Había
estado esperando más de un cuarto de hora, hasta que su suegro
terminó el vaso de whisky y fue a servirse otro. El gran hombre se
la pasaba hablando de dinero, sugiriéndole negocios, y tenía la
molesta manía de colgarse de su brazo para reclamar su atención.
Por suerte había quedado atrás, y antes de notar su ausencia,
estaría aburriendo a algún otro con sus peroratas. Atravesó el
salón –donde algunas parejas comenzaban a bailar– y se escabulló
de la fiesta ajeno a las miradas.
25 octubre, 2011
13 septiembre, 2011
Cetribæ
Esa tarde me tocaba leer
a mí. Eran unas veinte personas escuchando sentadas, expectantes,
inútiles; al fin y al cabo no eran ella.
Comencé a leer. La
historia empezaba en el jardín de infantes. Unos ojos verdes, ese
verde que luego se va perdiendo con el tiempo, ese verde que la vida
va apagando y es imposible encontrar en un adulto. Ella tenía ojos
así de verdes, pelo oscuro, unas manitos que se perdían en los
pliegues de su guardapolvo azul, como todos los otros guardapolvos
azules, aunque ninguno tenía esas manos, ni esa boca breve, esos
labios que nunca sonreían, salvo, a veces, cuando se perdía en sus
pensamientos.
Etiquetas:
Cuentos
23 agosto, 2011
Sanjuanino
Se
enteró, preguntó el Sanjuanino, ya le pusieron nombre. Durand lo
miró con odio y luego volvió al trabajo. Valentina, creo que le
pusieron. Durand cerró el puño sobre la hoja en que estaba
trabajando. Sí, ya sé que es feo, se parece más a una Marta, una
Elsa a lo sumo. Durand se paró de golpe, arrastrando la silla.
Bueno, bueno, no lo molesto más, Doctor, dijo el Sanjuanino viendo
que había logrado su objetivo. Es por una canción, sabe. Siga
trabajando, que yo me voy a hacer unos mates.
Al Sanjuanino le gustaba molestar, especialmente al
ingeniero Durand, nomás por saberlo cascarrabias. Salvo por un
sereno que se quedaba en el piso de abajo, no solía haber mucha más
gente por las noches. Antes de que trajeran la máquina, la primer
computadora del país, ni siquiera el Sanjuanino se quedaba después
de las doce.
Etiquetas:
Cuentos
08 agosto, 2011
El Resto
“Un arte cuya forma exige
no ser descubierta”
-R. Piglia, Prisión
Perpetua.
No nos perdamos en
detalles, amor, vayamos al grano.
Nicolás me dijo que
desde hace meses solo piensa en una historia. Que por más que trata,
esa historia está ahí, clavada en la piel, alfileres atravesándole
los párpados, sangre recorriendo las mejillas y volviendo a su boca.
Un círculo perfecto puede ser también una cárcel perfecta.
No nos apresuremos.
Puedes bajar la montaña corriendo y llegar al valle en un abrir y
cerrar de ojos; pero si bajas despacio, puedes cogerte a todas las
cabras en el camino.
Melina había sido criada
en el campo, abandonada por su padre. No en vano soy profesora de
lengua, me dijo, sacándose la pija de la boca y mirándome a los
ojos. Una sonrisa deliciosa.
18 abril, 2011
Pavlov In Love
Ante el frío de su existencia
ofrécele el abrigo de tus brazos
al punto que,
enciendes también la estufa.
Cuando te ofrezca sus labios
responde a sus besos con ternura
y deja caer en ellos
como quien no quiere la cosa
un bombón, un trozo de chocolate
(con almendras, si es posible)
para que sepan más dulces
tus besos.
Cuando el futuro aceche
como una sombra
sus proyectos, sus anhelos
hablale de esperanza
y pon algunos billetes
en su cartera.
Un día,
sin haberlo notado
buscará tus brazos ante la menor
brisa,
tus labios cuando
se le antoje un dulce,
la caricia de tu voz
al acercarse fin de mes.
¡Tendrás una fiel compañera!
28 febrero, 2011
Andrea
Una
noche de verano a Andrea se le ocurrió un juego. Arrancábamos todos
las flores que había en las macetas del balcón y, cuando pasaba una
pareja por debajo –no cualquiera, una que nos gustase–, dejábamos
caer los pétalos al grito de: “¡Viva los novios!”.
Ella
vivía enfrente, también en un segundo piso. Aun no habíamos
empezado la escuela primaria. El juego no duró mucho. Apenas una o
dos veces en mi balcón y alguna otra en el suyo. Cuando mi madre
descubrió la causa del mal estado de sus plantas, nunca más
volvimos a jugar.
Etiquetas:
Cuentos
21 febrero, 2011
Antes que cese el trueno, cae la lluvia
Su primer
esposo fue un marino que vivía para realizar proezas en el mar. Eran
los tiempos en que aun se navegaba a vela. Al año de casados, le
avisaron que había muerto al tratar de cruzar el cabo de Hornos. El
segundo, fue un suboficial del ejercito que partió a la guerra
prometiendo que volvería pronto, y nunca pudo cumplir su promesa. El
tercero, un empresario teatral. Buena persona, buen mozo, trabajador
y bastante tísico. No logró pasar el invierno.
En el pueblo
se empezó a decir que estaba maldita, que traía la muerte a sus
amantes. Ella misma empezó también a creer esto; sin embargo, no
podía evitarlo, seguía enamorándose (porque ninguna mujer amaba
tanto, como había amado ella a sus maridos).
Etiquetas:
Cuentos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)