22 septiembre, 2010

La casa de al lado

Era una casa antigua. Un tapial no muy alto, terminado en unas rejas, cubría el frente. Luego venía el patio, que se extendía por el flanco izquierdo de la casa que, al igual que la vieja que vivía en ésta, estaba muy venida abajo. La arquitectura era de estilo chorizo. En el techo, alguien, alguna vez, había tratado de construir algo; sólo quedaban escombros.
A ambos lados de la casa había edificios, y en uno de ellos vivía yo, pero seguiré narrando la historia en tercera persona, porque es más fácil contar esto como si le hubiera pasado a otro.
El edificio de la derecha también era viejo, y en el segundo piso, donde vivía este chico, el pasillo –porque había cuatro o cinco departamentos por piso– terminaba en una pequeña terraza/tendedero desde donde se veía como la vieja, todas la tardes, alimentaba a los gatos del barrio.

Poco se sabía de ella a ciencia cierta. No salía nunca, era mal llevada y su único contacto con el exterior, aparte de los gatos, era otra vieja (casi tan achacada como la primera) que una vez por semana le hacía los mandados.
Todos odiábamos -perdón-, odiaban a la vieja. Cuando se les iba la pelota al patio de su casa, que por los yuyos crecidos parecía un baldío, la vieja nunca la devolvía. Es más, se apuraba con un cuchillo en la mano, como si estuviera esperando el momento desde siempre, y la reventaba de un golpe seco. Los chicos subían a verla desde la terraza del edificio conteniendo las ganas de cagarla a cascotazos.
Finalmente, un día la vieja murió, o eso decían. El rumor comenzó cuando, luego de que llegará la vieja de los mandados, al rato apareció una ambulancia. Nadie vio el cadáver y la otra vieja se fue sin decir nada. Recién a la semana, al ver que la vieja de los mandados no volvía, empezaron a decir que había muerto. La casa siguió igual. Siempre había parecido abandonada; sólo los vecinos sabíamos que ahí, entre toda esa mugre, vivía alguien.
Los gatos, desorientados, siguieron llegando por las tardes y se quedaban ahí hasta entrada la noche. Noches cálidas y de luna llena en aquel entonces. Noches en que este chico y su hermano se quedaban jugando en ese patio/terraza al final del pasillo, desde donde se veía a ese otro patio/baldío lleno de gatos esperando a la vieja. Hasta que una noche, sin querer la vio. La vieja, mucho más demacrada, dando de comer a los gatos. Y la vieja también lo vio, o más bien le echó una mirada, una mirada rabiosa que le heló la sangre. Luego, ambos corrieron como animales a esconderse.
Esa noche soñó con la vieja y nunca más se animó a ir solo, de noche, a jugar a la terraza. Le decía siempre a su hermano que lo acompañase para cuidarle la espalda. Porque la vieja, ahora que él la había descubierto, podía estar ahí, quién sabe cómo, con el cuchillo de pinchar pelotas, esperándolo. Su hermano, en esa rebeldía propia de los hermanos menores, no le creía que la había visto, y jugaba despreocupado. Él, asomando apenas la cabeza, se quedaba espiando la casa de al lado.
Una tarde jugaban a la pelota en la vereda. Él había subido a tomar agua y, cuando regresó, todos estaban mirando a la casa de la vieja.
– ¿Y mi hermano? –preguntó. Sus padres habían salido y lo habían dejado a cargo.
– Se fue la pelota –dijeron–, se saltó a buscarla.
Calculó el tiempo que había tardado en ir a buscar agua, y luego de contar a los otros, adivinó que había ido sólo. Más temerosos de los retos de sus padres que otro cosa –días atrás a uno de sus amigos lo agarraron queriendo entrar en la casa; desde entonces sus padres no lo dejaban salir afuera–, nadie se animaba a acompañarlo a buscar a su hermano.
Trepó al tapial tomándose de las rejas. Aun había algo de luz –pensó–, todavía era seguro. Desde arriba del muro no vio nada, sólo yuyos y escombros. Gritó una o dos veces sin obtener respuesta. Se le cruzó por la cabeza que quizás todo fuera una broma de su hermano y los amigos. Bajó. Apoyada contra una pared había una escoba que seguro nadie usaba desde hacía mucho. De una patada separó el mango de la base y empuñando el palo se dirigió a la casa. Estaba por gritar otra vez, pero pensó que lo mejor era ir de incógnito, sin hacer ruido.
La primer puerta que daba al patio estaba cerrada. Llegó hasta la segunda puerta, apenas entornada. Al entrar, el paso de la luz a lo oscuro lo cegó. Había mucho polvo, casi tierra en el piso. Uno o dos muebles rústicos, la madera ajada. En la pared, sin marco ni nada, colgaba una foto tan vieja que apenas dejaba distinguir algo horrible, una cara o un gesto. Dos puertas, una a la habitación de adelante –cerrada–, y otra al fondo. Se dirigió hacía la de atrás, despacio y apretando el palo en su mano. Vio una mesa y un horno, la habitación estaba un poco más limpia. Era la cocina, se dijo, reconocer algo familiar era empezar a comprender la casa. Eso era  bueno. Desde atrás de la puerta, una mano blanda y fría lo tomó del brazo. Gritó con toda su fuerza, se echo hacía un costado desprendiéndose de la mano y comenzó a golpear algo que, si bien el miedo aun no lo dejaba ver, sabía que era la vieja, que también comenzó a gritar mientras se cubría los golpes con sus brazos, palazo tras palazo chillaba y se encogía tratando de cubrirse, gritando de forma asquerosa hasta que él apuntó el palo a su boca para callarla, y la vieja cayó al suelo.
Entonces oyó la voz de su hermano que lo llamaba desde el fondo, apenas un hilo de voz quebrando en llanto:
– Nicolás... Nicolás...
Había una puerta más, una que daba a una habitación oscura, al fondo. Entró en busca de su hermano, dio unos pasos y tropezó. Quedó unos segundos tumbado sobre el polvo y, al levantarse, ya no vio nada. Alguien había cerrado la puerta. Comenzó a llamar a su hermano sin respuesta, a dar palazos en la oscuridad. Por más que pasaba el tiempo, sus ojos no se acostumbraban, seguía sin ver nada. Luego comenzó a llorar y golpear con las manos el lugar donde acaso creía que estaba la puerta. Y así hasta que ya no tuvo más fuerzas para sostener la situación, se encogió en el piso y cerró los ojos.

En la escena siguiente, un hombre, un bombero o un policía, lo sacaba en brazos. Ya era de noche, sus padres lo abrazaban entre llantos y el pensaba que todo había pasado. Entonces buscaba a su hermano y no lo veía por ninguna parte. Sus padres lo miraban sin entender.
– ¿Qué hermano? –le preguntaban.
Y él quería volver pero no lo dejaban. Lo llevaban al departamento donde tampoco estaba, y lo miraban y se notaba que trataban de disimular algo. Entonces él se prometía que un día, cuando se le pasará el miedo, cuando lo dejaran salir a calle, volvería a la casa de al lado a buscarlo, o a matar definitivamente a la vieja.

8 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Buen relato, Nicolàs.

el final, expectante, abierto.

Muy bueno.

Un abrazo.

MariaCe dijo...

Intenso :)

Ahora no sea vago. Vaya y corrija la ortografía y los errorcitos de tipeo.

Firmado.
La maestra ciruela

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Gaucho. El relato está armado a partir de una pesadilla que solía tener de chico. El final en el sueño era distinto.

Nicolás Aimetti dijo...

Era la idea, MariaCe, que asuste aunque sea un poquito. Espero haberlo conseguido.
Recién le pegué una repasada al texto,corregí:
*nuca por nunca
*un "hacía" de más (cambié la frase directamente)
*calculo por calculó
y cambie un poco la puntuación de algunas oraciones.
Gracias por comentar y avisar de los errores, es muy común que se me pasen y viene muy bien que me los señalen, así que si ve algo más no deje de decirlo.

licha dijo...

a la pelotita!!! q miedito!!

muy atrapante!

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Licha! Espero que el susto sea leve, no vaya a ser cosa que le de miedo volver.

Natalia Massei dijo...

estoy un poco vaga para leer y sobre todo desde la compu, lo confieso. por suerte no abandono del todo porque sino me perdería de leer cuantos como este. está buenísimo Nico. siempre me sorprendés con algo nuevo pero un estilo muy perfilado.

nos vemos pronto.

Nicolás Aimetti dijo...

Hola, Na! Te entiendo perfectamente, la verdad que es un garrón tener que leer de la compu. Me alegro que el cuento te haya gustado. Yo estoy pensando que tendría que agilizar un poco el principio, pero del dicho al hecho seguro pasa un trecho. Y sí, seguramente nos veremos pronto! Gracias por el comentario!