26 octubre, 2010

Las mujeres no me leen

Las mujeres no me leen. Ojo, no digo que no me lean a mí, porque a mí sí me leen, de hecho, soy bastante predecible en algunas cosas, y con el tiempo me van adivinando fácilmente. Tampoco hablaba de mis cuentos. Realmente no podría decir que las mujeres me leen menos que los hombres y, así no leyeran mis cuentos, que por otra parte casi nadie lee, no sería eso de lo quiero hablar.
De lo que quiero hablar, o mejor dicho escribir, es de que las mujeres no me leen. Aunque dicho así es confuso. Mejor sería decir que “mis mujeres no me leen”. Y digo mis mujeres para referirme a las mujeres que están conmigo, aunque en realidad no sean mías. De hecho, no se me ocurre que una mujer pueda ser de nadie, salvo de sí misma. Claro que, si tuviera una hija (yo, no la mujer que es de sí misma), entonces sí diría que es mía. Porque yo la hice. Pero eso al principio, hasta que ella empiece a hacerse sola. Y ni idea cuando uno empieza a hacerse uno, pero en algún momento será, de eso no me caben dudas. Por tanto si tuviera una hija, ahí sí, sólo ahí, diría que es mía. Y también de su madre, claro; aunque no por eso menos mía. Y posiblemente su madre sería una de esas que no me leen, de las que yo digo que son mis mujeres, pero en realidad nos son mías.
Cuando digo “mis mujeres”, para ser mas específico, me refiero a la que está conmigo en la cama, que por lo general –por desgracia, o acaso por suerte– siempre es una. Y digo “mujeres”, en plural, para nombrar a todas las que, a través de el tiempo y el espacio, estuvieron conmigo en una cama, que por suerte han sido más de una, pero tampoco tantas como para que haya alguna que me lea y yo no me acuerde. Y en caso de que no llegara a acordarme de alguna, lo cual no puedo saber, pues sino me acordaría, seguramente esa no me leía. Por que en eso estábamos: en que las mujeres no me leen.
Quizás alguna, en algún momento, me leyó. Pero una par de excepciones no hacen la regla. Y la regla es que las mujeres no me leen. Tampoco es que yo siempre lea, o me lea, pero esa sería la excepción, ya que por lo general siempre leo. Por eso, una de las primeras cosas pregunto es si les molesta la luz para dormir. Hasta ahora ninguna me dijo que sí. Si alguna, alguna vez, me dijera que sí, no sé que haría. Pero al final estoy hablando de mí, y lo que quiero es hablar de las mujeres. Las que no me leen, claro, no todas. Y no digo con esto que no lean, sino que no me leen, que cuando están conmigo en la cama, o se les da por hablar, o por coger, o por dormir, pero casi nunca agarran un libro. Para leer, digo, porque si les pido que me lo alcancen, ahí sí lo agarran. Pero agarrar un libro es agarrarlo para leer. De poco contaría que lo agarraran para nivelar la pata de una cama o esconder una foto.
No es que le tengan fobia a los libros o no sepan, o les guste, leer. Simplemente imagino que no les dan ganan. Entonces se quedan ahí y empiezan que te besos, que te hablo, que te vaya-a-saber-qué te buscan en la piel o se duermen. Por ahí una te abraza y, desde esa posición, en la sólo se ven las páginas pares, lee hasta donde llega, por hacer algo. Y otras harán otras cosas, o más bien hacen otras cosas, porque no hay dos mujeres que se parezcan cuando se las mira de cerca. Por eso no tiene sentido que me ponga a contar de cada una, o lo que hace cada una, que no siempre es lo mismo, porque la gente va cambiando según los días –me refiero a que va cambiando internamente, sus costumbres, sus hábitos, no la persona en sí, que si bien también cambia, o sea, se va una y viene otra, eso no es todos los días– y yo no quiero ponerme a contar que hacen cuando no me leen, sino todo lo contrario, hablar de este hecho singular y casi maravilloso, o sea, que entre tanta diferencia (que tampoco ha sido taaanta, no se vayan a creer...), tanta diversidad, todas coincidan en esto, o sea, en que no me leen.
Y mirá que en mi casa hay de todo para leer. En realidad de todo no, pero hay muchas cosas buenas, para todos los gustos, digamos, pero no de todo. Más que la abundancia prefiero recalcar la calidad. Hay algunos libros malos también, es verdad; pero yo jamás dejaría que los agarren (a menos que les gusten), así que eso no es problema. Pueden agarrar tranquilas y leerme. Y ahora que lo pienso, con esto de que “me lean” podrían estar pensando en que quiero que me lean a mí (no a mi ser, eso ya lo aclaré antes), o sea, que me lean en voz alta para ahorrarme el tener que andar leyendo por mis propios medios. Pero no, nada de eso. Digo “que me lean” como quien dice “el nene no me come”. Y está claro que nadie piensa que el nene debería volverse un caníbal y devorar a su madre.
El tema es que de alguna manera me tengo que incluir en la frase, porque si dijera “mis mujeres no leen” (además de que no son mías) sería mentira. Porque mis mujeres generalmente leen. Quizás alguna, que acaso duró una noche, no leía. Pero me consta que jamás acepté una segunda cita con una mujer que no leyera, aunque sea, un poco (o que al menos supiera leer). Y ojo que hay muchas minas que no te leen ni la etiqueta del champú en el baño que, de hecho, ya que estamos, tampoco aceptarían salir conmigo ni a la esquina. Pero ninguna de estas mujeres me preocupa demasiado, y con esto tampoco quiero decir que las otras, las que no me leen, me tengan preocupado. Sólo quiero decir que me percaté de esto, de que las mujeres no me leen, o sea: que no leen ellas, para si mismas, cuando están a mi lado, en la cama, generalmente después de coger.
Porque si uno se acuesta en una cama con una mujer debe ser principalmente para coger, y no para leer, como muchos piensan, y mucho menos para dormir. Aunque uno puede acostarse a dormir y después coger (el mañanero que le dicen); o bien leer y después coger, pero nunca hay que olvidarse de coger. Quizás, en las parejas que conviven hace tiempo, puede llegar a darse el caso de que no se coja tanto, y que se duerma o se lea más seguido, pero no es un tema que yo quiera tratar ahora, ni aquí, pues tendría desviarme de mi asunto que es leer, y no coger, y mucho menos dormir, más allá de que antes de leer se duerma o se coja. Sobre todo por la búsqueda de lo yo llamo el continuo de placer.
El continuo de placer sería lo opuesto al discreto de placer (que es el estado en que vivimos habitualmente) y transversal al ubicuo del placer; conceptos que explicaré a la brevedad. Si uno tiene un poco de suerte suele experimentar placer de vez en cuando. De ordinario, salvo que uno sea Hugh Hefner (quien alguna vez dijo: la gente piensa que mi vida es muy buena, pero en realidad es aun mejor), estos momentos de placer suelen darse más bien separados (por decir de alguna manera); eso sería el discreto de placer: te levantas, vas al trabajo, te toca un día de mierda y de repente, ponele a la tardecita, pasa algo bueno, sos feliz, y después nada, sólo vida, hasta que por ahí, antes de dormir, volvés a tener un momento alegría (a veces). Y esto es lógico, ya que la naturaleza del placer es de por sí finita. Salvo para los tántricos (y yo tengo mis serias dudas), el sexo, tarde o temprano, termina. Podés comer, que es algo lindo, pero llegado un punto tenés que parar o terminas vomitando. Lo mismo si lees, en algún momento te empiezan a arder los ojos. Y así con todo (y no me vengan con que el nirvana y esas cosas, que yo soy un tipo de barrio). Por tanto, lo que propone el continuo de placer es la concatenación de estos momentos placenteros con el fin de lograr un placer más duradero. El ubicuo de placer, en cambio, en vez de buscar la extensión, propone la exaltación del placer mediante el recurso de superponer todas las causas del mismo en el tiempo y el espacio, lo que implicaría, para dar un ejemplo, coger al tiempo que se bebe, se come y se asiste a una lectura o algún otro tipo de espectáculo estimulante a la mente y los sentidos: la orgía, solían llamarle los romanos.
Entonces decía yo que la costumbre de leer después del sexo está relacionada con esta idea del continuo de placer. No digo leer ni bien uno acaba. Ahí uno por lo general uno comenta, fuma, dormita entre abrazos y se higieniza; recién después uno lee. De esta forma, la lectura vendría a ser como la frutilla al postre; aunque la imagen de la frutilla remite más bien al sexo, así que sería más correcto usar alguna otra metáfora pero, por desgracia, no me viene ninguna mejor a la mente. Además, eso de la metáfora me pasa a mí (tanto el que no se me ocurra como el sentirlo así), ya que ellas prefieren dormir (si estuvieron bien atendidas), o hablar (si se quedaron con ganas de más), o irse (si fueron mal atendidas). Aunque en realidad, solo conocía una que se me fuera (generalmente se quedan), pero luego volvió un par de veces, y parecía gustarle bastante, así que no sé... Por ahí es todo al revés: se van cuando quedaron satisfechas y se quedan cuando les parece que les quedamos debiendo algo. El tema es que cuando se quedan, ya sea por lo uno o por lo otro, nunca me leen.
Ahora ¿Deberían leerme? No, la verdad es que no encuentro ningún motivo razonable por el cual tendrían que hacerlo, salvo, quizás, para que yo sepa lo que se siente que alguien te lea, y además, poder ahorrarme (y ahorrarles) el trabajo de escribir (y de que lean) este texto.

17 comentarios:

Nicolás Aimetti dijo...

Bueno, esto podría seguir y seguir, pero yo mañana tengo que trabajar y ya es tarde y además tengo ganas de irme a leer a la cama.

El Gaucho Santillán dijo...

Depende del tipo de mujer que vos normalmente elegìs, Nicolàs.

A mì, me leen, y despuès me cagan a pedos. (a quien le escribiste eso?!!!)

No sè que es mejor, vea.

un abrazo.

escuchando palabras dijo...

Niko andas mimoso, o reclamando...jaja...yo creo q leemos muy bien las mujeres q te conocemos...cuando haces de cenar y seguimos hablando, besitos

Nicolás Aimetti dijo...

No está escrito pensando en nadie en particular, Gaucho, es todo ficción. Igual espero que no me caguen a pedos... pero todo sea por el arte, EL ARTE!!!
Abrazo!

Nicolás Aimetti dijo...

No me caben dudas que leen muy bien, nunca negué eso, Pato. Reclamar no reclamo nada, y siempre fui un tipo mimoso. Ahora, si las invito a cenar no se me vayan a poner a leer.
Besos!

viruta dijo...

pubishito cucurillo...

crónicasdeunalente dijo...

Me gusta eso del sentido de pertenencia sobre otra persona/persono. Algo sobre el tema tambien escribi hace muy poco en mi blog, bien breve.

Nicolás Aimetti dijo...

Es así, Viru, soy un alma en pena... Gracias por el cariño!

Nicolás Aimetti dijo...

Voy a pasar a ver, Crónicas...
Gracias por comentar!

Nicolás Uribe dijo...

Y caminando, caminando, encuentro este boliche en la web. Permiso, vengo cansado; ¿me sirve un alguito?. Traje salames, vendo ollas, dejé el perro afuera: Lo até para que no me lo afanen.

Nicolás Aimetti dijo...

Jojo! Sientese nomás. Ahora mismo traigo un tinto, pan, queso y acietunas para acompañar el salame. Por el perro no se haga problemas y entrelo también, que aunque el boliche sea chico, siempre hay lugar para uno más. Qué bueno tenerte por acá, Nico. Un abrazo grande!

missnobody dijo...

parece un jodido trabalenguas ...

Nicolás Aimetti dijo...

Tiene mucho de eso, Miss. Una idea que se enreda y desenreda todo el tiempo.

LauriT dijo...

Me tome el tiempo necesario y lo leí... y sabés que, vos estás buscando un acto de amor supremo como el que hacen las madres con sus hijos, solo que en vez de coger sería darte la teta hasta saciarse, o inclusive vomitar el exceso, y leerete algo para que sueñes con ello como frutilla del postre.

Vos querés que te haga el amor y te lleve a volar después!

Suerte en la busqueda o pedilo como fantasía post sexual.

Adios

Nicolás Aimetti dijo...

Ves lo complicado que es el tema, Laura. Uno escribe no sé cuantas páginas y a la gente no le queda claro qué es lo que yo busco. Va... yo no, el personaje ese que escribe, yo y ese tipo no estamos del todo de acuerdo y rara vez buscamos lo mismo.

Gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar, espero que no haya sido muy garrón. Son medio pesados estos textos par un blog, pero bueno, yo no obligo a nadie.

Saludos!

Anónimo dijo...

mmmm... el placer del coger análogo al placer del leer-lo, en orgásmica extensión.
Dan ganas de -más que coger- hacer el amor con ese pesonaje que desea ver el impacto de su alma en el reposo del placer.

Me gustó

Nicolás Aimetti dijo...

Me gusta su comentario, siga así!