Había
estado esperando más de un cuarto de hora, hasta que su suegro
terminó el vaso de whisky y fue a servirse otro. El gran hombre se
la pasaba hablando de dinero, sugiriéndole negocios, y tenía la
molesta manía de colgarse de su brazo para reclamar su atención.
Por suerte había quedado atrás, y antes de notar su ausencia,
estaría aburriendo a algún otro con sus peroratas. Atravesó el
salón –donde algunas parejas comenzaban a bailar– y se escabulló
de la fiesta ajeno a las miradas.