18 agosto, 2010

El Petiso Orejudo

Petiso, asesino y orejudo. Qué madre, qué padre, no querría tener un hijo así. Por si fuera poco: Imbécil, Malvado, Animal, Idiota Afectivo y Degenerado son algunos de los epítetos utilizados en los informes médicos para referirse a Cayetano Santos Godino, un tipo peligroso, coinciden todos, y hasta yo estoy de acuerdo con eso.


La historia de Cayetano es asaz interesante, por donde se la mire tiene para ofrecernos singularidades que hacen de este personaje... perdón, persona –aunque vivió hace casi 100 años, nos consta que fue un ser real–, decía: que hacen de esta persona un arquetipo de todo lo que la sociedad quisiera ocultar, o simplemente condenar.
La mayoría de la gente, a veces, en el peor de los casos, se va volviendo mala. Cayetano nació malo. Su maldad se limito siempre al acto de matar niños e incendiar edificios, pero esto último vino luego, en principió, al igual que Herodes El Grande, centró todas sus energías en el infanticidio.
Precoz como pocos, a los siete años comienza a forjar su destino, aunque no logrará consumar su primer asesinato hasta cumplidos los nueve. Detengamos aquí y notaremos la primera de esas singularidades que venía anunciando: un niño asesino. Generalmente los asesinos son personas adultas, o bien jóvenes adictos al paco ¿Pero un niño? Sí, Cayetano Santo Godino, ya de niño, sin haber probado las drogas ni jugado nunca a los video juegos, era un asesino con sólo nueve años.
Su técnica, a lo largo de toda su carrera, fue siempre más o menos la misma: mediante engaños conducía a sus víctimas -en general niños de entre uno y cinco años- a algún baldío o casa abandonada y ahí, haciendo uso de lo que tenía a mano, usualmente un cordón que usaba para sujetarse el pantalón, o alguna piedra que encontrará, daba muerte a sus víctimas.
Hay otro detalle que aun no les he contado: Godino era considerado un idiota, aunque es verdad que no hace falta ser un genio para engañar a un chico de 3 años. Posiblemente esta característica fue la que lo ayudó a librarse de los cargos las muchas veces que falló en sus intentos de asesinato; sólo consiguió matar a cuatro de once. Sin embargo, insultaríamos a su memoria si no recordáramos como, en su último asesinato, al salir del baldío en donde tenía atada a una de sus víctimas en busca de un clavo para ultimarlo, al encontrarse con el padre de éste que le pregunta por su hijo, se deshace del mismo sugiriéndole que se dirija a la comisaría a levantar una denuncia.
Han sido documentados varios episodios similares a éste en que, acaso demostrando una sutil inteligencia, o quizás una instintiva inocencia al referir los hechos, se libró de ser atrapado; incluso habiendo sido encontrado con las manos en la masa.
Todos estos detalles comienzan a aburrir, pero referiré uno más de esos hechos llamativos que se agolpan alrededor de su figura. Luego de cometer su primer asesinato, el cual no fue descubierto hasta ser confesado años más tarde, es encerrado por tres años en la Colonia de menores de Marcos Paz. ¿El crimen? Su padre lo denuncia luego de encontrarlo matando y torturando pajaritos. Sí, pajaritos. No uno de los tres o cuatro niños a los que ya había tratado de matar, o ese otro que mató sin ser descubierto, sino simplemente aves.
Recordemos esto y sigamos con su padre, un inmigrante calabrés alcohólico y sifilítico. Es cierto que el mismo lo golpeaba ¿Pero quién no golpearía a su hijo si éste fuese un enviado del demonio? Sin embargo, está represión a que fue sometido Cayetano no sirvió de nada, por ello es que en un esfuerzo de la policía por enseñarle mejores modales es encerrado en un correccional de menores.

Petiso, maltratado y orejudo. Qué psicoanalista no querría tener un paciente así. Claro que en ese entonces el psicoanálisis apenas si se estaba gestando al otro lado del charco. Qué madre, o padre, o ya que estamos, madres, o padres, no hubieran querido a un hijo así. Porque los verdaderos, y cuando digo verdaderos no me refiero a los biológicos, sino a los que quieren a sus hijos. Esos deberían ser los verdaderos. Pero el petiso tuvo lo que tuvo, como tantos otros, quizás peor, quizás distinto, pero no todos somo iguales. Y éste era un petiso rebelde. Seguramente sufrido, pero también indisciplinado; de esos que insultan y cascotean a los vecinos. Pero eso no alcanzaba. ¿Odio, venganza, frustración? ¿Tendría sentimientos el petiso? ¿Querría a alguien el petiso? ¿Lo habría querido alguien alguna vez en la vida? ¿Qué tendría ese petiso?
Cuando pienso en el petiso orejudo siempre me acuerdo de un compañero de mis primeros años en la escuela primaría. Le llamábamos “la baba atómica”, o algo por el estilo. El apodo se lo había ganado debido a la forma en que su cara se cubría babas y mocos cada vez que lloraba, y los niños lloran bastante seguido a esa edad. Una de nuestras diversiones, me refiero acá a los chicos del curso, y quizás también a algunos de los grados superiores, era hacer llorar a “la baba atómica”, pues de esa manera se convertía en su alter ego, un ser casi mítico lleno de furia, sufrimiento y mocos, que a veces terminaba a las trompadas con alguno, sin mucho éxito, ya que era flaco, desgarbado y se encontraba en inferioridad numérica.
Algo así, o incluso peor, me imagino la cotidianidad del petiso. Al pensar en la facilidad con la que lograba raptar niños de apenas meses de edad concluyo que los adultos no debían estar muy pendientes de los chicos que vivían en los arrabales de almagro a principios del siglo pasado. Es incoherente pensar hoy día en un chico de dos años sin la supervision de un mayor. Claro que entonces no había tanto asesino, tanta inseguridad. O quizás porque no había nadie que se ocupase de los niños empezó la inseguridad. La verdad es que no lo sé, pero imagino que el petiso andaría por las calles tan o más desprotegido que esos niños contra los que descargaba su impotencia, su bronca callada, sólo confesada o los únicos inocentes (porque él también alguna vez fue inocente) que podían prestar oído a sus golpes. Seguramente odiaba a todos, pero sobre todo a los padres. Contra ellos descargaba su furia al arrebatarle a sus hijos, al igual que Lilith, la primer esposa de Adán, la que fue repudiada y echada del paraíso sin siquiera haber probado la manzana.

No me parece que Godino tenga los rasgos de un asesino premeditado. Generalmente se valía de lo que tenía a mano. Jamás utilizó un cortaplumas; siempre piedras o el cordón del cinto, cuanto mucho un clavo tirado. Era un enfermo, un anormal.
Un político, acaso un general, un aristócrata, decide terminar sistemáticamente con las vidas de miles de personas: pensemos en una guerra, un crédito contraído a nombre de todos y robado, cosas comunes, no lleguemos siquiera al exterminio de una raza (los indios y negros argentinos por ejemplo) o la represión durante el proceso. Pensemos en el tipo que decide vender y comprar leche adulterada para los comedores escolares, en los otros tantos involucrados en el suministro de medicamentos truchos a las obras sociales. Ninguno de ellos tomó un clavo del piso ni usó una piedra para martillarle el cráneo a un niño indefenso. Sin embargo, cuando pienso en esa gente, me provoca aun más bronca y espanto que pensar en ese otro pobre pibe.
Que pensarán las madres de esos chicos que se hicieron sindicalistas y matan obreros sin mancharse las manos. Qué le habrán hecho para que sean tan hijos de puta, o será que no se dan cuenta, que como dice un informe médico sobre Godino: “es totalmente irresponsable de sus actos” o bien “es un impulsivo consciente y extremadamente peligroso para los que lo rodean "
Sin embargo está en los valores, en las sociedades, en los sistemas que forjan seres así el problema. Hoy día el mal, para muchos, sigue siendo patrimonio único de los seres malditos. De esos que fueron elegidos por el hado para llevar a cabo su destino de crueldad. Una sociedad no puede ser malvada. Un sistema no puede ser culpable. Siempre es más fácil elegir un chivo expiatorio. Decir que fue Hitler, Bush, Stalin; y no todos, o la mayoría, porque yo a Menem no lo voté. Y, así y todo, recordamos al petiso orejudo como el primer asesino serial de la Argentina. ¿Y quién sería entonces el primer gran hijo de puta de la Argentina? O acaso nuestra historia guarda los nombres de tantos, que se pierden en el tiempo y es imposible hoy día identificarlo. ¿Roca, Mitre, Rosas, Rivadavia? Y entre seguirle la pista a los hijos de puta y terminar suscribiendo a la hipótesis de Raskolnikov hay poco menos de un paso. “Si matás a uno sos un asesino, si matás a mil un héroe”.

La historia de la humanidad está plagada de actos viles y malvados. Pero mientras que la mayoría de los distintos informes médicos sobre el petiso afirman más o menos lo siguiente:
Es un degenerado hereditario, imbécil que sufre la locura moral, por definición, muy peligrosa”, “Ofrece del punto de vista físico, numerosos estigmas degenerativos, los más característicos del tipo criminal”
El informe Ernesto Nelson dice claramente: “Godino es un caso de degeneración agravada por el abandono social deque él ha sido víctima, y que por lo tanto no puede hacérsele responsable de sus crímenes, aún cuando su libertad sería peligrosa”
Con esto quiero decir que mientras la mayoría tira en contra, al menos uno trató de buscar la causa a los problemas, y no quedarse en la mera enunciación, en la simple condena. A otros se les ocurrió que si le arreglaban las orejas mediante una cirugía estética por ahí se le curaba lo malo, ya que se creía que ésa era la causa de su maldad. Parece mentira, pero las ideas de Lombroso encontraron otra víctima más en Godino.

El Petiso Orejudo murió preso en la Cárcel del fin del Mundo, en Ushuaia. Cuentan la leyenda que murió luego de una golpiza que le propinaron los presos por matar a la mascota del penal: un gato. Por lo que podemos ver, siempre le fue mejor matando gente que animales.

5 comentarios:

Nicolás Aimetti dijo...

Bueno, hacía mucho que no publicaba nada. Este texto lo tenía listo hace unas semanas, aunque no tenía muchas ganas de publicarlo... Pero bueno, me dio cargo de conciencia dejar el blog tan abandonado y aprovecho para ganar tiempo. Espero poder publicar más seguido.Trataré de tener más en cuenta la frase de Sándor Márai que dice que "no hay lugar para el regateo ni para preguntarse si vale la pena..."

MariaCe dijo...

Interesante escrito.
El petiso orejudo era uno de mis "terrores de infancia". Y recién hace pocos años que pude sentir pena por él. Cuando me hice madre.

El Gaucho Santillán dijo...

Muy bueno!!

el "petiso", tenìa mala prensa. Los que matan con comida en mal estado, le pagan a la prensa.

Y lo mataron por estrangular al gato del penal.

Muriò en su...ley?

Un abrazo. no te pierdas.

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias por comentar, María!
Yo de chico no lo conocía. Recién en la secundaría me enteré de su existencia. A un amigo le decíamos Petiso Orejudo porque era casi igual de malo (aunque nunca mató a nadie que yo sepa).

Nicolás Aimetti dijo...

Hola, Gaucho!
Es así, para la prensa siempre es más noticia meterse con un niño indefenso que agarrársela con los peces gordos. El problema son los pibes chorros, no los políticos garcas y el capitalismo salvaje.