21 febrero, 2011

Antes que cese el trueno, cae la lluvia

Su primer esposo fue un marino que vivía para realizar proezas en el mar. Eran los tiempos en que aun se navegaba a vela. Al año de casados, le avisaron que había muerto al tratar de cruzar el cabo de Hornos. El segundo, fue un suboficial del ejercito que partió a la guerra prometiendo que volvería pronto, y nunca pudo cumplir su promesa. El tercero, un empresario teatral. Buena persona, buen mozo, trabajador y bastante tísico. No logró pasar el invierno.
En el pueblo se empezó a decir que estaba maldita, que traía la muerte a sus amantes. Ella misma empezó también a creer esto; sin embargo, no podía evitarlo, seguía enamorándose (porque ninguna mujer amaba tanto, como había amado ella a sus maridos).
El cuarto en recibir su atención fue un viejo que traficaba en madera. Ante las advertencias que le hacía la gente, el viejo siempre respondía: “Y a mí qué me importa. De todas formas, a esta altura de la vida, de lo único que estoy seguro es de que voy a morir pronto”. Y en efecto, así fue. Y de no ser por un joven y alegre truhan que conoció en el velorio de su marido, seguro hubiese caído en una gran depresión.
Es verdad que el muchacho se acercó a ella codiciando la herencia del viejo; pero también es cierto que, al momento de la boda, estaba profundamente enamorado de ella. Sin embargo, esto no bastó para alejarlo de su antigua vida de engaños y pillaje y, al poco tiempo, un marino le cortó la garganta por hacer trampas con las cartas.
Los rumores acerca de la maldición no paraban de crecer y su familia estaba desconsolada. Pero ella era joven y, esto tendríamos que haberlo aclarado antes, poseía tal belleza que más de uno hubiera estado dispuesto a perder la cabeza por su amor. Además, como sostenía el profesor Green, si uno reflexiona sobre su caso, no hay un sólo hecho que no pueda explicarse por pura lógica.
Su primer marido era un loco aventurero; todos saben que esta gente, salvo rarísimas excepciones, muere joven. Explicar la muerte prematura de un soldado es algo en lo que no vale la pena detenerse. El tercer marido, a todos nos consta, estaba enfermo desde mucha antes de conocerla; nadie esperaba realmente que durara demasiado. El viejo, si bien tenía un buen pasar, la mayoría de su tiempo ya había pasado. En este punto, quizás alguno quiera insinuar que la codicia fue el motor que la llevo a buscar tan frágiles parejas, por tanto, es bueno aclarar que salvo el viejo, los demás carecían de fortuna. En cuanto al quinto, al momento de casarse, podemos decir que solo por suerte aun no había pisado el cadalso.
Tan convencido estaba el profesor, que él mismo, un señor hecho y derecho, en la flor de la edad, poseedor de una vida prospera y ordenada, gozoso de buena salud, estaba dispuesto a tomarla en matrimonio y, por supuesto, vivir muchos años a su lado, con tal de demostrar al resto del mundo que estaban equivocados.
Claro que ella no lo amaba, y jamás podría casarse con alguien cuyo único propósito era probar, o más bien refutar, una teoría. Más allá de que la relación con el profesor no prosperó, el reflexionar sobre sus ideas terminó por convencerla de que no era casualidad, ni muchos menos una maldición, su mala suerte. Le aterraba la idea de tener que pasar toda su vida junto a una sola persona. El pasión debía ser fugaz, jamás apagarse. Y si esta idea no los convence, piensen en que no es lo mismo asistir al funeral de una persona, que al de un amor.
El sexto caso fue aun más raro que los anteriores (si es que lo anteriores tenían algo de raro). Un hombrecito enjuto e insignificante golpeó un día a su puerta y le dijo: “Sólo deseo morir, peor no tengo el valor para quitarme la vida”. Luego agrego: “Cásese conmigo”.
Sintió pena al verlo, pero también le resultó simpático, así que lo invitó a tomar el té. Pasaron toda la tarde juntos, charlando. Al despedirlo, le confirmó que no se casaría con él; no se casaría con nadie a menos que fuera por amor. El hombre salió devastado. Por un lado, cayó en la cuenta de que se había enamorado y, por el otro, creía haber arruinado toda posibilidad de conquistarla. Ella nunca le creería que la amaba. Esa noche, tuvo el coraje de meterse al mar con los bolsillos llenos de piedras.
Al oír la noticia, no supo si ponerse triste o alegrase por el pobre hombre que, al fin, gracias a ella (aunque aun no comprendía bien por qué), había logrado su objetivo.
Con el tiempo volvió a tener otros amores; volvió a haber más muertes. Una noche tuvo un sueño: estaba otra vez casada y era feliz. Iba de visita a la casa de una amiga. Al entrar, se encontraba con su esposo recostado en el sofá. Ahora ésta era su casa. La escena se repetía. Si entraba al mercado, el mercado era su casa, y ahí estaba su esposo. El horror iba en aumento. Ella estaba cada vez más vieja, más cansada. Desesperada, corría a casa de sus padres y, al entrar, su esposo estaba esperándola, con las pantuflas de su padre, casi con la misma cara, sólo que más joven. Entonces, agitada, casi sin fuerzas, corría hacía un acantilado que era el cabo de Hornos, pero también, era el mar del hombrecito con piedras en los bolsillos; al arrojarse, despertaba. Ese día, decidió que no volvería a tener sexo, al menos, no de manera convencional. Nunca había querido quedar embarazada, pero ahora, la sola idea le daba pavor.
Sin embargo, no podía dejar de amar. Así fue que llegó un extranjero escapando de sus tierras, más al norte, pues, por no sé qué deuda, habían jurado matarlo; ella le brindó refugio y él la tomó por esposa, ignorando su pasado. Pero siempre hay gente envidiosa, solteronas avinagradas, que le fueron con el chiste, el cual no pareció hacerle gracia. La suerte estaba echada y, a la semana, sus enemigos le tendieron una emboscada, de la que sólo por milagro sobrevivió. Al poco tiempo contrajo la fiebre tifoidea, agonizó durante dos semanas, y al mes estaba curado. Llegado el invierno, con las primeras heladas, tuvo un accidente montando; estuvo una semana inconsciente y se recuperó como si nada hubiese pasado. No había fuerza humana, ni de la naturaleza, capaz de acabar con la vida de este hombre. Alice, éste era el nombre de ella, no sabía que pensar. Ciertamente no estaba contenta. Pero no porque quisiera verlo muerto, sino porque no comprendía el por qué. Qué era lo que éste tenía de distinto.
Se pasaba el día estudiándolo, acechándolo por todas partes en busca de algún secreto. Él, percatándose de esto, pensó que tramaba matarlo, no encontraba otra explicación a su extraño comportamiento. Un día la encaró, puso un revolver cargado en sus manos, y la desafió a que lo matara, pues no soportaba seguir así. Ella disparó, dijo luego, por qué quería saber si realmente él era inmortal, si no era todo más que un sueño. La bala entró y salió por un hombro, sin hacer mayor daño. Vivieron juntos muchos años y tuvieron hijos. Nunca fueron completamente felices, pero tampoco demasiado miserables, lo cual era muy común en aquella época.

19 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Buen relato.

Al final, tuvo una vida normal. Bo hay felicidad absoluta.

Un abrazo.

Nicolás Aimetti dijo...

Claro, aunque de cerca, ninguna vida es normal.
Abrazo, Gaucho!

escuchando palabras dijo...

No se si lo normal existe pero si todos se enamoran en mayor o menor medida...te extraño Niko besitos

viruta dijo...

♫ mengañaste mementiste... ♪
(caí como una chorlita)
y encima ahora tengo que guglear 'chorlita'

Nicolás Aimetti dijo...

Pato: sí, cuelgue total, ya vamos a armar la dichosa cena. Besos!!!

Viru: bueno, bueno... es el marketing que le dicen, hay que enganchar a la gente. Ya trataré de resarcirme con sexo desenfrenado en un próximo cuento.

Sergio dijo...

Hey Nico,

Muy bueno como de costumbre. Te noto con el estilo un poco fluctuante entre relato y relato. Lo manejás? Se va dando solo? Te das cuenta?

Este es uno de esos relatos que uno se queda con ganas de releer un tiempo más tarde. En una semanita vuelvo!

Best,
Sergio

Nicolás Aimetti dijo...

Hola, Sergio!
Lo del cambio de estilo por lo general es adrede. Tiene que ver mucho con el tipo de historia a contar. Para "Las mujeres no me leen" necesitaba un estilo recargado, lleno de digresiones, de pasos en falso, porque más que nada ese era el relato, o sea, estaba muy ligado al estilo, sin eso no había mucho que contar.
En este cuento, en cambio, el estilo es más simple, poco florido, como para dejar que la historia fluya sin demasiado estorbo. En "Preguntas Frecuentes", por ejemplo, es deliberadamente pomposo, pero más que nada para dar lugar a la parodia.
Por lo general trato de ir acomodándolo a la historia a contar, de la misma manera que uno a veces siente que algo es un cuento, y otras, un poema. Calculo que será porque no tengo un tema, o interés específico,sino que me gustan un montón de cosas.

Trataré de corregirlo un poco entonces para antes del fin de semana.

Abrazo!

[lag] laura agüero dijo...

me encantó... (me recuerda a garcía márquez, no es por comparar, tal vez ni te gusta su obra). hay mucho de niño interno creativo y estallando, ja, felicitaciones

Nicolás Aimetti dijo...

Hola, Lau!
Me gusta mucho García Márquez, es todo un halago la comparación (exagerada, claro).
Gracias por comentar!

Anónimo dijo...

Ironizando eso que llaman amor? los que amó, se le murieron, y le duró el que no esperaba. Justo con el que no quería saber nada, tan rutinario como ese sueño premonitorio.
Pobre mujer, debió conformarse con una obligada y por eso mismo, paupérrima compañía...
Me supo a Mujica Lainez, no puedo decir por qué, una brisa, una reminiscencia. No hagas caso. Es tuyo.

Anónimo dijo...

Ritmo que se sostiene párrafo a párrafo, rozando apenas un desafío detectivesco al lector.

Nicolás Aimetti dijo...

Muchas gracias por los comentarios!
Buenísimo que digas lo del ritmo, porque a mi me cuesta mucho con mis textos darme cuenta si lo tiene o no.
Y bueno, tampoco digamos que la compañía era paupérrima, tan malo no era el chabón.
Gracias de nuevo.

MariaCe dijo...

Tragedia más, tragedia menos, es lo que le sucede a la mayoría de las chicas, pero así narrado, hombre, suena mucho más interesante :D

Nicolás Aimetti dijo...

Seguramente las chicas tienen historias mucho más interesantes, pero disimulan... :P
Gracias, MariaCe!!!

Rusit@ dijo...

Es hermoso... la entiendo a esta chica, la rutina puede matar, pero con divorciarse alcanza, caramba! Claro que no tendría tanto interés el relato si en vez de muertes fueran divorcios... Para eso están los programas de chimentos. Déjelo así, es más romántico.

Nicolás Aimetti dijo...

Ojo, que no es mala la idea de los divorcios en vez de las muertes, pero eso más que un cuento sería una novela. Las separaciones nunca son sencillas, y mucho menos rápidas.
Gracias por comentar, Rusit@!!!

Unknown dijo...

Un relato poderoso sobre casualidades funestas. Me gusta el tema. Con todas las salvedades, una historia de amor. Felicitaciones, Nicolás!

Nicolás Aimetti dijo...

Sin duda una historia de amor, un genero tan rico que, más allá de la cantidad de abusos que ha sufrido (y como quien dice, qué le hace una lancha más al Tigre), aún parece estar lejos de agotarse.
Gracias, Eduardo!

Anónimo dijo...

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