07 septiembre, 2010

Evolución

Finalmente, después de errar por mucho tiempo, la humanidad evolucionó. Un día, así como así, todo la obra de Shakespeare había sido incorporada a nuestro mapa genético. Por mero instinto, cualquier ser humano era capaz de interpretar sus textos con la misma facilidad que supone el caminar.
Todos llevaban a Shakespeare en la sangre; cualquiera era capaz de morir de amor o sufrir el complejo de Hamlet con singular grandeza. Los villanos urdían siniestras estrategias para matar de celos a sus contrincantes, mientras tanto, otros, retozaban por la vida como chanchos, como Falstaff. Cuando los regicidas no enloquecían, eran los reyes quienes perdían la cordura por despecho. Todos sabían ser sublimes y mundanos sin siquiera haber abierto un libro, ni perdido sus horas en los cursos de Oxford o Cambridge.
Claro que, así como un perro acostumbrado a la vida fácil junto al amo ya no persigue gatos, los instintos de muchos se iban anquilosando por la falta de uso. Capaces de amar como Romeo u odiar como Edmundo, por falta de práctica, sólo conseguían balbucear las lineas de algún personaje menor e insignificante.
Ninguna historia carecía de fuerza o interés y, por ende, los libros de Shakespeare atraían tanto la atención como cualquier cosa que estuviese pasando a la vuelta de la esquina: lo que todos saben es quizás de lo que menos se habla. Y nadie hablaba de Shakespeare ni de su obra, tan sólo se limitaban a vivirla.
Y la vida siguió entre cálidas noches de sueños de verano y terribles tempestades; comerciantes mezquinos capaces de tratar hasta con carne humana; mancebos adornados como Rosaslindas, Rosalindas convertidas en mancebos; dictadores traicionados; maridos traicionados; padres traicionados; amantes traicionados; amigos fieles hasta la muerte.
Y así pasaron años, lustros, eónes sin que nadie mencionara jamás el nombre de William Shakespeare. Hasta que, finalmente un día, el hijo de un guantero de Stratford-upon-Avon decidió oír lo que había en su sangre, en la gente, y ponerse a escribir una parte de nuestro código genético.

4 comentarios:

Nicolás Aimetti dijo...

Chuparle el culo a Shakespeare, uno de mis pasatiempos preferidos.

El Gaucho Santillán dijo...

No, esta bien.

Es un buen ensayo.

A mi me gustò.

Bien escrito, che.

un abrazo.

unServidor dijo...

El pibe se llamaba Guille.
Todo volvía a empezar, y entraba Nietzche.

Nicolás Aimetti dijo...

Gaucho: como ensayo no sé si lo abordaría de esa manera, prefiero dejarlo como cuento o relato que es donde mejor se expresan esas cosas. Me alegro que haya gustado. Gracias por comentar!

unServidor: Y Platón, no nos olvidemos de platón, que fue el primero en poner las Ideas como algo absoluto, y Aristoteles, que luego se las metió a las cosas.