Las
mujeres no me leen. Ojo, no digo que no me lean a mí, porque a mí
sí me leen, de hecho, soy bastante predecible en algunas cosas, y
con el tiempo me van adivinando fácilmente. Tampoco hablaba de mis
cuentos. Realmente no podría decir que las mujeres me leen menos que
los hombres y, así no leyeran mis cuentos, que por otra parte casi
nadie lee, no sería eso de lo quiero hablar.
De
lo que quiero hablar, o mejor dicho escribir, es de que las mujeres
no me leen. Aunque dicho así es confuso. Mejor sería decir que “mis
mujeres no me leen”. Y digo mis mujeres para referirme a las
mujeres que están conmigo, aunque en realidad no sean mías. De
hecho, no se me ocurre que una mujer pueda ser de nadie, salvo de sí
misma. Claro que, si tuviera una hija (yo, no la mujer que es de sí
misma), entonces sí diría que es mía. Porque yo la hice. Pero eso
al principio, hasta que ella empiece a hacerse sola. Y ni idea cuando
uno empieza a hacerse uno, pero en algún momento será, de eso no me
caben dudas. Por tanto si tuviera una hija, ahí sí, sólo ahí,
diría que es mía. Y también de su madre, claro; aunque no por eso
menos mía. Y posiblemente su madre sería una de esas que no me
leen, de las que yo digo que son mis mujeres, pero en realidad nos
son mías.