Las
mujeres no me leen. Ojo, no digo que no me lean a mí, porque a mí
sí me leen, de hecho, soy bastante predecible en algunas cosas, y
con el tiempo me van adivinando fácilmente. Tampoco hablaba de mis
cuentos. Realmente no podría decir que las mujeres me leen menos que
los hombres y, así no leyeran mis cuentos, que por otra parte casi
nadie lee, no sería eso de lo quiero hablar.
De
lo que quiero hablar, o mejor dicho escribir, es de que las mujeres
no me leen. Aunque dicho así es confuso. Mejor sería decir que “mis
mujeres no me leen”. Y digo mis mujeres para referirme a las
mujeres que están conmigo, aunque en realidad no sean mías. De
hecho, no se me ocurre que una mujer pueda ser de nadie, salvo de sí
misma. Claro que, si tuviera una hija (yo, no la mujer que es de sí
misma), entonces sí diría que es mía. Porque yo la hice. Pero eso
al principio, hasta que ella empiece a hacerse sola. Y ni idea cuando
uno empieza a hacerse uno, pero en algún momento será, de eso no me
caben dudas. Por tanto si tuviera una hija, ahí sí, sólo ahí,
diría que es mía. Y también de su madre, claro; aunque no por eso
menos mía. Y posiblemente su madre sería una de esas que no me
leen, de las que yo digo que son mis mujeres, pero en realidad nos
son mías.
Cuando
digo “mis mujeres”, para ser mas específico, me refiero a la que
está conmigo en la cama, que por lo general –por desgracia, o
acaso por suerte– siempre es una. Y digo “mujeres”, en plural,
para nombrar a todas las que, a través de el tiempo y el espacio,
estuvieron conmigo en una cama, que por suerte han sido más de una,
pero tampoco tantas como para que haya alguna que me lea y yo no me
acuerde. Y en caso de que no llegara a acordarme de alguna, lo cual
no puedo saber, pues sino me acordaría, seguramente esa no me leía.
Por que en eso estábamos: en que las mujeres no me leen.
Quizás
alguna, en algún momento, me leyó. Pero una par de excepciones no
hacen la regla. Y la regla es que las mujeres no me leen. Tampoco es
que yo siempre lea, o me lea, pero esa sería la excepción, ya que
por lo general siempre leo. Por eso, una de las primeras cosas
pregunto es si les molesta la luz para dormir. Hasta ahora ninguna me
dijo que sí. Si alguna, alguna vez, me dijera que sí, no sé que
haría. Pero al final estoy hablando de mí, y lo que quiero es
hablar de las mujeres. Las que no me leen, claro, no todas. Y no digo
con esto que no lean, sino que no me leen, que cuando están conmigo
en la cama, o se les da por hablar, o por coger, o por dormir, pero
casi nunca agarran un libro. Para leer, digo, porque si les pido que
me lo alcancen, ahí sí lo agarran. Pero agarrar un libro es
agarrarlo para leer. De poco contaría que lo agarraran para nivelar
la pata de una cama o esconder una foto.
No
es que le tengan fobia a los libros o no sepan, o les guste, leer.
Simplemente imagino que no les dan ganan. Entonces se quedan ahí y
empiezan que te besos, que te hablo, que te vaya-a-saber-qué te
buscan en la piel o se duermen. Por ahí una te abraza y, desde esa
posición, en la sólo se ven las páginas pares, lee hasta donde
llega, por hacer algo. Y otras harán otras cosas, o más bien hacen
otras cosas, porque no hay dos mujeres que se parezcan cuando se las
mira de cerca. Por eso no tiene sentido que me ponga a contar de cada
una, o lo que hace cada una, que no siempre es lo mismo, porque la
gente va cambiando según los días –me refiero a que va cambiando
internamente, sus costumbres, sus hábitos, no la persona en sí, que
si bien también cambia, o sea, se va una y viene otra, eso no es
todos los días– y yo no quiero ponerme a contar que hacen cuando
no me leen, sino todo lo contrario, hablar de este hecho singular y
casi maravilloso, o sea, que entre tanta diferencia (que tampoco ha
sido taaanta, no se vayan a creer...), tanta diversidad, todas
coincidan en esto, o sea, en que no me leen.
Y
mirá que en mi casa hay de todo para leer. En realidad de todo no,
pero hay muchas cosas buenas, para todos los gustos, digamos, pero no
de todo. Más que la abundancia prefiero recalcar la calidad. Hay
algunos libros malos también, es verdad; pero yo jamás dejaría que
los agarren (a menos que les gusten), así que eso no es problema.
Pueden agarrar tranquilas y leerme. Y ahora que lo pienso, con esto
de que “me lean” podrían estar pensando en que quiero que me
lean a mí (no a mi ser, eso ya lo aclaré antes), o sea, que me lean
en voz alta para ahorrarme el tener que andar leyendo por mis propios
medios. Pero no, nada de eso. Digo “que me lean” como quien dice
“el nene no me come”. Y está claro que nadie piensa que el nene
debería volverse un caníbal y devorar a su madre.
El
tema es que de alguna manera me tengo que incluir en la frase, porque
si dijera “mis mujeres no leen” (además de que no son mías)
sería mentira. Porque mis mujeres generalmente leen. Quizás alguna,
que acaso duró una noche, no leía. Pero me consta que jamás acepté
una segunda cita con una mujer que no leyera, aunque sea, un poco (o
que al menos supiera leer). Y ojo que hay muchas minas que no te leen
ni la etiqueta del champú en el baño que, de hecho, ya que estamos,
tampoco aceptarían salir conmigo ni a la esquina. Pero ninguna de
estas mujeres me preocupa demasiado, y con esto tampoco quiero decir
que las otras, las que no me leen, me tengan preocupado. Sólo quiero
decir que me percaté de esto, de que las mujeres no me leen, o sea:
que no leen ellas, para si mismas, cuando están a mi lado, en la
cama, generalmente después de coger.
Porque
si uno se acuesta en una cama con una mujer debe ser principalmente
para coger, y no para leer, como muchos piensan, y mucho menos para
dormir. Aunque uno puede acostarse a dormir y después coger (el
mañanero que le dicen); o bien leer y después coger, pero nunca hay
que olvidarse de coger. Quizás, en las parejas que conviven hace
tiempo, puede llegar a darse el caso de que no se coja tanto, y que
se duerma o se lea más seguido, pero no es un tema que yo quiera
tratar ahora, ni aquí, pues tendría desviarme de mi asunto que es
leer, y no coger, y mucho menos dormir, más allá de que antes de
leer se duerma o se coja. Sobre todo por la búsqueda de lo yo llamo
el continuo de placer.
El continuo de placer sería lo opuesto al discreto de placer (que es
el estado en que vivimos habitualmente) y transversal al ubicuo del
placer; conceptos que explicaré a la brevedad. Si uno tiene un poco
de suerte suele experimentar placer de vez en cuando. De ordinario,
salvo que uno sea Hugh Hefner (quien alguna vez dijo: la gente piensa
que mi vida es muy buena, pero en realidad es aun mejor), estos
momentos de placer suelen darse más bien separados (por decir de
alguna manera); eso sería el discreto de placer: te levantas, vas al
trabajo, te toca un día de mierda y de repente, ponele a la
tardecita, pasa algo bueno, sos feliz, y después nada, sólo vida,
hasta que por ahí, antes de dormir, volvés a tener un momento
alegría (a veces). Y esto es lógico, ya que la naturaleza del
placer es de por sí finita. Salvo para los tántricos (y yo tengo
mis serias dudas), el sexo, tarde o temprano, termina. Podés comer,
que es algo lindo, pero llegado un punto tenés que parar o terminas
vomitando. Lo mismo si lees, en algún momento te empiezan a arder
los ojos. Y así con todo (y no me vengan con que el nirvana y esas
cosas, que yo soy un tipo de barrio). Por tanto, lo que propone el
continuo de placer es la concatenación de estos momentos placenteros
con el fin de lograr un placer más duradero. El ubicuo de placer, en
cambio, en vez de buscar la extensión, propone la exaltación del
placer mediante el recurso de superponer todas las causas del mismo
en el tiempo y el espacio, lo que implicaría, para dar un ejemplo,
coger al tiempo que se bebe, se come y se asiste a una lectura o
algún otro tipo de espectáculo estimulante a la mente y los
sentidos: la orgía, solían llamarle los romanos.
Entonces
decía yo que la costumbre de leer después del sexo está
relacionada con esta idea del continuo de placer. No digo leer ni
bien uno acaba. Ahí uno por lo general uno comenta, fuma, dormita
entre abrazos y se higieniza; recién después uno lee. De esta
forma, la lectura vendría a ser como la frutilla al postre; aunque
la imagen de la frutilla remite más bien al sexo, así que sería
más correcto usar alguna otra metáfora pero, por desgracia, no me
viene ninguna mejor a la mente. Además, eso de la metáfora me pasa
a mí (tanto el que no se me ocurra como el sentirlo así), ya que
ellas prefieren dormir (si estuvieron bien atendidas), o hablar (si
se quedaron con ganas de más), o irse (si fueron mal atendidas).
Aunque en realidad, solo conocía una que se me fuera (generalmente
se quedan), pero luego volvió un par de veces, y parecía gustarle
bastante, así que no sé... Por ahí es todo al revés: se van
cuando quedaron satisfechas y se quedan cuando les parece que les
quedamos debiendo algo. El tema es que cuando se quedan, ya sea por
lo uno o por lo otro, nunca me leen.
Ahora
¿Deberían leerme? No, la verdad es que no encuentro ningún motivo
razonable por el cual tendrían que hacerlo, salvo, quizás, para que
yo sepa lo que se siente que alguien te lea, y además, poder
ahorrarme (y ahorrarles) el trabajo de escribir (y de que lean) este
texto.
17 comentarios:
Bueno, esto podría seguir y seguir, pero yo mañana tengo que trabajar y ya es tarde y además tengo ganas de irme a leer a la cama.
Depende del tipo de mujer que vos normalmente elegìs, Nicolàs.
A mì, me leen, y despuès me cagan a pedos. (a quien le escribiste eso?!!!)
No sè que es mejor, vea.
un abrazo.
Niko andas mimoso, o reclamando...jaja...yo creo q leemos muy bien las mujeres q te conocemos...cuando haces de cenar y seguimos hablando, besitos
No está escrito pensando en nadie en particular, Gaucho, es todo ficción. Igual espero que no me caguen a pedos... pero todo sea por el arte, EL ARTE!!!
Abrazo!
No me caben dudas que leen muy bien, nunca negué eso, Pato. Reclamar no reclamo nada, y siempre fui un tipo mimoso. Ahora, si las invito a cenar no se me vayan a poner a leer.
Besos!
pubishito cucurillo...
Me gusta eso del sentido de pertenencia sobre otra persona/persono. Algo sobre el tema tambien escribi hace muy poco en mi blog, bien breve.
Es así, Viru, soy un alma en pena... Gracias por el cariño!
Voy a pasar a ver, Crónicas...
Gracias por comentar!
Y caminando, caminando, encuentro este boliche en la web. Permiso, vengo cansado; ¿me sirve un alguito?. Traje salames, vendo ollas, dejé el perro afuera: Lo até para que no me lo afanen.
Jojo! Sientese nomás. Ahora mismo traigo un tinto, pan, queso y acietunas para acompañar el salame. Por el perro no se haga problemas y entrelo también, que aunque el boliche sea chico, siempre hay lugar para uno más. Qué bueno tenerte por acá, Nico. Un abrazo grande!
parece un jodido trabalenguas ...
Tiene mucho de eso, Miss. Una idea que se enreda y desenreda todo el tiempo.
Me tome el tiempo necesario y lo leí... y sabés que, vos estás buscando un acto de amor supremo como el que hacen las madres con sus hijos, solo que en vez de coger sería darte la teta hasta saciarse, o inclusive vomitar el exceso, y leerete algo para que sueñes con ello como frutilla del postre.
Vos querés que te haga el amor y te lleve a volar después!
Suerte en la busqueda o pedilo como fantasía post sexual.
Adios
Ves lo complicado que es el tema, Laura. Uno escribe no sé cuantas páginas y a la gente no le queda claro qué es lo que yo busco. Va... yo no, el personaje ese que escribe, yo y ese tipo no estamos del todo de acuerdo y rara vez buscamos lo mismo.
Gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar, espero que no haya sido muy garrón. Son medio pesados estos textos par un blog, pero bueno, yo no obligo a nadie.
Saludos!
mmmm... el placer del coger análogo al placer del leer-lo, en orgásmica extensión.
Dan ganas de -más que coger- hacer el amor con ese pesonaje que desea ver el impacto de su alma en el reposo del placer.
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