijo -¡Cómo te cagaste, guacho, eh!-, al tiempo que le abría puerta.
3.
… Pasó a través de la puerta y desapareció.
El hombre permaneció en silencio. Al principio le costó ver, pero cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad pudo distinguir claramente las formas de una estatua viviente, un boy scout y un corredor de bolsa atrapados junto a él en el cuarto. El horror acababa de comenzar.
4.
… Pasó a través de la puerta y desapareció.
Puta madre -pensó en silencio-. Me la han vuelto a hacer.
Buscó en el bolsillo de su saco y dio gracias a dios de que aun quedase media botella de brandy, de la cual bebió de un solo trago hasta no dejar más que unas cuantas gotas en la misma. Tienes que calmarte, Gerace -se dijo a si mismo mientras contenía una fuerte arcada en su garganta-. Hay que ver las cosas en perspectiva.
Dicho y hecho se alejó cinco pasos de la puerta y escudriño la habitación palmo a palmo hasta que, luego de mirar por quince minutos, dio un grito de alegría. Lo sabía -dijo-. Esa perra estaba tan o más borracha que yo; se ha olvidado de cerrar la ventana, si logro atravesarla seré libre. Estos fantasmas de hoy ya no son lo que eran, lo que se reiría Phil si aun estuviese vivo...
Más allá de que la ventana estaba a menos de un metro de altura Gerace tardó un día y medio en lograr pasar a través de ella. Al final, la justicia prevaleció.
27 julio, 2009
Amistad
Hace ya varios años estábamos con los pibes en el Berlín, un bar donde se realizan espectáculos y luego se torna en boliche. En el sótano del mismo se encuentra la pista de baile (soy generoso al llamarle así), y arriba, en el bar propiamente dicho, está el escenario en el cual se desarrolla esta historia. Estaba ya por cerrar y con un amigo y otra gente -entre los que se encontraba uno de los dueños del bar- estábamos en una mesa tomando algo cuando de repente alguien alerta “¡Hay un flaco bailando arriba del escenario!”.
El dueño del bar -conocido de mi amigo- empieza a buscar con la mirada a la gente de seguridad, en tanto que mi amigo, el Pillo llamémosle (invento apodos para encubrir su verdadera identidad), me dice “Es el Oreja , boludo!”. Sin perder tiempo trato de tomar las riendas de la situación. “Es amigo nuestro”, le digo al dueño tratando de calmar los ánimos, “Debe estar muy en pedo. Yo ahora lo bajo, no pasa nada...”. Dicho esto salgo rumbo al escenario donde el Oreja se contorsiona de formas que, porque somos amigos, y sólo por eso, podríamos denominar como baile. Cuando llego al mismo, veo en su cara dibujarse una sonrisa mayor aun a la que traía puesta al tiempo que, agitando los brazos, me invita a un abrazo.
Mientras, en la mesa, el Pillo trataba de ganar la indulgencia para el Oreja explicando que seguramente se había tomado unas copas de más, que era un buen flaco, que se lo bajaba y listo, la típica... Cuando de repente al dueño del bar se le ponen los ojos grandes como carozos y exclama “¡Ahora están los dos bailando!”, y agrega consternado. “¡Y en bolas!”
Y claro, es que cuando llegué al escenario, al igual que cualquiera haría con un amigo, ni se me cruzó por la cabeza rechazar dicho abrazo. Entonces, mientras nos abrazábamos, comprendí que él ignoraba por completo que yo estaba ahí para bajarlo. Por el contrario, y como es lógico, asumió que yo estaba ahí para acompañarlo en el baile. Así que, cuando vi que se bajaba los pantalones y empezaba a dar saltos, no pude hacer otra cosa más que bajármelos yo también y ponerme a saltar.
Esto no duró ni cinco segundos que ya venía uno de los de seguridad a sacarnos, y bien que hacía, ya que ese era su trabajo (pero no el mio). No hizo falta que dijera nada que ambos bajamos juntos del escenario y, al unísono, entonamos un “Ya nos vamos” mientras el mismo nos acompañaba hasta la puerta.
A la semana siguiente, cuando volvimos -porque siempre se vuelve al Berlín-, los de la puerta se reían y comentaban “Ahí viene los strippers del Berlín”, mientras, más con tono de invitación que carácter admonitorio, nos aconsejaban “Hoy no se vayan a desnudar, eh”.