Finalmente,
después de errar por mucho tiempo, la humanidad evolucionó. Un día,
así como así, todo la obra de Shakespeare había sido incorporada a
nuestro mapa genético. Por mero instinto, cualquier ser humano era
capaz de interpretar sus textos con la misma facilidad que supone el
caminar.
Todos
llevaban a Shakespeare en la sangre; cualquiera era capaz de morir de
amor o sufrir el complejo de Hamlet con singular grandeza. Los
villanos urdían siniestras estrategias para matar de celos a sus
contrincantes, mientras tanto, otros, retozaban por la vida como
chanchos, como Falstaff. Cuando los regicidas no enloquecían, eran
los reyes quienes perdían la cordura por despecho. Todos sabían ser
sublimes y mundanos sin siquiera haber abierto un libro, ni perdido
sus horas en los cursos de Oxford o Cambridge.
Claro
que, así como un perro acostumbrado a la vida fácil junto al amo ya
no persigue gatos, los instintos de muchos se iban anquilosando por
la falta de uso. Capaces de amar como Romeo u odiar como Edmundo, por
falta de práctica, sólo conseguían balbucear las lineas de algún
personaje menor e insignificante.
Ninguna historia carecía de fuerza o interés y, por ende, los
libros de Shakespeare atraían tanto la atención como cualquier cosa
que estuviese pasando a la vuelta de la esquina: lo que todos saben
es quizás de lo que menos se habla. Y nadie hablaba de Shakespeare
ni de su obra, tan sólo se limitaban a vivirla.
Y la
vida siguió entre cálidas noches de sueños de verano y terribles
tempestades; comerciantes mezquinos capaces de tratar hasta con
carne humana; mancebos adornados como Rosaslindas, Rosalindas
convertidas en mancebos; dictadores traicionados; maridos
traicionados; padres traicionados; amantes traicionados; amigos
fieles hasta la muerte.
Y
así pasaron años, lustros, eónes sin que nadie mencionara jamás
el nombre de William Shakespeare. Hasta que, finalmente un día, el
hijo de un guantero de Stratford-upon-Avon decidió oír lo que había
en su sangre, en la gente, y ponerse a escribir una parte de nuestro
código genético.