27 julio, 2009

Amistad

Hace ya varios años estábamos con los pibes en el Berlín, un bar donde se realizan espectáculos y luego se torna en boliche. En el sótano del mismo se encuentra la pista de baile (soy generoso al llamarle así), y arriba, en el bar propiamente dicho, está el escenario en el cual se desarrolla esta historia. Estaba ya por cerrar y con un amigo y otra gente -entre los que se encontraba uno de los dueños del bar- estábamos en una mesa tomando algo cuando de repente alguien alerta “¡Hay un flaco bailando arriba del escenario!”.

El dueño del bar -conocido de mi amigo- empieza a buscar con la mirada a la gente de seguridad, en tanto que mi amigo, el Pillo llamémosle (invento apodos para encubrir su verdadera identidad), me dice “Es el Oreja , boludo!”. Sin perder tiempo trato de tomar las riendas de la situación. “Es amigo nuestro”, le digo al dueño tratando de calmar los ánimos, “Debe estar muy en pedo. Yo ahora lo bajo, no pasa nada...”. Dicho esto salgo rumbo al escenario donde el Oreja se contorsiona de formas que, porque somos amigos, y sólo por eso, podríamos denominar como baile. Cuando llego al mismo, veo en su cara dibujarse una sonrisa mayor aun a la que traía puesta al tiempo que, agitando los brazos, me invita a un abrazo.

Mientras, en la mesa, el Pillo trataba de ganar la indulgencia para el Oreja explicando que seguramente se había tomado unas copas de más, que era un buen flaco, que se lo bajaba y listo, la típica... Cuando de repente al dueño del bar se le ponen los ojos grandes como carozos y exclama “¡Ahora están los dos bailando!”, y agrega consternado. “¡Y en bolas!”

Y claro, es que cuando llegué al escenario, al igual que cualquiera haría con un amigo, ni se me cruzó por la cabeza rechazar dicho abrazo. Entonces, mientras nos abrazábamos, comprendí que él ignoraba por completo que yo estaba ahí para bajarlo. Por el contrario, y como es lógico, asumió que yo estaba ahí para acompañarlo en el baile. Así que, cuando vi que se bajaba los pantalones y empezaba a dar saltos, no pude hacer otra cosa más que bajármelos yo también y ponerme a saltar.

Esto no duró ni cinco segundos que ya venía uno de los de seguridad a sacarnos, y bien que hacía, ya que ese era su trabajo (pero no el mio). No hizo falta que dijera nada que ambos bajamos juntos del escenario y, al unísono, entonamos un “Ya nos vamos” mientras el mismo nos acompañaba hasta la puerta.

A la semana siguiente, cuando volvimos -porque siempre se vuelve al Berlín-, los de la puerta se reían y comentaban “Ahí viene los strippers del Berlín”, mientras, más con tono de invitación que carácter admonitorio, nos aconsejaban “Hoy no se vayan a desnudar, eh”.

6 comentarios:

francisco pavanetto dijo...

jejeje cuándo sucedio eso??!
falto un solo fin de semana y por primera vez pasa algo digno de cuento.
en realidad hubiera sido similar la situacion si los veia bailando en bolas, quizas me sumaba.

Nicolás Aimetti dijo...

Fue hace bastante... 2002 o 2003 creo... fue todo muy rápido, habría una veintena de personas en el bar, quizás un poco más.
Ya de esas épocas no queda nadie en el Berlín, siempre se cagaban de la risa cuando se acordaban.
(y acerca de la propuesta de sumarse, quien sabe, quizás alguna vez se repita). Un abrazo Francho.

Lunatic dijo...

El Oreja... Martin?
No lo hacia stripper.

Nicolás Aimetti dijo...

No fue Martín, fue otro, o el otro, porque nomás conozco a esos dos.
Igual Martín tranquilamente podría haber sido... no es tan propenso como éste, es verdad, pero recuerdo campamentos en los que se tomaba sangría (¿¿¿con mayonesa???) y la gente perdía toda clase de pudores.

el Tomi dijo...

Para un cuento de puertas cerradas lo mejor es un final abierto.

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Tomi!!! Realmente es un gusto tenerlo por acá.