Una
noche de verano a Andrea se le ocurrió un juego. Arrancábamos todos
las flores que había en las macetas del balcón y, cuando pasaba una
pareja por debajo –no cualquiera, una que nos gustase–, dejábamos
caer los pétalos al grito de: “¡Viva los novios!”.
Ella
vivía enfrente, también en un segundo piso. Aun no habíamos
empezado la escuela primaria. El juego no duró mucho. Apenas una o
dos veces en mi balcón y alguna otra en el suyo. Cuando mi madre
descubrió la causa del mal estado de sus plantas, nunca más
volvimos a jugar.
Con
el tiempo nos fuimos separando. Si bien en la calle aun jugábamos
juntos, en la escuela –ella un año más grande– prácticamente
nos ignorábamos. Luego ella de dejó de salir a jugar a la vereda:
nunca logró adaptarse a los nuevos chicos que fueron llegando al
barrio; yo, en cambio, no tuve problemas. A veces, cuando la veía
desde el balcón, la extrañaba. En el patio de la escuela ya ni nos
saludábamos, aunque, a decir verdad, en ese tiempo yo casi no
pensaba en ella, ni tampoco en la mujeres.
Recién
unos años más tarde, cuando estábamos por terminar la primaría,
empecé a prestarles atención, en especial a Andrea, para quien ya
casi era un desconocido. Un día, desde el balcón, la vi venir de la
manó con un chico, un compañero de su curso. Primero sentí algo en
el estomago, como un vacío; luego, a medida que se acercaban, cada
vez más furia. Sin darme cuenta de lo que hacía, arranqué todas la
flores de una azalea y, cuando pasaron por debajo, las dejé caer al
grito de: “¡Viva los novios!”.
Al
otro día, en el recreo, el chico que estaba con Andrea me buscó.
Era un año más grande y, aunque me defendí como pude, terminé con
un ojo morado y la nariz rota. Esa tarde vino Andrea a mi casa, a
pedirme perdón. Yo, avergonzado y furioso por la paliza que había
recibido, le grite que se fuera con su novio, que algún día ya lo
iba a agarrar. Pero el chico, al igual que Andrea, terminó ese año
la primaría, y ni ella ni yo volvimos a saber más de él.
Al
otro año empecé yo también la secundaría, pero ya no íbamos al
mismo colegio. En el barrio, las cosas se empezaron a poner
interesantes. Unas hermanas, ambas rubias, se mudaron a la cuadra.
Sus primas, que vivían cerca, también tenían amigas. De un día
para el otro había mujeres de sobra en la banda, quién necesitaba a
Andrea. Una de las hermanas, la más grande, empezó a salir conmigo.
Al tiempo me confesó que lo hacía porque quería darle celos a otro
de los chicos, que era de quien estaba enamorada. En ese tiempo, las
heridas de amor se curaban aun más rápido que un raspón, y
vivíamos siempre lastimados y enamorados, curándonos y volviéndonos
a enamorar. Lo importante era jugar, a nadie le importaba terminar
con un golpe o una herida.
Todo
era intenso y liviano, o al menos eso era lo que yo pensaba. Una
noche, cuando iba de la mano con una de las chicas, siento que algo
me golpea la cabeza, la nariz, los ojos, al tiempo que escucho:
“¡Viva los novios!”. Esa noche, por más que se tratase de
pétalos, las cosas dejaron de parecerme livianas.
16 comentarios:
Qué relato tan tierno, me encantó :)
Transmite el encanto de ese tiempo en que todo en la vida es un juego intenso y -sobre todo- liviano.
Uhh!!!me encanto, esto de recordar un amorcito pre/adolesc y los nervios del momento, realmente me movilizo, jeje besitos Nico
MariaCe: Sí, a mi me pone un poco nervioso que sea tan tierno... pero bueno, no se puede ser un duro siempre. Gracias por comentar!!!
Anónim@: ese tiempo creo que es lo más importante de todo esto. Gracias por tus palabras!
Pato: Que bueno que te haya gustado. Uno siempre termina recordando esos amores (o imaginándoselos). Gracias por comentar.
Bueno, por lo visto ningún hombre se va animar a comentar. El próximo escribo algo porno :P
Claro, en el momento nada parece liviano, todo pesa el doble. Después resulta que algunas de esas cosas no era para tanto, otras, en cambio, no.
Abrazo, Charlie! Y Gracias por comentar!
¡qué dulce! un saludo
Saludos a vos también, Marian! Y gracias por comentar!
Recuerdo a una noviecita que vivia en el edificio de enfrente de mi casa. era una morenita infernal. (la paz y sarmiento) flavia se llamaba. yo era un paquete, ella tomaba la iniciativa siempre, y una vez, viendo mi lento accionar, me tiro a mi balcón un osito de peluche con una notita que decia: Alvaro: Me gustas mucho ¡¡¡ De ahi en mas, las noches de verano empece a pasarlas a los besos en el hall de su edificio.
Saludos vecino
Creo que si no fuera por esas chicas que toman la iniciativa, aun sería virgen. Con el tiempo me fui volviendo más corajudo, pero siempre les voy a estar agradecido.
En nuestro tiempo, los halls de los edificios fueron (quizás aun sean), lo que los zaguanes para los de antaño.
Un abrazo, Alvaro! Y Gracias por comentar!
pasé como para 'chusmear' a ver de que va este blog, y me gustó mucho como hilvana las palabras y las ideas, no se sabe adonde llegará y a una le incentiva, curiosa como es, a leer a ver hasta adonde...
lo felicito, saludos!
Siéntase como en su casa y chusmee todo lo que quiera, vecina.
Gracias por el comentario y las felicitaciones, Alejandra!
Uy no! esto me hace llorar, y es muy temprano para eso!!
Prefiero una porno! jaja
Saludos!
me encantan las historias así, yo justo estoy leyendo uno parecido, ahora justo tuve que cortar un poco mi relato porque estoy organizando una reunión en un salon de convenciones y estoy re ocupada.
Sí, ya sé que es medio malo, Sofía, pero tampoco para que se me ponga a llorar :P
Y comparto, yo tb prefiero una porno (aunque no me importa la hora del día).
Saludos y gracias por comentar!!!
Me alegra que le guste, Monica. Y cuando esté organizando una fiesta invite, que iremos encantados.
Saludos!
Qué cosa esto de la "masculinidad" del blog. Si me apurás, te admito que el mío hasta tiene una tendencia un poco gay.
Como dice Kevin Johansen en sus concierttos: "este tema está dedicado a todas las mujeres, especialmente a esa que llevamos adentro".
Abrazo, Sergio!
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