08 agosto, 2011

El Resto

“Un arte cuya forma exige no ser descubierta”
-R. Piglia, Prisión Perpetua.

No nos perdamos en detalles, amor, vayamos al grano.

Nicolás me dijo que desde hace meses solo piensa en una historia. Que por más que trata, esa historia está ahí, clavada en la piel, alfileres atravesándole los párpados, sangre recorriendo las mejillas y volviendo a su boca. Un círculo perfecto puede ser también una cárcel perfecta.

No nos apresuremos. Puedes bajar la montaña corriendo y llegar al valle en un abrir y cerrar de ojos; pero si bajas despacio, puedes cogerte a todas las cabras en el camino.

Melina había sido criada en el campo, abandonada por su padre. No en vano soy profesora de lengua, me dijo, sacándose la pija de la boca y mirándome a los ojos. Una sonrisa deliciosa.

La historia trata de tres, porque en toda historia de amor hay tres. El héroe, la amada y el antagonista. A veces los tres son solo dos. Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, decía Montaigne, la mayoría de las cuales nunca sucedieron. A veces los tres son solo uno. El Padre, el Hijo y Espíritu santo.

Un día voy a volver a la casa de mis viejos, dijo Jorgelina. Voy a entrar por el fondo, por una ventana, no sé, no me animo, no podría entrar por la puerta. Le gusta que la cojan por atrás, no por el culo, porque tiene el colon irritable, me dijo, solo desde atrás.

Sin embargo Dios ha muerto, resucitado, y los tres que antes eran uno ahora son tres nuevamente, porque la historia ha terminado y solo podemos hablar de lo que ha quedado de ellos.

Él, el de la historia, que aquí casi no importa, se pensó que iban a estar juntos toda la vida. Tenía apenas trece, catorce años, en esa época era fácil olvidarse los años y por lo que había hecho, lo que acababa de hacer, se sentía todo un hombre. Ella no era mucho más grande, al menos no en cuanto a edad. Posiblemente lo haya amado mucho más sinceramente de lo que él (a esa edad el amor es solo calentura, un montón de calentura), creía haberla amado.

Nicolás guarda sus notas en un cuaderno verde que dice “personajes” en la tapa. Como si no fueran personas, sólo máscaras para usar aquí y allá.

Estábamos en el living, después medianoche. Sus padres dormían, o nos gustaba creer que dormían. Ella boca arriba en el sillón. Yo le pedía que usara vestidos, así era más fácil, le corría la bombacha y le pasaba la lengua. Si trababa de meter, aunque sea la puntita de un dedo, se retorcía de dolor. Si vos me amás no importa, decía, me la metés y yo me banco el dolor, lo que sea; pero si no, no. Yo no la amaba. Se llamaba Noelia, creo.

Melina siempre mencionaba inútilmente mi nombre mientras hablábamos. En una conversación de a dos, siempre está implícito quien es el receptor del mensaje. Creía (quizás aun cree) que a la mayoría de los hombres no les gusta demasiado que se la chupen, que se sienten dominados mientras dura el pete. Solo una vez la penetré. Me dijo que si quería la cogiera, para darme el gusto, pero lo que realmente le gustaba era tener una pija en la boca. La primera vez que me la chupó traté de tocarla entre las piernas, me dijo que no hacía falta, que ella acababa por el solo hecho de chuparla. Incluso comprobé que era multiorgásmica.

Irene solo había estado con un hombre en su vida. Tenía sesenta años, había estado casada veinte, o más, y se sentía retirada para el asunto. No sé cómo, pero me hubiera gustado hacerle el amor.

Deambulo a través de la noche
ingrávido, olfateando aquí y allá
me detengo entre sueños
ante los sexos olvidados
y me inclino
labios abiertos sobre labios cerrados
hurgando, lamiendo, frotando, absorbiendo
frustrados, ocultos deseos.

Esto no es un cuento. Ni siquiera una historia. Son más bien los restos, todo lo que hubo que sacar, que extirpar para que pudiese haber un cuento. Es la cara oscura, el reverso que lo contiene, como un molde de fundición vacío.

Me dijo que su ex novio tenía la pija más grande de todas, que todo pasaba por ahí en el sexo, que nunca le habían chupado la concha y que tampoco lo lamentaba.

Noelia había perdido la vista de joven; un accidente. Me tocaba con cautela, con ardor, con miedo, como si le reprochase a su calentura por traicionar al amor, como si el goce no valiese ni la mitad del deseo.

Pero amor, no, nada de esto importa, quizás más adelante, cuando solo haya recuerdos, pero no futuro. Ahora, en este instante, solo deseo recorrer los caminos que dicten tus piernas, ese sendero que se hace estrecho e infinito como un océano. El resto, son cosas que irá arrastrando la marea, que se irán perdiendo en la resaca de mar.

He pasado por muchas lenguas
Son muchos los que han hablado de mí
Que cuentan, que dicen
Que no hay que creerles
Nada
Tampoco todo
Se puede
Conviene
Saber

Una heroína, su amado y la otra, esa perra. La Madre, la Hija y él, ese pibito que se la quiere coger en el living de la casa. El padre, la hija y el principito, que nunca llega, que no alcanza. Un judío, una cantante y un productor de espectáculos. Un arzobispo, un curita y una hereje. Un poeta, un publicista y su esposa. En el nombre del hermano, de la hermana, y el primo que vino del campo.

Bajó hasta su pija y se la quedó mirando con detenimiento. Ahora me la chupa, se la mete en la boca, pero no, nada, solo la mirada recorriendo cada centímetro, y el tiempo que pasa, y se va achicando en la manos de ella que lo miran de un lado y de otro, eso nomás. Al final comprende: se estaba asegurando de que no tuviera ninguna peste, aunque ya se sabía, igual iban a coger con forro.

Le propongo que vayamos a un motel. No, mejor a un telo, más sencillo, responde, y me dieron ganas de besarla, de la ternura; pero no, tiene razón, quién carajo dice motel cuando está por ir a coger.

Un día fuimos a ver a uno que le saltaba. A nosotros ya se nos paraba, y también nos hacíamos la paja, pero no podíamos creer que de ahí saliera leche. Teníamos un amigo, más grande, al que tampoco le saltaba, pero a un compañero suyo, de la escuela, sí. Así que fuimos a ver cómo era. El chico se tiró en la cama y se tapo con una sábana, porque le daba vergüenza, y así y todo al final no pudo concentrarse. Tuvimos que seguir esperando para ver como era.

Cenicienta 2011: María Del Carmen viaja al noroeste del país. Viaja por negocios, es diseñadora, viaja para vender la ropa que diseña, viaja sola, viaja porque se va a encontrar con un chico que conoció en un grupo de meditación, un grupo que se llama Sahaja Yoga.
Un miércoles llama al celular de su madre. Le dice que está sin plata, angustiada y que no puede hablar más. Luego se pierde, o la roban, o ya la habían robado. La policía, el chico, la gente: nadie sabe nada.
Pasa una semana y Santiago viaja a Salta, el último lugar donde la vieron. La vieron, la vio, la cámara de un peaje, a María Cash en la poma, dicen que la vieron, dar al aire su ternura, pasando sobre la arena, iba pisando la luna.
Santiago es el padre, y en la policía son todos unos inútiles. Inútiles en el peor de los casos, porque lo más seguro es que sepan, que sean cómplices, que estén tapando todo.
María tiene 29 años, y el trigo que va cortando, madura ya por su cintura. Pelo oscuro y lacio. Un lunar, no un lunar, una mancha de nacimiento, media fea, en la mejilla izquierda. Nunca estuvimos muy contentos con esa mancha, pero ahora, esa mancha, quizás, esa particularidad suya, nos ayude a que la reconozcan, a esa mancha, ahora que no está, se la quiere, se la extraña.
María tiene ojos marrones, le dice Santiago a la policía, pero mirando flores de alfalfa, sus ojos negros se azulan, aclara luego, mientras adivina en la cara del comisario su impaciencia por que se olvide de todo, por que se vuelva a la ciudad.
Santiago no se vuelve. Habrá pasado como con los Pomar, piensa, que todo el mundo pensó que los habían secuestrado, o matado, o que se habían escapado, y a los veinticuatro días los encontraron tirados muertos al costado de la ruta, tapados por los yuyos. Un choque había sido nomás. No. El pobre de tu padre te está llorando, porque te roban María, a vos, no a tus cabras, como en la zamba, no tus vestiditos, a vos te están robaron, María, quién sabe, siquiera, si habrás andado carnavaleando.
Santiago averigua, empieza a recorrer garitos, burdeles, cualquier lugar en donde sospeche que pueda haber un prostíbulo. Pide algo para tomar, pide ver las chicas. Al principio no hace nada, lo miran raro. Vos sos el que no coge, rajá de acá gringo, le dicen en uno. Viaja varios kilómetros al norte, para que no lo reconozcan, sigue la busca, pero empieza a coger, para que no levantar sospecha.
Es raro, al principio pensó que no podría, que tendría que entrar a la pieza y salir al rato haciéndose el avergonzado. Hace un mes que casi no duerme, y cuando duerme despierta llorando, hundido en la cama de algún hotel barato de la que cree que no podrá levantarse, pero se levanta, porque tiene que buscar, porque tiene que ir al próximo sucucho que encuentre, a ver si ahí tienen a su hija, y si no, se agarra a una, la trata bien, muy bien, no la coge, le hace el amor, con cuidado, y por un rato es feliz, y luego le habla, y también le pregunta, trata de sacarle datos, aunque mucho no hablan, pero el pregunta igual, y sigue buscando. A veces, en una noche, pasa por tres prostíbulos, tres mujeres, y eso es lo mejor, porque así queda cansado y puede dormir, que además de coger es lo mejor que le pasa; cuando despierta, es el infierno otra vez.
Se empieza a quedar sin plata. Hace un mes dejó de pagar hoteles, ni siquiera los más baratos, duerme en el auto. Come poco, huele mal, pero a los lugares que va todo el mundo huele mal, así que no le hacen problemas. Vive en una especie de sueño, de pesadilla. Cuando despierta piensa que a su hija la podrían haber mandado a Chile, o al sur, o Paraguay. Entonces vuelve al sueño, tiene que estar por acá, aunque no está seguro si acá es Jujuy, o Catamarca, va de un pueblo a otro, sin importarle demasiado, a veces se pierde, se confunde, vuelve a pasar por el mismo pueblo más de una vez.
Una noche se acuesta con una chica, la misma mirada triste que su hija, su edad, blanquita también. Al salir cuenta el dinero que le queda, apenas alcanza para llenar el tanque. Hace un mes que dejó de llamar a su esposa, y no la va a llamar para pedirle que le mande más plata. Tampoco le va a mandar, le va a decir que vuelva. Se trajo una veintidós cuando se vino, era de su viejo que, alguna vez, de chico, le enseñó a tirar. Se vuelve para el prostíbulo.
Se olvidó algo, pregunta el que cuida. Nada, dice él, saca el chumbo y le pega un tiro. Se oyen gritos. Ve a la chica con la que estuvo hace un rato que corre, se mete en una pieza. La busca. La chica lo mira con miedo, lo mira a él, mira el arma. El le dice que lo siga, que no le va a hacer nada, y guarda la pistola en un bolsillo. La chica, con más miedo que voluntad, comienza a caminar a su lado. Cuando están saliendo, una de las putas toma el arma del chulo tirado en el piso. Le grita algo que él no llega a entender, apunta, y dispara varias veces mientras él trata de sacar su pistola. Seis balas pasan sin tocarlo, la séptima se le mete en el cuello y cae. Trata de girarse para ver por última vez a la chica que quería salvar, pero el cuerpo no le responde. Se muere viendo a la puta llorar, abrazada al cuerpo del hombre que mató al entrar.


Estoy en la cama y por un azar deseado me encuentro con rastros de tu perfume. Empiezo a recordarte, a recordar tus olores. El olor de tu cuello, tras las orejas, esa mezcla entre el perfume y la piel. El olor de tu boca, alcohol, tabaco, caramelos de menta y algo que los amalgama, una especie de aliento que nace con la calentura, que hace que sea delicioso algo que no tendría por qué serlo. El olor del pelo, la nuca, la espalda, entre las tetas, un sudor cálido, suave, en los pliegues bajo las tetas, más concentrado, en los pezones, fresco, duros, el vientre también tiene su aroma, y los ijares, las axilas, desodorante, sudor, es un aroma especial, y luego la espalda, el culo, y más abajo, la concha, que es eso, una concha con su olor cuando está cerrada y su olor cuando está abierta, y las piernas, los pies, cada rincón huele distinto. Hay un punto, casi a la altura de las tetas, un poco más arriba, desde el que se puede oler la sutil mezcla de todo esos aromas, el sinuoso misterio de tu cuerpo resumido en una sola fragancia que hace que me pierda.
Pienso en qué pasaría si un día te quedaras sin olor. Si tu cuello, tus tetas, incluso tu culo ya no oliera a nada, o si olieran distinto, a otra cosa. Estoy seguro que dejaría de amarte. Es difícil de explicar, pero es así, soy fiel como un perro.


De repente se abrazó a mí y empezó a llorar. Le había pedido que me la chupe. No era la primera vez que pasaba esto, así que no fue de repente, en realidad. Un día me contó, o más bien, como pudo, fue soltando algunas palabras para insinuarme la historia. Que fue cuando era chica, que, no me dijo quién, tampoco mencionó la palabra, en realidad dijo muy poco, pero estaba todo dicho. Me dijo que no podía por eso, porque cuando sentía el olor, no dijo olor a pija, ni a pito, ni pene, ni nada. Dijo que cuando sentía el olor se acordaba y no podía, que no había manera, y siguió llorando abrazada a mí. Nunca le contó a sus padres, ni a las hermanas, ni a sus amigas. Fui la segunda persona a quien se lo contó.

Es difícil, amor, encontrarse en el otro. Es imposible, en realidad. Solo existe la posibilidad de perderse en el otro, eso es el amor, abandonar lo conocido sin saber con que carajo nos vamos a encontrar, a oscuras, guiados, atraídos solo por el olfato.

Nicolás tiene la odiosa costumbre de meter párrafos inútiles, por una mera cuestión de forma, para distraer, para que las cosas no se precipiten tan rápido, para que haya alternancia de voces, cuando en realidad es siempre la misma voz, que se quiebra en estos cuarenta y dos párrafos tratando de contar una historia, que, sin su reverso, es difícil de comprender.

3 comentarios:

Nicolás Aimetti dijo...

Bueno, después de más de tres meses sin publicar nada, el blog vuelve a ser actualizado! Viva, viva!!! Espero que les guste el texto, o que si no les gusta, al menos les movilice algo (vaya uno a saber qué, son cosas que se dicen). Saludos a todos los que pasan por el blog y gracias por la paciencia. La semana que viene, a lo sumo la otra, subo otro cuento (ya lo tengo escrito, así que no hay excusas).

Anónimo dijo...

Hola Nicolás. Permitime hacerte una aclaración: soy Anónimo, porque soy humano que tiene identidad: humano. Un personaje en busca de autor en el teatro del absurdo. Hecha la presentación, pasemos a lo que importa.
Me apropio y reformulo una frase atribuída a Nietzche -no me atrevería a afirmarlo, ignoro la fuente- decía "cuidado con los epígrafes al utilizarlos, no vaya a ser mejor el epigrafe que el resto de la obra". Ya que alentás al comentario, a mí (subjetivo y personal) se me hace que a esta ficción descriptiva faltó el espíritu del arte, de la creación. Viene pregnada de tedio -eso me transmitió-. A la espera de lo contrario, te saludo.

Nicolás Aimetti dijo...

Anónimo: el épigrafe es lo mejor que tiene este texto, de eso no caben dudas.
Te agradezco haberte tomado el trabajo de leer y comentar. Espero que otros de mis texto sean más de tu agrado y menos tediosos. Este no es un texto fácil, la vida de por sí no es cosa fácil, y es claro que no será del agrado de muchos, pero yo lo siento sincero, mejorable seguramente, y, lo más importante, necesario (para mí, al menos).
Saludos, y nuevamente gracias por comentar!