Al
principio me pareció extraño, pero al encontrarla
en la cocina y, a
pesar de mi sorpresa, tan en su casa, me tranquilicé. No me
dio
tiempo a que le hiciera muchas preguntas, Vamos, me dijo, que llegas
tardísimo al trabajo, Qué trabajo,
pregunté yo, Ya quisieras no
tener que trabajar, dijo riendo mientras me entregaba el desayuno en
una bolsa de papel madera y me empujaba por las escaleras: Por ahora
sos taxista en Nueva York, así que mejor te
apurás si querés
conservar el empleo.
Al
salir a la calle, aun desorientado, caminé dos cuadras a la
derecha,
una a la izquierda, y allí estaba mi coche. Al terminar el
día
había peleado con casi todos los pasajeros, me
había perdido unas
cinco veces tratando de volver a casa, y estaba completamente
convencido de que me había vuelto loco. Mi esposa me
recibió con
una sopa de almejas y galletas saladas. Yo tenía tanta, pero
tanta
hambre, que decidí olvidar todo por unos minutos y disfrutar
del
banquete. No entiendo, pensé que vivíamos en
Rosario, dije al
terminar, no te resulta raro todo esto, Raro me resulta que
después
de haberte preparado tu comida favorita, y teniendo en cuenta que me
puse el conjunto de encajes que ayer me regalaste, aun no te me has
tirado encima. Entonces pensé que podíamos seguir
hablando luego,
que ahora había cosas más importantes, y que no
había nada más
hermoso que terminar el día a su lado y pasar juntos la
noche.
Cantó
el gallo y aun no se veía el sol en la ventana, pero el
aroma del
desayuno me decidió a levantarme. Bajé la
escalera convencido de
que aun estaba soñando: toda la casa era de madera y mi
esposa
cocinaba en una estufa a leña. Te preparé panceta
y guisantes, hoy
te espera un día duro en el puerto, Cómo que en
el puerto, pregunté
pasmado, Hoy llega el Wilhemina al puerto de Amsterdam, necesitan
estibadores, y vos tenés brazos fuertes y una gran espalda,
respondió al tiempo que me entregaba un abundante plato de
comida.
Terminé el desayuno y casi por instinto caminé
dos cuadras a la
derecha, una la izquierda, y me topé con el puerto. Al
parecer allí
todos me conocían. No me atreví a preguntar nada,
era temprano y no
tenían aspecto de ser buenos conversadores.
De
dónde sacó mi esposa que yo tenía
brazos fuertes realmente no lo
sé, a la segunda bolsa que cargué ya me
dolía todo el cuerpo. Sin
embargo, como pude, terminé la jornada y me fui a recorrer
la
ciudad. Las piernas me temblaban cada tanto, sin embargo, no
podía
parar. Caminé junto al canal un buen tramo y al llegar a la
plaza me
senté. Todos vestían y olían tan
extraño que no podía dejar de
mirar. Calculé que sería el siglo diecinueve,
pero no quise
preguntar por miedo a que me trataran de loco. Por la noche, ya de
vuelta en casa, apenas si pude mantenerme unos instantes despierto.
Hubo
un día en que desperté y el sol hacía
rato sobrepasaba el
horizonte. Qué hora es, pregunté a mi esposa que
se asomó por la
ventana y respondió, Tarde, pasado el mediodía, Y
hoy no tengo nada
que hacer, inquirí conteniendo mi entusiasmo, Claro que
tienes, dijo
mansamente, tienes todo un imperio por gobernar. Ya en ese entonces
sabía perfectamente que con esas cosas no bromeaba, así
que me levanté tan rápido como pude y, aunque no
había mucha
diferencia entre mi ropa y las sábanas que
cubrían la cama, dada la
terrible responsabilidad que pesaba sobre mis espaldas, más
que nada
teniendo en cuenta la hora que era, corrí dos cuadras
hacía la
derecha, una a la izquierda, y llegué a un edificio ubicado
en el
foro.
Recién al entrar caí en la cuenta de que no
sabía bien que hacer.
No sabía como se firmaba un decreto, ni como se promulgaba
una ley.
Ni siquiera estaba muy seguro de a quién debía
dirigir mis ordenes,
que ya que estamos, tampoco sabía bien cuales eran. Porque
sería
muy fácil decir: “Que se haga justicia”,
pero así no funciona
la cosa. Además, tampoco sabía mucho de los
asuntos del imperio,
así que me acerqué a uno que andaba por
ahí y, adoptando un aire
distraído, pregunté, En qué
andábamos... Me miró un tanto
sorprendido y no tardé mucho en comprender que, si bien
desconocía
la respuesta, el temor a mi persona le impedía
decírmelo.
Balbuceaba cosas que para mí no tenían mucho
sentido, y seguramente
para él tampoco. Traté de tranquilizarlo y pasar
a otra cosa. Por
fin, llegada la tarde, alguien se acercó y
preguntó si me parecía
bien crucificar a los sacerdotes de la última
región que habíamos
anexado al imperio, pues mostraban cierta reticencia a aceptar nuestros
dioses. Traté como pude frenarle un poco el carro, le
sugerí que viera qué tal eran esos otros dioses,
si diferían
muchos de los nuestros, que por ahí tampoco eran tan
distintos,
después de todo los sacerdotes se parecen todos, y si no
matábamos
a los nuestros, por qué matar a los de ellos,
quizás si se
esforzaban un poco podían llegar a una solución
menos violenta.
Creo que mucho no comprendió lo que trataba de explicarle,
aunque,
por otra parte, yo tampoco lo tenía del todo claro. Espero
que haya
servido de algo, aunque asumo que esas cosas necesitan de
más tiempo
del que tenía.
Se
hizo de noche y me quedé pensando en si mis acciones
realmente
tendrían alguna influencia en el futuro. Era la primera vez
que,
después de haber pasado por muchos trabajos, me tocaba uno
de gran
responsabilidad. Nunca antes me había preguntado sobre el
destino de
aquellas acciones que se iban acumulando en mi pasado, ya que en
realidad, sólo para mí existía ese
pasado, pues muchas veces mi
ayer había transcurrido varios siglos adelante, si es que
tenía
algún sentido hablar de atrás y adelante, al
menos en cuanto a al
tiempo se refiere.
Una
mañana, mucho antes, le pregunté a mi esposa
qué era lo que
recordaba del día anterior. Que te has enrolado en el
ejercito, me
dijo, hoy mismo partes a la guerra. Cómo que la guerra,
pregunté un
tanto alarmado, yo soy más bien tirando a pacifista,
Qué significa
pacifista, preguntó, Que prefiero estar vivo y no tener que
matar a
nadie, Pero eso no se puede, respondió agitada, hay que
echar las
los ingleses primero, Igual no me siento muy bien, creo que hoy me
voy a quedar acá, mañana me les uno, Nada de eso,
te vendrán a
buscar, insistió, Pero me puedo esconder debajo de la cama,
y vos
les decís que ya he salido, Mejor te vas ahora, dijo
mientras me
habría la puerta, yo te esperaré el tiempo que
sea necesario.
No
había caso, estaba empecinada en que me alistase.
Salí a la calle y
caminé, como quien no quiere la cosa, dos cuadras a la
derecha y,
disimuladamente, cuando nadie miraba, volví a doblar a la
derecha y
corrí hasta un pequeño bosque donde esconderme.
Había decidido que
de ningún modo partiría hacia Bunker Hill.
Primero, la idea de
matar y, especialmente, morir en la guerra, no me seducía en
absoluto; segundo, y acaso más importante, hasta ahora
siempre había
vuelto a mi casa por las noches, y temía quedar atrapado por
siempre
en esta historia de no hacerlo. La mía era una actitud
gatopardista,
comprendí, la estrategia no era otra que cambiar un poco la
rutina
diaria para que el resto de mis días siguieran igual.
Permanecí
escondido hasta la noche y, cuando ya todos dormían,
retorné a mi
casa ocultándome entre las sombras. Entré como un
ladrón, por una
ventana abierta. Mi esposa, aun despierta y preocupada, me
habían
estado buscando. Lo primero que me dijo fue que nunca pensó
que
estuviese casada con un cobarde. Le dije que mañana todo se
arreglaría, que no había por que preocuparse. No
me creyó, y no
había manera de calmarla, estaba hecha una furia. Resignado,
le dije
que me entregaría, que la amaba y ya nada tenía
sentido sin ella,
que mañana seguramente sería fusilado, pero que a
manera de último
deseo, a fin de cuentas era un condenado, me dejase descansar esa
noche a su lado. Imagino que saberme dispuesto a morir la
convenció
de que no era un cobarde y, debatiéndose entre la
compasión y el
amor, terminó aceptando. Nos fuimos juntos a la cama.
Por
lo visto mi tarea del día no era ser soldado, sino desertor,
y
también un tramposo. Pero había cosas que aun no
comprendía del
todo, y acaso el saber me parecía más noble que
andar improvisando
un heroísmo que no sentía en absoluto.
La
mañana siguiente fue el día más
frío de mi vida. No había
terminado de abrir los ojos cuando mi mujer, con tono autoritario, me
sacó de la cama para que vaya a buscar leña, que
se estaba apagando
el fuego. Caminé apurado cien pasos a la derecha, cincuenta
a la
izquierda, y me encontré con un hacha y varios troncos casi
congelados. El viento y la nieve me hicieron pensar que
estaría en
algún lugar de Siberia o Tierra Del Fuego. Apuré
el trabajo y al
volver a la cabaña mi esposa me respondió que se
tratada de
Islandia y, que además, ella no era exactamente mi esposa:
yo era
sólo un esclavo, Pero con nuestros esposos de viaje, se
apuró a
decir, y ya me estrujaba contra su pecho al tiempo que me reclama por
qué había tardado tanto allá afuera, y
más con este frío, y ese
aroma dulzón que era también el escote que ya
casi se desataba,
soltándose entre mis labios y mis dientes, porque otra cosa
no podía
hacer, y además nada mejor para el frío que una
piel tan blanca,
que arreciaba caricias entre las sábanas, que nunca estaban
conformes y querían meterse entre nosotros, que nos
apretábamos más
fuerte, como para que no entrara ni el aire, siempre tan
frío,
aunque todo olía un poco a cielo, pero no el de
acá, sino otro, el
de alguna isla perdida en el pacífico donde el sol calentaba
la piel
a los duraznos, o los kiwis, o las ciruelas, o lo que creciera por
allí, que acá con tanto frío lo que
crecía eran otras cosas.
Y entre esos revolcones en que consumíamos el
día, yo me ponía a
pensar, Habría cumplido ese otro yo finalmente la promesa
del día
anterior, de entregarse a la muerte, así sea en
algún otro
universo, o simplemente se había desvanecido en el
cambalache de
recuerdos al que yo llamaba pasado. Habría consecuencias en
mis
actos, o estás no tendrían más alcance
que el de mi imaginación.
Podían resumirse en un día los límites
a mi impunidad. Sin duda no
era así, estaba mi memoria, y eso es algo a que atenerse,
algo que
permanece y no es fácil de borrar. Lo cual
también es una dicha,
pues no debe ser fácil vivir sin pasado, aunque no siempre
éste nos
pertenezca del todo.
A
veces pienso que lo peor es la incertidumbre, ese instante al
despertar en que uno cree que se encontrará con una puerta o
una
pared en tal lado, y entonces descubre en su lugar una ventana o un
armario, y no sabe bien por qué, ni cómo
llegó allí, y por más
esfuerzo en recordar uno sigue sin saberlo. Eso es lo que
más se
extraña, la tranquilidad del despertar, pero
también es lo que hace
que todo valga la pena. Si un día me levanto en un castillo,
rodeado
por paredes de papel, las altas murallas afuera, quizás al
otro me
despiertan unas gotas de lluvia repicando en mi cabeza, en una choza
de paja donde
llueve más
adentro que afuera, y a cien años de los frívolos
placeres de la
vida cortesana. Y entonces hay que salir a hacer canales para que no
se inunde la huerta, y uno podría decir, No, no los hago,
total
mañana es otra historia, pero ahí aparece ella
con sus gritos que
dejan muda a la tormenta, y al fin y al cabo si estoy aquí
es por
ella, porque antes nada de esto pasaba, y desde que nos encontramos
se ha convertido en mi única certeza.
En
un tiempo la creía bruja, o demonio, hasta que un
día desperté en
poblado de Schwerin
y mi
mujer me dijo que tenía que asistir a un juicio.
Aparentemente yo
era juez o parte del jurado. Pasadas las tres cuadras que me
separaban de juzgado me encontré con todo el pueblo
aguardando mi
llegada. La imputada era una joven a quien se acusaba de
brujería.
Al entrar al recinto me costó encontrar algún
hombre que no se la
estuviera comiendo con la mirada. Ciertamente no carecía de
encantos
la mozuela, lo cual difícilmente podía decirse de
las damas que se
encontraban en el bando demandante. Además, se rumoreaba que
el
primogénito de una acaudalada familia de zona estaba
perdidamente
enamorado y quería pedir la mano de la muchacha, cuya
familia
difícilmente tuviera el dinero para la dote. El pueblo,
más que
casada, la quería asada, incluso los más
jóvenes, quienes buscaban
en el calor de la hoguera una forma de alimentar su deseo
insatisfecho, ahora trocado en resentimiento.
Las
acusaciones se hicieron oír: Dicen que la vieron ejecutar el
osculum
infame en el bosque, dijo una con gesto de estar probando el acervo
sabor de sus palabras, al tiempo que alguien a mi lado me aclaraba,
con vos socarrona y al oído, Besándole el culo al
diablo. Y quién
dice, pregunté yo, Usted no querrá que expongamos
la virtud de
quien ha quedado marcada de por vida al tener que presenciar, contra
su voluntad, tales actos, De Eva en adelante, dije yo, toda virtud ha
sido manchada, y no creo que una mancha más, amen de un fin
justo,
sea algo que nuestro Señor no pueda borrar en caso de llegar
a ser
necesario. Una joven exaltada, las mejillas coloradas más
por la
emoción que la vergüenza, profirió una
narración que seguramente
excitó a más de uno, mientras todos se
santiguaban para alejar al
demonio de sus pensamientos.
Entonces
comencé a interrogar a la chica que había
hablado: si me decía que
lo había visto desde cerca, yo le preguntaba como
había hecho para
que no se percataran de ella, y si me decía que no desde tan
cerca,
yo inquiría acerca de si estaba lo suficientemente segura de
que no
se trataba de otra persona, y cuando ella ratificaba lo visto,
entonces yo le preguntaba si podía indicarnos en que parte
del
cuerpo se encontraba la marca del pacto entre Satán y la
acusada, y
ella no estaba segura de si en la cadera, el tobillo o la espalda, y
alguien, aprovechando la volada, sugería que le levantasen
la falda
a la hechicera, a ver si se le veía la cola, pero como todos
saben,
sólo los demonios tienen cola, así que no
tenía sentido tal
prueba, y entonces a mí me parecía que, dado que
no contábamos
con la suficiente evidencia para condenarla, lo mejor sería
proceder
mediante algún método científico, como
la prueba del agua.
Ya
junto al pozo,
mientras
verificara las ataduras de la muchacha previo a sumergirla, le dije
en voz baja que antes de entrar al agua respire hondo y luego
vacíe
los pulmones, de ese modo se sumergiría
fácilmente, y luego de unos
segundos nosotros la sacaríamos afuera. Si se
ponía nerviosa, y
comenzaba a patalear, jamás se hundiría, y todos
dirían que se
trataba de una bruja, ya que sólo las brujas son tan
livianas como
para flotar en el agua.
Por
suerte no era tonta e hizo lo que le dije sin problemas. Luego de
unos segundos en que permaneció bajo el agua, dí
la orden de que la
sacaran, que no había necesidad de ahogar a una pobre
inocente. La
gente del pueblo, no muy contenta con el veredicto, sugería
que se
hagan otras pruebas, pero ya era hora de dejar de molestar a la chica
y llevarla junto al fuego, pero sólo para que se seque. Al
verla
junto al hogar me recordó a mi esposa, y temí que
algún pudiese
correr esa misma suerte.
Cuando
la familia vino en su búsqueda les recomendé que
abandonaran el
pueblo lo antes posible. Si bien habían logrado evitar la
condena,
esto no haría más que enfurecer a los resentidos,
que ni bien
tuvieran oportunidad atacarían con más fuerza, y
yo no estaría
siempre para ayudarlos. Pusieron mala cara al oír esto, pero
la
joven, que pareció comprenderlo todo, me apartó
del resto y dijo,
No es culpa de ellos, yo a veces me busco los problemas, pero ya
sabré cuidarme mejor de ahora en adelante. Luego me
tomó las manos
en señal de agradecimiento y, cuando se estaba yendo,
volvió su
mirada, como si recordase algo, y dijo, Usted ha hecho mucho por
mí,
realmente no tengo palabras para agradecerle, pero puede quedarse
tranquilo, que su mujer no es de las mías. Se fue mostrando
una
sonrisa aviesa y divertida.
A
veces sueño que despierto sólo, desconocido,
atrapado en un día
sin horas, interminable. Entonces al despertar me abrazo a su cuerpo,
que dormido se acomoda al mio. En ese acto instintivo de la noche se
resumen todas las posibilidades de escape a la pesadilla. Su lenta
respiración hace que las horas vuelvan a fluir, pero
también las
rebela. Todo se pierde en el tiempo, o casi todo. La única
manera de
contar los días es apelar a mi memoria, y me
sería imposible en
este momento dar una cifra exacta de hace cuanto vagamos, o precisar
cuantos años tengo. La mayoría de los
días, los lugares, son tan
difíciles de retener como el recuerdo de un sueño.
Cuando todo empezó, después de ver su sonrisa esa
noche, de
escucharla reír así, sabía ya que
ningún día sería el mismo. De
alguna forma todo había cambiado, todo parecía
ausente, en
tránsito, sólo acusado por una breve brisa
nocturna; y luego
despertar para encontrase con el otro resto de la vida. Hay cosas que
nunca sabré, o más bien no sé si
tendría el valor de averiguar.
Qué pasaría con un niño, un hijo de su
vientre. Nos seguiría a
través del tiempo, los trabajos y los días, o
quedaría perdido en
su propia historia. A veces trato de dejar mensajes: una
inscripción
en un árbol de Villa Ombrosa, un margen rasgado en una
página del
tratado de mineralogía de Georgius Agricola en la Biblioteca
Real de
Berlín, varios trozos de piedra caliza colocados entre los
ladrillos
de un trecho de la gran muralla china cercano al paso Juyong, una
muesca en un adorno del gran cañón que se
encuentra en la puerta
del museo de Lahore. Nunca he vuelto a despertar dos veces en el
mismo lugar. Nunca he tenido oportunidad de comprobar la existencia
de mi pasado.
Esta
mañana, al despertar, cuando le pregunté que me
esperaba para el
resto de la jornada, me dijo, Lo que haces siempre, imagino,
leerás
todo el día y te pondrás a escribir por la noche.
Así que sin
saber bien por donde empezar, o que orden dar a algo que más
bien se
caracteriza por su falta de orden, aunque no sin reglas, fui soltando
la pluma por estas páginas, una marca más en la
arena de mi
historia. El día está terminando, y el final aun
no lo conozco, ni
sé por dónde ni cuándo queda, y la verdad tampoco me
preocupa,
porque todo final, he aprendido con el tiempo, no es más que
otro
principio. Por tanto, quizás sólo exista un
único final posible,
ese vértigo, ese momento en que era la noche, todo acababa
de
empezar.
11 comentarios:
Finalmente me acordé de que tenía un blog!
Hubo poco movimiento en el verano, debe ser por el calor. Ahora que volvió el frío veremos que pasa.
Un cuento medio largo éste (para el blog al menos), pero bueno, quien tenga aguante tendrá con que entretenerse, y para los que ni en pedo leen más de dos párrafos en la compu ya volveré en breve con cosas más acotadas.
Sepan disculpar las demoras, espero que les guste el cuento, o al menos que no los aburra demasiado.
Largo pero bien escrito. Muy entretenido, la idea es buena y bien desarrollada.
Un abrazo.
Gracias, Gaucho!
El próximo sale más breve (y más rápido esperemos), posta. Igual creo que se van a venir un par más de largos en cualquier momento.
Abrazo.
Pero hombre, era hora, ya había creído que nos había abandonado a un mundo sin sus escritos.
Me gustó mucho. Tiene algo de inocente, se plasma muy bien la sensación de desvalimiento del protagonista frente a su suerte, y aún así el propósito de hacer las cosas lo mejor posible. Se podría llamar "Samsara", tranquilamente, el relato. Gracias!
Mea culpa, MariaCe, a veces me tomo mi tiempo, pero siempre vuelvo.
Das siempre en el clavo con los comentarios: esa inocencia, el desvalimiento y las ganas de hacer las cosas lo mejor posible resumen bastante bien varias ideas, o sensaciones, que quería plasmar en el texto.
El cañon marcado en la puerta del museo de Lahore, al final, es una referencia a "Kim" (de Kipling), en donde se trata bastante sobre el tema del Samsara.
Gracias por pasar y comentar, y feliz cumpleaños!
delicioso, Nicolás!
qué fascinante es la vida cuando uno se deja llevar por la escritura... Un tiempo al margen de todos, eso es la ficción, no? Nuestra realidad paralela....
mencantó!
Gracias, Wendy!!!
La ficción, surge, siempre, de una intersección con la realidad, luego se aleja y, a veces, se torna paralela, alabeada, trasversal y hasta puede abandonar el espacio euclidiano, pero en tanto uno escribe (por dar un ejemplo), y de alguna forma consigue compartir ese otro universo, creo que éste vuelve a mezclarse con nuestro día a día, y lo hace más llevadero.
Pero sí, está bárbaro dejarse llevar por la escritura! Un gusto tenerla por estos pagos.
Nico, por fin pude sentarme un rato a leer tu cuento!
El final me dejó pasmada! El relato mantiene un ritmo impresionante perfectamente rematado. Me encantó! Cada vez mejor lo tuyo, en serio.
Un beso
Qué bueno que te haya gustado el final, Na, era lo que menos claro tenía cuando empecé a escribir el cuento. Más que nada por eso de que podía seguir y seguir todo lo que uno quisiera. Al final se resolvió por ese lado.
Besos.
guaaaaaaauuuu!!!genial!!! aunq me dió miedito cuando justo se te ocurrió cambiar "la rutina" por desertar ... a ver si justo te quedabas estancado ahí?!!
saludos!!!! :P
Habría que ver que pasaba, Licha, si uno se perdía en un día. Yo aun tengo la duda. Eso sí, hubiese elegido algún otro día, ese no pintaba muy bueno que digamos.
Gracias por comentar, me alegro que te haya gustado!
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