Se
enteró, preguntó el Sanjuanino, ya le pusieron nombre. Durand lo
miró con odio y luego volvió al trabajo. Valentina, creo que le
pusieron. Durand cerró el puño sobre la hoja en que estaba
trabajando. Sí, ya sé que es feo, se parece más a una Marta, una
Elsa a lo sumo. Durand se paró de golpe, arrastrando la silla.
Bueno, bueno, no lo molesto más, Doctor, dijo el Sanjuanino viendo
que había logrado su objetivo. Es por una canción, sabe. Siga
trabajando, que yo me voy a hacer unos mates.
Al Sanjuanino le gustaba molestar, especialmente al
ingeniero Durand, nomás por saberlo cascarrabias. Salvo por un
sereno que se quedaba en el piso de abajo, no solía haber mucha más
gente por las noches. Antes de que trajeran la máquina, la primer
computadora del país, ni siquiera el Sanjuanino se quedaba después
de las doce.