“Un arte cuya forma exige
no ser descubierta”
-R. Piglia, Prisión
Perpetua.
No nos perdamos en
detalles, amor, vayamos al grano.
Nicolás me dijo que
desde hace meses solo piensa en una historia. Que por más que trata,
esa historia está ahí, clavada en la piel, alfileres atravesándole
los párpados, sangre recorriendo las mejillas y volviendo a su boca.
Un círculo perfecto puede ser también una cárcel perfecta.
No nos apresuremos.
Puedes bajar la montaña corriendo y llegar al valle en un abrir y
cerrar de ojos; pero si bajas despacio, puedes cogerte a todas las
cabras en el camino.
Melina había sido criada
en el campo, abandonada por su padre. No en vano soy profesora de
lengua, me dijo, sacándose la pija de la boca y mirándome a los
ojos. Una sonrisa deliciosa.
La historia trata de
tres, porque en toda historia de amor hay tres. El héroe, la amada y
el antagonista. A veces los tres son solo dos. Mi vida ha estado
llena de terribles desgracias, decía Montaigne, la mayoría de las
cuales nunca sucedieron. A veces los tres son solo uno. El Padre, el
Hijo y Espíritu santo.
Un día voy a volver a la
casa de mis viejos, dijo Jorgelina. Voy a entrar por el fondo, por
una ventana, no sé, no me animo, no podría entrar por la puerta. Le
gusta que la cojan por atrás, no por el culo, porque tiene el colon
irritable, me dijo, solo desde atrás.
Sin embargo Dios ha
muerto, resucitado, y los tres que antes eran uno ahora son tres
nuevamente, porque la historia ha terminado y solo podemos hablar de
lo que ha quedado de ellos.
Él, el de la historia,
que aquí casi no importa, se pensó que iban a estar juntos toda la
vida. Tenía apenas trece, catorce años, en esa época era fácil
olvidarse los años y por lo que había hecho, lo que acababa de
hacer, se sentía todo un hombre. Ella no era mucho más grande, al
menos no en cuanto a edad. Posiblemente lo haya amado mucho más
sinceramente de lo que él (a esa edad el amor es solo calentura, un
montón de calentura), creía haberla amado.
Nicolás guarda sus notas
en un cuaderno verde que dice “personajes” en la tapa. Como si no
fueran personas, sólo máscaras para usar aquí y allá.
Estábamos en el living,
después medianoche. Sus padres dormían, o nos gustaba creer que
dormían. Ella boca arriba en el sillón. Yo le pedía que usara
vestidos, así era más fácil, le corría la bombacha y le pasaba la
lengua. Si trababa de meter, aunque sea la puntita de un dedo, se
retorcía de dolor. Si vos me amás no importa, decía, me la metés
y yo me banco el dolor, lo que sea; pero si no, no. Yo no la amaba.
Se llamaba Noelia, creo.
Melina siempre mencionaba
inútilmente mi nombre mientras hablábamos. En una conversación de
a dos, siempre está implícito quien es el receptor del mensaje.
Creía (quizás aun cree) que a la mayoría de los hombres no les
gusta demasiado que se la chupen, que se sienten dominados mientras
dura el pete. Solo una vez la penetré. Me dijo que si quería la
cogiera, para darme el gusto, pero lo que realmente le gustaba era
tener una pija en la boca. La primera vez que me la chupó traté de
tocarla entre las piernas, me dijo que no hacía falta, que ella
acababa por el solo hecho de chuparla. Incluso comprobé que era
multiorgásmica.
Irene solo había estado
con un hombre en su vida. Tenía sesenta años, había estado casada
veinte, o más, y se sentía retirada para el asunto. No sé cómo,
pero me hubiera gustado hacerle el amor.
Deambulo a través de la
noche
ingrávido, olfateando
aquí y allá
me detengo entre sueños
ante los sexos olvidados
y me inclino
labios abiertos sobre
labios cerrados
hurgando, lamiendo,
frotando, absorbiendo
frustrados, ocultos
deseos.
Esto no es un cuento. Ni
siquiera una historia. Son más bien los restos, todo lo que hubo que
sacar, que extirpar para que pudiese haber un cuento. Es la cara
oscura, el reverso que lo contiene, como un molde de fundición
vacío.
Me dijo que su ex novio
tenía la pija más grande de todas, que todo pasaba por ahí en el
sexo, que nunca le habían chupado la concha y que tampoco lo
lamentaba.
Noelia había perdido la
vista de joven; un accidente. Me tocaba con cautela, con ardor, con
miedo, como si le reprochase a su calentura por traicionar al amor,
como si el goce no valiese ni la mitad del deseo.
Pero amor, no, nada de
esto importa, quizás más adelante, cuando solo haya recuerdos, pero
no futuro. Ahora, en este instante, solo deseo recorrer los caminos
que dicten tus piernas, ese sendero que se hace estrecho e infinito
como un océano. El resto, son cosas que irá arrastrando la marea,
que se irán perdiendo en la resaca de mar.
He pasado por muchas
lenguas
Son muchos los que han
hablado de mí
Que cuentan, que dicen
Que no hay que creerles
Nada
Tampoco todo
Se puede
Conviene
Saber
Una heroína, su amado y
la otra, esa perra. La Madre, la Hija y él, ese pibito que se la
quiere coger en el living de la casa. El padre, la hija y el
principito, que nunca llega, que no alcanza. Un judío, una cantante
y un productor de espectáculos. Un arzobispo, un curita y una
hereje. Un poeta, un publicista y su esposa. En el nombre del
hermano, de la hermana, y el primo que vino del campo.
Bajó hasta su pija y se
la quedó mirando con detenimiento. Ahora me la chupa, se la mete en
la boca, pero no, nada, solo la mirada recorriendo cada centímetro,
y el tiempo que pasa, y se va achicando en la manos de ella que lo
miran de un lado y de otro, eso nomás. Al final comprende: se estaba
asegurando de que no tuviera ninguna peste, aunque ya se sabía,
igual iban a coger con forro.
Le propongo que vayamos a
un motel. No, mejor a un telo, más sencillo, responde, y me dieron
ganas de besarla, de la ternura; pero no, tiene razón, quién carajo
dice motel cuando está por ir a coger.
Un día fuimos a ver a
uno que le saltaba. A nosotros ya se nos paraba, y también nos
hacíamos la paja, pero no podíamos creer que de ahí saliera leche.
Teníamos un amigo, más grande, al que tampoco le saltaba, pero a un
compañero suyo, de la escuela, sí. Así que fuimos a ver cómo era.
El chico se tiró en la cama y se tapo con una sábana, porque le
daba vergüenza, y así y todo al final no pudo concentrarse. Tuvimos
que seguir esperando para ver como era.
Cenicienta 20’11:
María Del Carmen viaja al noroeste del país. Viaja por negocios, es
diseñadora, viaja para vender la ropa que diseña, viaja sola, viaja
porque se va a encontrar con un chico que conoció en un grupo de
meditación, un grupo que se llama Sahaja Yoga.
Un
miércoles llama al celular de su madre. Le dice que está sin plata,
angustiada y que no puede hablar más. Luego se pierde, o la roban, o
ya la habían robado. La policía, el chico, la gente: nadie sabe
nada.
Pasa
una semana y Santiago viaja a Salta, el último lugar donde la
vieron. La vieron, la vio, la cámara de un peaje, a María Cash en
la poma, dicen que la vieron, dar al aire su ternura, pasando sobre
la arena, iba pisando la luna.
Santiago
es el padre, y en la policía son todos unos inútiles. Inútiles en
el peor de los casos, porque lo más seguro es que sepan, que sean
cómplices, que estén tapando todo.
María
tiene 29 años, y el trigo que va cortando, madura ya por su cintura.
Pelo oscuro y lacio. Un lunar, no un lunar, una mancha de nacimiento,
media fea, en la mejilla izquierda. Nunca estuvimos muy contentos con
esa mancha, pero ahora, esa mancha, quizás, esa particularidad suya,
nos ayude a que la reconozcan, a esa mancha, ahora que no está, se
la quiere, se la extraña.
María
tiene ojos marrones, le dice Santiago a la policía, pero mirando
flores de alfalfa, sus ojos negros se azulan, aclara luego, mientras
adivina en la cara del comisario su impaciencia por que se olvide de
todo, por que se vuelva a la ciudad.
Santiago
no se vuelve. Habrá pasado como con los Pomar, piensa, que todo el
mundo pensó que los habían secuestrado, o matado, o que se habían
escapado, y a los veinticuatro días los encontraron tirados muertos
al costado de la ruta, tapados por los yuyos. Un choque había sido
nomás. No. El pobre de tu padre te está llorando, porque te roban
María, a vos, no a tus cabras, como en la zamba, no tus vestiditos,
a vos te están robaron, María, quién sabe, siquiera, si habrás
andado carnavaleando.
Santiago
averigua, empieza a recorrer garitos, burdeles, cualquier lugar en
donde sospeche que pueda haber un prostíbulo. Pide algo para tomar,
pide ver las chicas. Al principio no hace nada, lo miran raro. Vos
sos el que no coge, rajá de acá gringo, le dicen en uno. Viaja
varios kilómetros al norte, para que no lo reconozcan, sigue la
busca, pero empieza a coger, para que no levantar sospecha.
Es
raro, al principio pensó que no podría, que tendría que entrar a
la pieza y salir al rato haciéndose el avergonzado. Hace un mes que
casi no duerme, y cuando duerme despierta llorando, hundido en la
cama de algún hotel barato de la que cree que no podrá levantarse,
pero se levanta, porque tiene que buscar, porque tiene que ir al
próximo sucucho que encuentre, a ver si ahí tienen a su hija, y si
no, se agarra a una, la trata bien, muy bien, no la coge, le hace el
amor, con cuidado, y por un rato es feliz, y luego le habla, y
también le pregunta, trata de sacarle datos, aunque mucho no hablan,
pero el pregunta igual, y sigue buscando. A veces, en una noche, pasa
por tres prostíbulos, tres mujeres, y eso es lo mejor, porque así
queda cansado y puede dormir, que además de coger es lo mejor que le
pasa; cuando despierta, es el infierno otra vez.
Se
empieza a quedar sin plata. Hace un mes dejó de pagar hoteles, ni
siquiera los más baratos, duerme en el auto. Come poco, huele mal,
pero a los lugares que va todo el mundo huele mal, así que no le
hacen problemas. Vive en una especie de sueño, de pesadilla. Cuando
despierta piensa que a su hija la podrían haber mandado a Chile, o
al sur, o Paraguay. Entonces vuelve al sueño, tiene que estar por
acá, aunque no está seguro si acá es Jujuy, o Catamarca, va de un
pueblo a otro, sin importarle demasiado, a veces se pierde, se
confunde, vuelve a pasar por el mismo pueblo más de una vez.
Una
noche se acuesta con una chica, la misma mirada triste que su hija,
su edad, blanquita también. Al salir cuenta el dinero que le queda,
apenas alcanza para llenar el tanque. Hace un mes que dejó de
llamar a su esposa, y no la va a llamar para pedirle que le mande más
plata. Tampoco le va a mandar, le va a decir que vuelva. Se trajo una
veintidós cuando se vino, era de su viejo que, alguna vez, de chico,
le enseñó a tirar. Se vuelve para el prostíbulo.
Se
olvidó algo, pregunta el que cuida. Nada, dice él, saca el chumbo y
le pega un tiro. Se oyen gritos. Ve a la chica con la que estuvo hace
un rato que corre, se mete en una pieza. La busca. La chica lo mira
con miedo, lo mira a él, mira el arma. El le dice que lo siga, que
no le va a hacer nada, y guarda la pistola en un bolsillo. La chica,
con más miedo que voluntad, comienza a caminar a su lado. Cuando
están saliendo, una de las putas toma el arma del chulo tirado en el
piso. Le grita algo que él no llega a entender, apunta, y dispara
varias veces mientras él trata de sacar su pistola. Seis balas pasan
sin tocarlo, la séptima se le mete en el cuello y cae. Trata de
girarse para ver por última vez a la chica que quería salvar, pero
el cuerpo no le responde. Se muere viendo a la puta llorar, abrazada
al cuerpo del hombre que mató al entrar.
Estoy
en la cama y por un azar deseado me encuentro con rastros de tu
perfume. Empiezo a recordarte, a recordar tus olores. El olor
de tu cuello, tras las orejas, esa mezcla entre el perfume y la piel.
El olor de tu boca, alcohol, tabaco, caramelos de menta y algo que
los amalgama, una especie de aliento que nace con la calentura, que
hace que sea delicioso algo que no tendría por qué serlo. El olor
del pelo, la nuca, la espalda, entre las tetas, un sudor cálido,
suave, en los pliegues bajo las tetas, más concentrado, en los
pezones, fresco, duros, el vientre también tiene su aroma, y los
ijares, las axilas, desodorante, sudor, es un aroma especial, y luego
la espalda, el culo, y más abajo, la concha, que es eso, una concha
con su olor cuando está cerrada y su olor cuando está abierta, y
las piernas, los pies, cada rincón huele distinto. Hay un punto,
casi a la altura de las tetas, un poco más arriba, desde el que se
puede oler la sutil mezcla de todo esos aromas, el sinuoso misterio
de tu cuerpo resumido en una sola fragancia que hace que me pierda.
Pienso
en qué pasaría si un día te quedaras sin olor. Si tu cuello, tus
tetas, incluso tu culo ya no oliera a nada, o si olieran distinto, a
otra cosa. Estoy seguro que dejaría de amarte. Es difícil de
explicar, pero es así, soy fiel como un perro.
De repente se abrazó a
mí y empezó a llorar. Le había pedido que me la chupe. No era la
primera vez que pasaba esto, así que no fue de repente, en realidad.
Un día me contó, o más bien, como pudo, fue soltando algunas
palabras para insinuarme la historia. Que fue cuando era chica, que,
no me dijo quién, tampoco mencionó la palabra, en realidad dijo muy
poco, pero estaba todo dicho. Me dijo que no podía por eso, porque
cuando sentía el olor, no dijo olor a pija, ni a pito, ni pene, ni
nada. Dijo que cuando sentía el olor se acordaba y no podía, que no
había manera, y siguió llorando abrazada a mí. Nunca le contó a
sus padres, ni a las hermanas, ni a sus amigas. Fui la segunda
persona a quien se lo contó.
Es difícil, amor,
encontrarse en el otro. Es imposible, en realidad. Solo existe la
posibilidad de perderse en el otro, eso es el amor, abandonar lo
conocido sin saber con que carajo nos vamos a encontrar, a oscuras,
guiados, atraídos solo por el olfato.
Nicolás tiene la odiosa
costumbre de meter párrafos inútiles, por una mera cuestión de
forma, para distraer, para que las cosas no se precipiten tan rápido,
para que haya alternancia de voces, cuando en realidad es siempre la
misma voz, que se quiebra en estos cuarenta y dos párrafos tratando
de contar una historia, que, sin su reverso, es difícil de
comprender.
3 comentarios:
Bueno, después de más de tres meses sin publicar nada, el blog vuelve a ser actualizado! Viva, viva!!! Espero que les guste el texto, o que si no les gusta, al menos les movilice algo (vaya uno a saber qué, son cosas que se dicen). Saludos a todos los que pasan por el blog y gracias por la paciencia. La semana que viene, a lo sumo la otra, subo otro cuento (ya lo tengo escrito, así que no hay excusas).
Hola Nicolás. Permitime hacerte una aclaración: soy Anónimo, porque soy humano que tiene identidad: humano. Un personaje en busca de autor en el teatro del absurdo. Hecha la presentación, pasemos a lo que importa.
Me apropio y reformulo una frase atribuída a Nietzche -no me atrevería a afirmarlo, ignoro la fuente- decía "cuidado con los epígrafes al utilizarlos, no vaya a ser mejor el epigrafe que el resto de la obra". Ya que alentás al comentario, a mí (subjetivo y personal) se me hace que a esta ficción descriptiva faltó el espíritu del arte, de la creación. Viene pregnada de tedio -eso me transmitió-. A la espera de lo contrario, te saludo.
Anónimo: el épigrafe es lo mejor que tiene este texto, de eso no caben dudas.
Te agradezco haberte tomado el trabajo de leer y comentar. Espero que otros de mis texto sean más de tu agrado y menos tediosos. Este no es un texto fácil, la vida de por sí no es cosa fácil, y es claro que no será del agrado de muchos, pero yo lo siento sincero, mejorable seguramente, y, lo más importante, necesario (para mí, al menos).
Saludos, y nuevamente gracias por comentar!
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