14 marzo, 2009

Final Abierto.

Hubo una historia que siempre me llamó la atención. Es algo que le pasó a un amigo. Resulta que este muchacho se puso de novio hará un par de años más o menos. Una mina muy simpática, de esas con las que te podés pasar hablando toda la noche sin darte cuenta. En fin, la cuestión es que un día estaban mirando una película, o más bien, era la primera película que miraban juntos, si mal no recuerdo y, de repente, diez minutos antes del final, se corta la luz. Ya en la cama, se pusieron a fabular acerca de los posibles finales de la película. Y que esto y lo otro, que hacía poco que empezaban a salir, el romance, la pavada, parece que el asunto resultó divertido, tanto, que esa misma noche decidieron que la cosa quedaría así, que jamás terminarían de ver la película.

Y así fue, hasta que un día se les dio por ver otra. Esta vez no se cortó la luz ni nada de eso, sino que cuando se dieron cuenta de que la película estaba por terminar, posiblemente cruzaron sus miradas en la oscuridad, apenas la tenue luz de la pantalla del televisor, y eso, y una sonrisa, les basto para saber que ese era su destino. De ahí en más nunca volverían a ver el final de otra película.

Se pasaban horas imaginando finales. A veces, uno empezaba con algo y el otro completaba la idea, otras, cada cual construía su historia por separado, y luego se las contaban el uno al otro. Los finales debían ser originales, pero también creíbles. Cuando se abandonaban al influjo de las sustancias, estos podrían parecer increíbles, pero, sin duda, ellos le encontraban su lógica. Algunos eran cortos y sencillos, otros, se alargaban tanto como el resto de la película. En ciertas ocasiones, incluso llegaron a incluir nuevos personajes que, en el transcurso del relato, desarrollaban complejas personalidades, resolvían traumas de su pasado o terminaban apoderándose de la historia. No era sencillo seguirles la corriente, pero a ellos esto les encantaba; eran felices consumando este ritual. El mejor final de Blade Runner que recuerdo es uno que ellos me contaron. A veces pasaba que el final inventado coincidía a la perfección con el de la película, pero, si alguien llegaba a querer mencionarlo, las consecuencias podían ser terribles. Había que cuidarse de no revelar nunca un final, más allá de que ellos, a su manera, quizás ya lo conociesen.

Todos pensamos que con tiempo esto se les pasaría, que volverían a ver las películas como antes. Luego de unos meses, nos convencimos de que la cosa venía para largo. Y así siguió más o menos hasta que un día en el teatro, a mitad del último acto, uno de ellos se paró de golpe, como si se hubiera acordado de algo. Al segundo, aunque en realidad me pareció más tiempo, el otro también se puso de pie e instantes más tarde ambos habían dejado la sala. Quizás, el haberse parado en el teatro se haya debido a un acto reflejo desarrollado de tanto mirar películas juntos, quizás ya lo tenían planeado, nadie estaba del todo seguro, lo cierto es que a nosotros nos dio un poco de miedo. De ahí en adelante sumaron a la costumbre de las películas la de no terminar de ver las obras de teatro. Y así siguieron sin problemas hasta el día que fuimos a ver Hamlet. Llegado el tercer acto estaban disfrutando verdaderamente de la obra, que a decir verdad no tenía nada que pudiese ser objetado, pero al llegar el cuarto acto empezamos a notar algo raro. Comenzaron por hablarse al oído, apenas si escuchábamos alguna palabra de lo que discutían. En el quinto acto ambos estaban nuevamente en silencio, con el semblante rígido. Ninguno de nosotros miraba ya la obra, todos estábamos expectantes: ¿dejarían la sala? Al caer el telón ambos seguían ahí. Los dos conocían perfectamente el final de la obra y, si bien parecían no ponerse de acuerdo, terminaron quedándose. Qué sentido tenía huir antes de tiempo

Aquí fue cuando empezó el drama, porque a ella se le ocurrió que lo lógico, ya que nunca terminaban de ver las películas ni las obras de teatro, era que se comprometieran a no terminar de leer los libros. Era la única forma que tenían de asegurarse de que el episodio del teatro no volviese a suceder. Luego, cuando alguno de los dos terminaba, esto entre comillas, una novela, debía contarle la historia al otro, así como los posibles finales que se le habían ocurrido. Tenían lo suyo las exposiciones, hay que reconocerlo, pero la magia empezaba a desvanecerse. Ya que contar una novela, a menos que uno goce de una capacidad similar al novelista, no es cosa fácil y, además, el otro nunca terminaba de entender del todo la historia. Y ni hablemos, por ejemplo, de querer narrar novelas como el Ulysses, para luego encajarle un final a gusto... en fin, creo que se entiende la idea.

Ya entonces discutían por cosas que antes se daban de común acuerdo. Un día, él cerró una novela una página antes del final. Era una novela corta, es verdad, pero una página era demasiado cerca del fin, dejaba muy poco a la imaginación. No es rara una novela en que, incluso diez páginas antes del final, los conflictos principales ya han sido resueltos. Ésto generó una fuerte discusión; ella se sintió engañada. Entonces, empezó a ponerlo a prueba todo el tiempo. No lo dejaba terminar los platos de comida; cerraba el tablero de ajedrez en mitad del partido; preparaba un postre sólo para tirarlo a la basura. En esas resignaciones residía la grandeza de su pacto; todo se resumía a ese fanatismo lleno de deseos sobrepuestos a la voluntad de no encontrarse con otra cosa que no fuera lo que habrían de imaginar, o quizás imaginado.

A veces, cuando iban a un concierto, se bajaban diez cuadras antes de la parada. Otras, usando una guillotina, le cortaban el cuarto inferior al diario. Llegó incluso un momento en que a él se lo notaba siempre excitado; se le caían las cosa de las manos; sudaba todo el tiempo. El juego había llegado demasiado lejos. Es mi suposición, pero no sin fundamentos, que ella ya no lo dejaba ni siquiera acabar. No quiero siquiera imaginar la agonía: ella atrayéndolo como una sirena, él cediendo a sus instintos más básicos; ella llevándolo hasta el límite para luego, como hacía ya con casi todas las cosas, negarle la consumación del acto. Es más que entendible que él decidiera alejarse.

Cuando me comentó lo que venía pensando, aun la duda rondaba por su cabeza, pero con el tiempo se fue convenciendo. Aun la quería, es verdad, pero la cosa no daba para más. Así que un día tomó coraje y la llamó, fue claro y conciso: “Quiero que terminemos”, le dijo. Pero, como es lógico, si había algo que ella no estaba dispuesta a hacer, sobre todas las cosas, era a terminar.

20 comentarios:

La Lechuza Hostel dijo...

quien escribio esta magnifica pieza? fuiste vos nico?

Nicolás Aimetti dijo...

Sí, lo escribí yo. Me alegro que te haya gustado.

Vidiella dijo...

buenas... vengo porque me mandó Oblogo.

Claro, no pudieron ni llegar al final de su relación.

Buen post!

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias por pasar a comentar, Franco!

pablo dijo...

Muy bueno che! Hace mucho que no paso por acá...me qeuda bastante por leer...yo empecé a retomar algunas cosas...Saludos!

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Pablo. Me alegro que te haya gustado!

La lectora dijo...

¡Felicitaciones por el premio Oblogo! Este post se lo merece. Saludos.

Nicolás Aimetti dijo...

Lo más lindo del premio es esto, que amplia las posibilidades de encuentro con la gente.
Muchas gracias, Lectora! De parte de otro lector empedernido.

Eduardo dijo...

En verdad me encantó. Ojalá llegue a escribir así cosas que tampoco se me ocurren. Excelente. Agradecido por el convite.

Nicolás Aimetti dijo...

Vamos, Eduardo... Ojalá escribas cosas mucho mejores que esto!
Y al contrario, gracias a vos por comentar!

[lag] laura agüero dijo...

Te Felicito Nico!!! El cuento es buenísimo y me alegra mucho que se reconozcan talentos así! Muchos más éxitos para tí!

Saludos,

Lau

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Lau!!!

Sebastian dijo...

Excelente cuento Nico, me gusto mucho. Felicitaciones por el premio!

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Seba!

Anónimo dijo...

Como siempre, uno empieza a leer cualquiera de tus cuentos, y no puede parar hasta el final... Esta sí que no se quedó con las ganas de ir hasta las últimas!!! Muy bueno!!!! Saludos!!! Pía

Nicolás Aimetti dijo...

Gracias, Pía!!! Beso grande!

flow. dijo...

debo decir que iba imaginando hacia dónde se dirigía el final, y me dije: ok, debería dejar de leer el post entonces? jaja
Pero no quise entrar en la locura de tus amigos, je!

Saludos, muy bueno!
flow

Nicolás Aimetti dijo...

En la entrega de los premios, un amigo me sugirió que al momento de mi discurso, antes de terminar, me parase y me fuera. Tampoco lo hice. Al final, es difícil terminar las cosas, pero a veces también es difícil dejarlas por la mitad.
Gracias por el comentario, Flow, y por seguir hasta el final! Saludos!

LauriT dijo...

Dolinesco Nicolás.. feliz cumple!

Nicolás Aimetti dijo...

Ja! Nunca me habían dicho dolinesco, se agradece el cumplido.
Gracias, Laura!